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XXII Domingo del Tiempo Ordinario

Comentario dominical

28 de agosto de 2022

Ciclo C: Lc. 14, 1. 7-14

Por: P. Víctor Chacón Huertas., C.Ss.R. (Redentoristas de España)

Dice la Real Academia de la Lengua que la humildad es la virtud del conocimiento de las propias limitaciones y debilidades y el obrar de acuerdo a este conocimiento. Dice Santa Teresa de Ávila que la humildad no es otra cosa que la verdad. Sobre todo el reconocerla y aceptar que no somos ni tan grandes ni tan buenos como nos gustaría ser o que las cosas que nos rodean fueran.

Por mucho que sonriamos y pongamos buena cara, la vida se impone y nos obliga a confesar que ni todo es como lo soñamos ni está en nuestra mano totalmente hacer que sea así. Por eso se impone genialmente el alegato que hace el libro del Eclesiástico hoy a favor de la humildad: “Hazte pequeño  en las grandezas humanas”. Cuando todo el mundo se hinche y pavonee y se crean muy importantes, tú, sigue reconociendo que nada ha cambiado, que eres quien eras, que lo que ahora alegra tanto a todos es pasajero y accidental. Hazte pequeño. Y también:  “Dios revela sus secretos a los humildes”. Los humildes son de la confianza de Dios, pues Él elige siempre lo humilde para confundir a los soberbios (Magnificat). El Dios más grande, el único, es quien ha sido capaz de abajarse al máximo, hasta morir por nosotros, y muerte de cruz. Su ejemplo nos estimula a hacer de la humildad el norte de nuestra brújula, que apunta siempre hacia él.

La consecuencia de ser humilde es clara: porque conozco mi pasta, porque sé cómo soy y con qué facilidad caigo y hago el mal que no deseo y dejo de hacer el bien que quisiera hacer… busco algo más, me apoyo en otros. Para creer es necesario ser humilde, ningún creyente puede vivir instalado en la soberbia, en la autosuficiencia, éstas lo alejan de Dios y lo conducen siempre a la idolatría. Por el contrario ser humildes abre poco a poco al misterio de alguien más grande, más bueno, más verdadero y más bello que nosotros mismos: Dios.

La escena de Lucas termina por redondear la enseñanza sabia de la Palabra de este domingo: “Amigo, sube más arriba”. Ésa frase sólo se puede decir a alguien que ha sido humilde, que ha buscado el bien de los demás y no ha acaparado el mejor puesto para sí mismo. Es la honra de ser humilde. El soberbio, el pretencioso, además de engañarse sufrirá la humillación pues es ley física universal: todo lo que sube antes (o después) termina por bajar.

Pensar en cristiano no es jamás buscar los primeros puestos, un cristiano no puede ser “trepa” ni ambicioso ni buscar lo mejor para sí. El cristiano convida  a quien no puede devolverle la invitación: “pobres, lisiados, cojos y ciegos”… en definitiva, todos aquellos con los que la sociedad no cuenta por estar abajo, muy abajo, para ser vistos o tenidos en cuenta. Pidamos a Dios crecer en esta sana humildad que nos acerca a él y a los demás, a aquellos que más nos necesitan