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17 de diciembre de 2023

Ciclo A/B/C: Mc 13,33-37

Por: Alberto Franco Giraldo, C.Ss.R.

La lectura de la Palabra de Dios en nuestras celebraciones

El Evangelio y la Palabra de Dios tienen poca incidencia real en la vida de los cristianos y  de la Iglesia. Su lectura en la Eucaristía, en los sacramentos y en las catequesis, poco determina la actuación de los creyentes en la vida personal, eclesial y social, y por esto les cuesta mucho trabajo dar razón de su fe con consistencia. Esta realidad lleva al antitestimonio, a la pérdida de relevancia en la sociedad y de credibilidad de la Iglesia; también, a que la comprensión y celebración de la navidad sea una fiesta social y religiosa sin conexión con la vida.  

Todos conocemos, hechos como el siguiente:  

  1. Lecturas bíblicas en Eucaristías, sacramentos, catequesis y encuentros eclesiales realizadas, sin vida, porque toca, como punto de un acto público.
  2. Para muchos cristianos y ministros, la Eucaristía se centra en la liturgia eucarística, en el momento  de la consagración, desconociendo que “Palabra y Eucaristía se pertenecen tan íntimamente que no se puede comprender la una sin la otra: la Palabra de Dios se hace sacramentalmente carne en el acontecimiento eucarístico” (VD[1] 55)
  3. Muchas predicaciones, homilías y catequesis no profundizan la Palabra y su mensaje es desconectado de la vida actual. La mayoría de cristianos desconocen que el Evangelio está por encima del resto de la Biblia, y olvidan que la Palabra de Dios es el «fundamento de la acción litúrgica, norma y ayuda de toda la vida” (VD 52); “la liturgia de la Palabra es un elemento decisivo en la celebración de cada sacramento de la Iglesia” (VD 53).

Son muy iluminadoras las palabras del Papa Benedicto XVI: “Sobre la actitud que se ha de tener con respecto a la Eucaristía y la Palabra de Dios, dice san Jerónimo: «Nosotros leemos las Sagradas Escrituras. Yo pienso que el Evangelio es el Cuerpo de Cristo; yo pienso que las Sagradas Escrituras son su enseñanza. Y cuando él dice: “Quién no come mi carne y bebe mi sangre” (Jn 6, 53), aunque estas palabras puedan entenderse como referidas también al Misterio [eucarístico], sin embargo, el cuerpo de Cristo y su sangre es realmente la palabra de la Escritura, es la enseñanza de Dios. Cuando acudimos al Misterio [eucarístico], si cae una partícula, nos sentimos perdidos. Y cuando estamos escuchando la Palabra de Dios, y se nos vierte en el oído la Palabra de Dios y la carne y la sangre de Cristo, mientras que nosotros estamos pensando en otra cosa, ¿cuántos graves peligros corremos?» (VD 56)

Una verdadera celebración de la Navidad, exige tomar en serio la Palabra de Dios, especialmente el Evangelio, y relacionarlo con la vida diaria. Así habrá nacimiento, Navidad.

Sugerencia para leer la palabra de Dios

Es importante la oración previa y la invocación al Espíritu Santo cuando se leen las Escrituras, pero,  además, debemos hacerlo con la inteligencia que Dios nos dio, dando por lo menos estos tres pasos:

  1. Preguntarnos: ¿Qué dice el pasaje que acabamos de leer o escuchar? Sin pensar, aún, en su mensaje y enseñanzas. Es caer en la cuenta de los personajes que intervienen, las acciones que realizan, las palabras que repiten y lo que no entendemos.    
  2. Responder las siguientes preguntas: ¿Cuáles son las palabras principales del pasaje? ¿Cuál es el mensaje principal? ¿Qué dice esto a las personas, la sociedad y la Iglesia?  
  3. Y pensar en la vida concreta: ¿Qué dice la Palabra a mi vida personal, que le pide a la Iglesia, que le dice a la sociedad y al mundo? ¿Dice algo sobre el tema ambiental? 

Estos pasos pueden orientar la lectura de la Biblia, ojalá del evangelio, a nivel personal, en familia, en pequeños grupos, y ayudar en la preparación de predicaciones. 

La ubicación de la Palabra en el tiempo litúrgico    

Las lecturas bíblicas que escuchamos o leímos, fueron seleccionadas para el tiempo litúrgico de adviento, el tiempo de espera del nacimiento del Hijo de Dios. Ellas, buscan preparar la vida y el corazón para el nacimiento, la navidad; Ayudar a entender el misterio de la Encarnación, del Dios que se hace carne, hace historia y vida humana. Que es el misterio fundante del cristianismo. Ayudan a comprender, que el Dios Amor, preocupado por la salvación de la humanidad envió a su Hijo hecho humano para enseñarnos el camino hacia Él, para decirnos que Dios es el Padre amoroso.

Las lecturas indican, lo que la Iglesia considera importante para Dios en este tiempo, las actitudes y valores para esta espera, presentan los profetas y personajes bíblicos que hacen la voluntad de Dios, de diversas maneras, en diversas circunstancias y en diversos momentos.

