DISCURSO DE SU SANTIDAD EL PAPA FRANCISCO A LOS PARTICIPANTES EN EL CAPÍTULO GENERAL DE LA CONGREGACIÓN DEL SANTÍSIMO REDENTOR (REDENTORISTAS)
Fuente: Oficina de Prensa de la Santa Sede
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días y bienvenidos!
Saludo con alegría a todos los misioneros redentoristas presentes en los 85 países en los que opera la Congregación del Santísimo Redentor. Saludo también a todos los que están en el camino de la formación, a los religiosos redentoristas, a toda la familia carismática y a los laicos asociados a la misión. Os saludo con afecto y agradezco al nuevo Superior General, Padre Rogério Gomes, las palabras que me ha dirigido.
Celebrar un Capítulo General no es una formalidad canónica. Es vivir un Pentecostés, que tiene la capacidad de hacer nuevas todas las cosas (cf. Ap 21, 5). En el Cenáculo los discípulos de Jesús tenían dudas, inseguridades, temores, querían permanecer firmes y protegidos; pero el Espíritu que sopla donde quiere (cf. Jn 3, 8) los provoca a moverse, a salir, a ir a las periferias para traer el kerigma, la buena Nueva.
En estos días estáis abordando cinco temas importantes para vuestra Congregación: identidad, misión, vida consagrada, formación y gobierno. Estos son temas fundamentales, conectados entre sí, para repensar vuestro carisma a la luz de los signos de los tiempos. Este discernimiento comunitario tiene sus raíces en la capacidad de cada uno de vosotros para buscar el misterio de Cristo Redentor, razón de vuestra consagración y de vuestro servicio a los hombres y mujeres que viven en las periferias existenciales de nuestra historia de hoy. Tiene sus raíces en la fecundidad del carisma alfonsiano, como la savia que nutre la vida espiritual y la misión de cada uno y la hace florecer de nuevo. Os animo a atreveros, teniendo como único límite el Evangelio y el Magisterio de la Iglesia. No tengáis miedo de seguir nuevos caminos, de dialogar con el mundo (cf. Const. 19), a la luz de vuestra rica tradición de teología moral. No tengas miedo de ensuciarte las manos al servicio de los más necesitados y de las personas que no importan.
En vuestras Constituciones hay una expresión muy hermosa, donde se dice que los Redentoristas están dispuestos a enfrentar cada prueba para llevar la redención de Cristo a todos (cf. n. 20). Disponibilidad. ¡No demos esta palabra por sentada! Significa entregarse enteramente a la misión, con todo el corazón; muere impendere pro redemptis, hasta las últimas consecuencias, con la mirada fija en Jesús que, “a pesar de estar en la condición de Dios […], se vació asumiendo una condición de siervo, haciéndose como los hombres” (Flp 2, 6-7); y se convirtió en un buen samaritano, un siervo (cf. Lc 10, 25-37; Jn 13,1-15).
Hermanos y hermanas, la Iglesia y la vida consagrada viven un momento histórico único, en el que tienen la posibilidad de renovarse para responder con fidelidad creativa a la misión de Cristo. Esta renovación pasa por un proceso de conversión del corazón y la mente, de intensa metanoia, y también por un cambio de estructuras. A veces necesitamos romper las viejas ánforas (cf. Jn 4, 28), heredadas de nuestras tradiciones, que han traído tanta agua pero que ahora han cumplido su función. Y romper nuestras ánforas, llenas de afectos, costumbres culturales, historias, no es una tarea fácil, es dolorosa, pero es necesaria si queremos beber el agua nueva que viene de la fuente del Espíritu Santo, la fuente de toda renovación. Aquellos que permanecen apegados a sus propias seguridades corren el riesgo de caer en la esclerocardia, que impide la acción del Espíritu en el corazón humano. En cambio, no debemos poner obstáculos a la acción renovadora del Espíritu, ante todo en nuestros corazones y en nuestros estilos de vida. ¡Sólo así podremos convertirnos en misioneros de la esperanza!
Vuestras Constituciones afirman: “La Congregación, conservando siempre su propio carisma, debe adaptar sus estructuras e instituciones a las exigencias del ministerio apostólico y a las particulares de cada misión” (n. 96). “Vino nuevo en odres nuevos” (Mc 2, 22). “Una renovación incapaz de tocar y cambiar las estructuras y el corazón no conduce a un cambio real y duradero. […] Requiere apertura para imaginar formas de seguimiento profético y carismático, vividas en esquemas apropiados y tal vez sin precedentes”. [1]
En este proceso de re-imaginación y renovación de la Congregación, no debemos olvidar tres pilares fundamentales: la centralidad del misterio de Cristo, la vida comunitaria y la oración. El testimonio y las enseñanzas de San Alfonso te llaman continuamente a “permanecer en el amor” del Señor. Sin Él no podemos hacer nada; permaneciendo en él damos fruto (cf. Jn 15, 1-9). El abandono de la vida comunitaria y de la oración es la puerta de la esterilidad en la vida consagrada, la muerte del carisma y el cierre hacia los hermanos. En cambio, la docilidad al Espíritu de Cristo nos impulsa a evangelizar a los pobres, según el anuncio del Redentor en la sinagoga de Nazaret (cf. Lc 4, 14-19), concretado en la congregación por san Alfonso María de Ligorio. Esta misión, llevada a cabo por vuestros santos, mártires, beatos y venerables, lleva a los Redentoristas de todo el mundo a dar su vida por el Evangelio y a escribir historias de redención en las páginas de nuestro tiempo.
Deseo al nuevo Gobierno General, primer órgano para la animación de la vida apostólica de la Congregación, humildad, unidad, sabiduría y discernimiento que guíe a vuestro Instituto en este hermoso y desafiante momento de nuestra historia. La obra es del Señor, sólo somos siervos que hemos hecho lo que teníamos que hacer (cf. Lc 17, 10). Aquellos que se apropian de la función de liderazgo por interés propio no sirven al Señor que lavó los pies de los discípulos, sino a los ídolos de la mundanidad y el egoísmo.
Queridos hermanos, encomiendo vuestra Congregación a la protección de la Madre del Perpetuo Socorro, para que os acompañe siempre como acompañó a su Hijo al pie de la Cruz (cf. Jn 19, 25). No estáis solos, sed hijos amados y guardados. Ruego al Señor que seáis fieles y perseverantes en vuestra misión, sin olvidar nunca a los más pobres y abandonados a los que servís, y a los que anunciéis la Buena Nueva de la Redención. Os bendigo cordialmente a vosotros, a las hermanas y a los fieles laicos que comparten vuestro carisma. Y les pido que por favor oren por mí. ¡Gracias!
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[1] Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica. Para vino nuevo odres nuevos. Desde el Concilio Vaticano II, la vida consagrada y los desafíos siguen abiertos (6 de enero de 2017), n. 3.