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Solemnidad de Pentecostés

Comentario social

5 de junio de 2022

Ciclo C: Jn. 20, 19 – 23

Por: P. José Pablo Patiño Castillo, C.Ss.R.

Una preocupación de nuestros tiempos es la del medio ambiente. Alguien con humor decía que no quería un medio sino un ambiente completo.¿Quién no? Lo que sucede es que todos hablamos de la necesidad de cuidar la naturaleza como nuestro hábitat, nuestra casa común; pero la realidad es que casi todos nos quedamos en meras palabras.                                                                     

El Papa Francisco es un buen ejemplo de ser coherente en intenciones, palabras y obras. El habla en sus predicaciones, conversatorios, mensajes…  y con lo que hace se esfuerza en poner en práctica lo que dice. Lo mismo en lo que toca al cuidado de la creación y a todo lo demás, la política, la economía, la salud…

Nosotros, en cambio, hablamos mucho y nos quedamos cortos en las actitudes y en la necesidad de cuidarlo.  Y en el caso del medio ambiente ni siquiera nos damos cuenta de la necesidad de cuidarlo en toda su amplitud. Y, no basta con hablar… La tarea es hacer lo que esté a nuestro alcance para que no se deteriore por nuestra causa y, por el contrario, sea mejor para todos y para los que vendrán después de nosotros.  

Por otra parte, hace falta preocuparnos por nuestro interior, nuestra salud mental: nuestros sentimientos y pensamientos. Pues de ahí depende la expresión hacia afuera, hacia nuestros pares, los humanos, y también hacia los demás vivientes y todo lo que es bien común.

Precisamente la celebración cristiana de hoy nos recuerda que Jesucristo nos da su Espíritu para que habite en nosotros y nos procure la sanidad interior: lo que pensamos, lo que sentimos. San Pablo, un discípulo de Jesucristo, nos hace caer en cuenta de que somos templo del Espíritu Santo.

Los Apóstoles necesitaron el soplo, el fuego, la fuerza del Espíritu Santo, el Espíritu de Cristo para limpiar, corregir y “cristianizar” sus sentimientos. Recordemos cómo Juan y Santiago le manifestaron su ambición de poder, al pedirle los dos puestos mejores en el reino terrenal que pensaban que Jesús iba a establecer. Y los demás se enojaron con los dos hermanos, no porque estuvieron en desacuerdo con su petición sino porque se les habían adelantado.

Ambición, rivalidades, celos y envidias entre ellos, miedo al sufrimiento y a la muerte, temor a las persecuciones por seguir al Maestro, eran entre otras, realidades que los delataban como de poca y escasa salud interior. Pero el Espíritu de Cristo les ayudó a transformar en fieles a Jesús. Dejaron atrás sus ambiciones de puestos y de poder hasta llegar a dar la vida por el amor de Cristo y la misión que Él les encomendara.

Ojalá seamos conscientes de la presencia del Espíritu Santo en nosotros. El resultado será que seamos cada día más humanos entre nosotros y con todos para llevarlos al amor y al seguimiento de Cristo como discípulos. Las actitudes y acciones de violencia, de ambición de bienes materiales, de globalización de la indiferencia y otras disposiciones negativas son los tóxicos que envenenan nuestra vida y la de los que nos rodean. Todo eso nos delata como débiles en la salud interior.

Como nos recomendaba el Papa Juan Pablo II “abramos nuestro corazón y nuestra vida” al Espíritu de Jesús de modo que Él pueda sanar lo malo en nosotros para hacernos resucitar a “una existencia abundante y plena” como la que Él quiere darnos.  La salud interior también hemos de desearla y procurarla en los grupos de que formemos parte. Las comunidades parroquial y diocesana, incluso la sociedad también, por nuestro medio, están llamadas a recibir la fuerza del Espíritu Santo de modo que en ellas se vaya notando la sanación de los odios y rencores, las envidias y conatos de violencia, la corrupción y la maledicencia. Así, los cristianos podremos ser portadores del Espíritu y colaboradores en la construcción de un país sano y humano.

“Fortalecidos por el Espíritu Santo – que nos guía a la verdad, que nos renueva a nosotros y a toda la tierra, y que nos da los frutos – confortados en el Espíritu y por estos múltiples dones, llegamos a ser capaces de luchar, sin concesión alguna, contra el pecado, de luchar, contra la corrupción que, día tras día, se extiende cada vez más en el mundo, y de dedicarnos con paciente perseverancia a las obras de la justicia y de la paz” (Papa Francisco)