El mensaje de las lecturas

Al leer los textos bíblicos, debemos preguntarnos: ¿Qué dice el texto en su tiempo, en su cultura y sus circunstancias históricas y religiosas? Y luego: ¿Qué puede decir ese pasaje a mi actual como creyente, como ciudadano y miembro de la Iglesia? Cuando leemos el Evangelio debemos preguntarnos: ¿Qué decía, hacía y pensaba Jesús en su tiempo?, luego: ¿Qué diría, haría y pensaría hoy, en esta realidad? Y yo, cristiano, como su seguidor: ¿Qué debo decir, hacer y pensar en la realidad actual? Ahora voy a destacar algunos aspectos de las lecturas, le corresponde a cada lector profundizar en su mensaje para su presente, para su hoy.

  1. El profeta Isaías llama a la esperanza en medio de la crisis y la desilusión. La tercera parte de Isaías (capítulos 56 a 66), fue escrita en un momento de profunda crisis social por el fracaso y frustración del pueblo, porque las ilusiones que tenían cuando volvieron del exilio a su tierra, ahora la sentían como una vana ilusión y cundía la desesperanza. En el texto de hoy, el profeta llama al pueblo a esperar “el ungido del Señor sobre el que estará su Espíritu” y describe las acciones que realizará para que lo sepa identificar: “Dará buenas noticias a los que sufren, vendará los corazones desgarrados, proclamará la liberación a los cautivos y a los prisioneros la libertad; proclamará el año de gracia del Señor”. Y le dice que debe conservar “la confianza y alegría en su Dios”, porque, si Él liberó de la esclavitud en el pasado, en Egipto, lo liberará en el futuro. Por eso debe ver, contemplar “las semillas de la justicia que el Señor hace brotar”. Hoy, debemos aprender a contemplar los brotes justicia y esperanza en las diversas dimensiones de la vida.
  • María de Nazaret: la confianza en Dios transforma las relaciones personales y sociales. Como salmo, escuchamos el canto de María que dio como respuesta a la oración de Isabel. En un primer momento, María describe lo que Dios hizo en ella: “Canta y festeja a Dios, su Señor y salvador, que ha mirado la humildad de su servidora y por eso será felicitada a través de la historia. Dios que ha hecho grandes cosas por ella, y por todas las generaciones hacia las cuales se extiende su misericordia”. En un segundo momento, relata las acciones que Dios ha hecho en favor del pueblo: “Desbarata  los planes de los soberbios, derriba del trono a los poderosos y eleva a los humildes, colma de bienes a los hambrientos y a los ricos despide vacíos”. Y concluye recordando que Dios es “leal con su pueblo”.

Las palabras de María, la madre de Jesús, expresan su profunda confianza en Dios, y las profundas transformaciones sociales que Dios realiza y que colocan el “mundo patas arriba”, que lo cambian todo. El mensaje del canto de María pasa desapercibido para muchos cristianos, que lo repiten de memoria, pero respaldan proyectos sociales, políticos, ambientales y económicos contrarios a lo que ella dice.   

  • San Pablo recuerda la voluntad de Cristo para los cristiano. Este pasaje es corto, profundo y práctico. Presenta: Tres actitudes que deben caracterizar a los cristianos: “estar siempre alegres, ser constantes en la oración y dar gracias en toda ocasión”, así muestran que hacen la voluntad de Dios, revelada en Jesús Cristo. Dos cosas que no deben hacer: “apagar el espíritu y despreciar el don de profecía” porque eso sería incompatible con el Evangelio. Un criterio fundamental: “examinarlo todo y quedarse con lo bueno”, un cristiano que solo mira un lado de la realidad, una sola cara de la moneda, corre el riesgo de equivocarse, como le ha ocurrido tantas veces a la Iglesia, por dedicarse a la “apologética contra los adversarios que eran refutados sin haberlos conocido[2], más que a la vivencia vivir el Evangelio y anunciar el Reino de Dios. Por esto, a los Papas, desde Juan XXIII hasta hoy, les ha tocado pedir perdón por las equivocaciones de la Iglesia. Una recomendación: “guardarse de toda maldad”. Y como la hace frecuentemente, concluya con una oración. 
  • Juan el bautista, el testigo de luz que ilumina el camino. Juan prepara el camino para la llegada de Jesús, lo ilumina con su vida austera, sin ostentación, sin apariencia y sin poder. Solo con su testimonio, su palabra y la fuerza que le viene de Dios. “No era él la luz, sino testigo de la luz”, por eso les responde a los judíos que lo interrogan que “no era el Mesías, tampoco uno de los profetas”, afirma simplemente ser “la voz que grita en el desierto que allanen, preparen el camino del Señor”.

[1] Exhortación Apostólica postsinodal, Verbum Domini, del Papa Benedicto XVI, sobre la Palabra de Dios en la vida y en la misión de la Iglesia.

[2] CODINA, Víctor, Diario de un teólogo del posconcilio. Entre Europa y América Latina, San Pablo, Bogotá, 2015, p.14.