I Domingo de Adviento
Comentario dominical
27 de noviembre de 2022
Ciclo A: Mt. 24, 37-44
Por: P. Edward Julián Chacón Díaz, C.Ss.R.
El Adviento es un tiempo de espera de Cristo, dejando que Jesús renazca en nuestras vidas. También es un tiempo para purificar nuestros corazones por medio del arrepentimiento y para renovar nuestras vidas al reflexionar y experimentar las diversas venidas (advenimientos) de Cristo en nuestras vidas. Además de su primera venida en su nacimiento, Jesús viene a nuestras vidas a través de los Sacramentos (especialmente la Eucaristía), a través de la Palabra de Dios, en la comunidad eclesial, y en el momento de nuestra muerte.
Las lecturas de la eucaristía de este inicio de adviento, nos orientan en una doble dirección: por una parte, nos abren a la esperanza de un futuro mejor en el que la paz y los anhelos de felicidad se verán cumplidos porque caminaremos a la luz del Señor que nos llevará por sus sendas. Al mismo tiempo encontramos una invitación a no quedarnos en una espera paciente y resignada a que la realidad cambie. Estamos llamados a hacer algo: a “despertarnos del sueño” para con nuestra conducta ir haciendo presente, aunque sea en forma imperfecta, ese futuro por el que todos suspiramos. Con todo, no deja de haber signos de esperanza que ayudan a superar el desaliento y la desilusión y mantienen abiertos los horizontes para seguir adelante a pesar de las dificultades y los problemas.
Además, la historia nos enseña que ha habido épocas más difíciles y desalentadoras y, que en ellas fue posible testimoniar la esperanza y proseguir en los esfuerzos por humanizar más al mundo. La fe en Cristo, Señor de la historia, y las exigencias del mundo de hoy nos piden ponernos en camino, es decir, no contentarnos con lo que hemos conseguido, creer que podemos alcanzar nuevas metas y superar el individualismo, el acomodamiento y el pragmatismo que son capaces de dañar la esperanza y de hacer que se abandonen proyectos, ideales y esfuerzos.
En este nuevo año litúrgico, el Evangelio de Mateo será el principal Evangelio proclamado (Leccionario Ciclo A). En el Evangelio de hoy escuchamos a Jesús hablar de la necesidad de la vigilia, de la espera vigilante, de la venida del Hijo del Hombre. El evangelio tiene dos momentos: habla de la vigilancia ante la inminente venida de Cristo como Juez de la historia (vv.37- 41), y la parábola del dueño de casa vigilante (vv.42-44). Jesús nos señala que nadie sabe cuándo vendrá el día del Juicio, ni el Hijo lo sabe, sólo el Padre (cfr. Mt. 24,36), con esto de no saber el día y la hora no debe llevarnos a caer en la indiferencia o negligencia en el tiempo en que vivimos.
El cristiano debe contar siempre con lo desconocido, no sentirse seguro, sobre todo ante la venida del Señor Jesús, donde el ejercicio de la esperanza teologal resulta fundamental; la vida del creyente está sellada por la tensión que pone el Espíritu, la del seguro de sí mismo, es perezosa y pesada de llevar (cfr.1 Pe 3,20). La imagen de los que están en el campo y las mujeres en el molino se diferencia en la actitud interior, externamente, nada las diferencia; en lo interior está la diferencia, mientras una pertenece al grupo de los desprevenidos, el otro es de los conocedores de la voluntad de Dios.
Finalmente, si tenemos presente que Dios nos habla en la Escritura y en la vida y que el fundamento de nuestra esperanza es la bondad y fidelidad de Dios manifestada en el don de su Hijo y del Espíritu que dirige la historia, seremos capaces de descubrir los principales signos de esperanza en nuestro mundo conflictivo y de testimoniar la esperanza en medio de la crisis que parece oscurecer su presencia. La esperanza activa es un don que se nos da en la venida de Cristo, pero que también se hace. Para eso, hay que estar vigilantes, atentos y fieles a nuestro compromiso de ser signos de esperanza desde nuestra fe en Cristo, Señor de la historia.