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XXX Domingo del Tiempo Ordinario

Comentario dominical

23 de octubre de 2022

Ciclo C: Lc. 18, 9-14

Por: Ismael Rolón

El evangelio de hoy nos invita a mirar nuestro más profundo yo y su relación con los demás, a la luz del perfil del fariseo que llega ante Dios para mostrarle la grandiosidad de su ego a costa de la discriminación y descalificación de los “demás” y de “ese publicano”.

La parábola es directa y lo interpela a usted como religioso-a a mirarse en el espejo del perfil del fariseo en lo que respecta al mecanismo de discriminación y descalificación de sus hermanos-as en las relaciones interpersonales de la vida comunitaria religiosa o familiar.

La gestualidad del fariseo, un hombre de pie, bien erguido y con la mirada alta suscita la imagen del producto que hoy vende alguna literatura de superación y empoderamiento: un hombre o una mujer, que sigue minuciosamente las indicaciones y entrenamiento para mostrarse (sin importar la coherencia) con una personalidad segura y con poder. El lenguaje verbal y su contenido acompasa la imagen anterior e ilustra de manera precisa lo que se conoce como discriminación y descalificación.

Discriminar es señalar, diferenciar, excluir, rechazar, no aceptar a grupos o personas porque tenemos un prejuicio negativo sobre sus características físicas, ideología, orientación sexual, religión, posición económica, costumbres, etc. Estos juicios obedecen a estereotipos sin fundamento, que generalizamos y lesionan la dignidad humana.

El otro término, distinto pero afín al anterior es la descalificación. El diccionario dice que se aplica a las personas cuando éstas pierden su autoridad, prestigio, crédito o valor.  Para lo que nos interesa añadimos a la definición que esta descalificación se da como producto de la intriga, envidia y resentimiento.

El fariseo que discrimina y descalifica seguramente obedecía a algunos estereotipos, pero también es posible que actuara desde una percepción distorsionada de sí mismo y se atribuyera unos comportamientos y virtudes que lo hacían incapaz reconocer sus limitaciones y menos para obrar con misericordia. Pero ese narciso en lo alto del pedestal le da el poder para juzgar al resto de la humanidad.  Y es que cualquiera sea la forma de discriminar y descalificar – insultos, comentarios, miradas, chismes, infravaloración del trabajo, apodos despectivos, chistes, ignorar al otro, lanzar juicios infundados, etc. -, lo que esas personas persiguen es controlar el pensamiento, la emocionalidad y autoestima de su víctima. Buscan hacerle sentir que nada valen ante los demás, para así poder brillar, tener control y alcanzar poder y seguridad.  Por esto, sus víctimas son personas sumisas y débiles. ¿Por qué se da esto?  Muy probablemente porque el discriminador y descalificador aprendió y sufrió en carne propia estos mismos mecanismos. El pedestal de su aparente poder está sostenido sobre una autoestima baja que proyecta en los otros las frustraciones e inseguridades que a lo largo de la existencia le impidieron crecer como persona y desarrollar sus sueños y proyectos.

En la escena de hoy hay un punto de encuentro que podría haber unido esas dos personalidades contrapuestas: ambos, publicano y fariseo, están conversando con el mismo Dios. De igual manera, el hecho es que usted convive en su familia con hermanos-as de personalidad dispar y su punto de encuentro es esencial para su vocación cristiana que es concretar en la vida cotidiana su decisión de seguir a Jesús. En el texto, Jesús da un criterio sobre la eficacia de la conversación del fariseo con Dios y dice que “no bajó justificado”. Traduzcamos libremente este criterio por un salir de la conversación con Dios como una persona “alegre, liberado, acogida por el amor, satisfecha, en paz” -, para que usted lo aplique a las relaciones interpersonales comunitarias. Para ello, a sabiendas que absolutamente todo lo humano (interacciones, oración, descanso, proyectos, estudio, apostolado, etc.) se tramita a través de conversaciones con otros, responda a la siguiente pregunta: ¿cómo conversa usted con sus hermanos-as?