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XXV Domingo del Tiempo Ordinario

Comentario dominical

18 de septiembre de 2022

Ciclo C: Lc. 16, 1 – 13

Por: P. Óscar Darley Báez Pinto, C.Ss.R.

Las tres parábolas de hace 8 días (oveja perdida, moneda perdida e hijo perdido) nos recordaban el deseo de Dios de encontrar y salvar a sus hijos, empezando por los últimos y de que nadie se pierda. Este domingo la dinámica continúa, pero ahora Dios es presentado por Jesús bajo la figura de un hombre rico que le pide cuentas a un administrador deshonesto.

El énfasis cambia un poco y Jesús nos quiere recordar que Dios, además de Padre misericordioso, es Señor de todo cuanto existe, con esto nos quiere recordar que no somos los dueños del mundo, sino simples administradores y un día hemos de encontrarnos con una enorme verdad: entregar cuentas de nuestra gestión. El examen no será difícil para las 99 ovejas que siguen la voz del Dios y tratan de hacer las cosas bien, pero para quienes, seguros de sí, pretenden ganarse el cielo con su astucia, puede ser fatal. ¿Acaso podemos engañar al que lo sabe todo? Dios conoce las verdaderas intenciones de los corazones.

Cuando no se respeta a Dios, alguien ocupa su lugar

Esto es lo que se deduce de la primera lectura (Am 8, 4-7): comerciantes que se hacen pasar por hombres religiosos, guardan el sábado y las fiestas como una mera obligación externa, pero su corazón no ha conocido la misericordia del Señor del sábado, sino que le pertenece a las riquezas. Como no tienen presente a Dios en sus vidas, viven como si él no les fuera a pedir cuentas, no lo aman sobre todas las cosas, usan su santo nombre en vano, y no santifican sus fiestas, en consecuencia, son ambiciosos y tramposos, y devoran a los más débiles: compran al indigente por plata y al pobre por un par de sandalias. La ambición y el egoísmo ciegan el corazón humano a la gracia de Dios y producen injusticias, las cuales desatan una larga lista de males sobre la tierra.

Todos somos hermanos, Dios no se olvida de sus hijos

El Señor se acuerda del débil, siente compasión y se inclina ante quien confía en él; en su grandeza se abaja para mirar la tierra y alzar de la basura al pobre, levantar al desvalido y sentarlo entre príncipes. Si Dios nos ha dado riquezas debemos ser solidarios con quienes pasan hambre y nada tienen; pero si no tenemos riquezas ni poder, debemos orar por quienes los tienen, para que no se olviden de los que pasan necesidad. Es cosa honesta que se ore por las necesidades de todos los hombres, y por quienes ejercen el poder para que traten de acabar con las injusticias y gobiernen guiados por el temor de Dios (Tm 2, 1-8).

Usar la inteligencia para el bien

Si los dones de Dios se usan para el bien común, entonces se está poniendo a Dios por encima de nuestro egoísmo y se producen obras buenas, pero si las cualidades que él nos ha dado brillan sólo para nuestra mayor gloria, ese acto injusto será el causante de nuestra ruina. El siervo del evangelio (Lc 16, 1-13) era inteligente y pudo hallar pronto una solución para sobrevivir cuando su señor lo echara de casa, pero por más astucia que tenga, no podrá encontrar quién lo deje entrar en las moradas de la vida eterna.

Si pensamos, por un momento, que este hombre rico es el mismo protagonista de la parábola del Padre Misericordioso, entenderemos que lo que debió haber hecho aquel siervo era reconocer su error, como el Hijo Pródigo, y seguir sirviéndole con mayor gratitud y amor, y nada le haría falta, ya que él es generoso para perdonar.

Dios lo ve todo y lo juzga con amor. El que es fiel en lo poco, será fiel en lo mucho

Pero por más que actuó con sigilo, al final el patrón se enteró por sí mismo de todo lo que el siervo había hecho y comprobó que lo que le contaban de él, era cierto: estaba malversando sus bienes; aún así, el amo no se irrita, sino que alaba la actitud del siervo, como si quisiera darle una nueva oportunidad, descubrirle un tesoro superior al dinero, es como su le dijera: ojalá me amaras más que los bienes materiales, que bueno que pusieras al servicio del bien los talentos que te he confiado, y te ocuparas de hacer cosas justas. A todos nos sirve reflexionar las palabras de Jesús: Donde está tu tesoro, allí está tu corazón (Mt 6, 21), y el que es fiel en lo poco, también en lo mucho es fiel (Lc 16, 10).

Conclusión

  • Nadie que no ponga en verdad a Dios de primero en su vida, puede vencer el amor por el dinero.
  • Los bienes materiales son importantes y necesarios, hasta para las obras de caridad, pero hay que tener mucho cuidado con los que hacemos con ellos y sobre todo con la ambición: ¿los usamos con libertad, o ellos nos manejan e inquietan?
  • Pensar en nuestro destino final (muerte) nos ayuda a entender que no vinimos a hacer grandes capitales en la tierra, sino a ser felices y una forma de serlo es no atarnos a las cosas materiales, servir y amar la justicia y la verdad.
  • No somos dueños de nada. Somos administradores de todo, por eso más importante que las cosas que podemos llegar a tener, es nuestra certeza que somos hijos de Dios, nuestra paz interior y nuestra fraternidad universal.
  • Todas las capacidades humanas están supeditadas por la fe al servicio del Reino de Dios.