Comentario dominical – Domingo XVII del Tiempo Ordinario
30 de julio de 2023
Ciclo A: Mateo 13, 44 – 52
Por: P. José Rafael Prada Ramírez, C.Ss.R.
El pasaje largo del Evangelio de Mateo nos habla cómo Jesús compara el Reino de los Cielos con tres circunstancias que nos hablan todas de “calidad y plenitud”: primero, con un tesoro escondido que quien lo encuentra va y vende todo para comprarlo; luego, con un comerciante en perlas finas que, encontrando una de gran valor, va y vende todo lo que posee para poder adquirirla; finalmente, con una red llena de toda clase de peces que luego son seleccionados entre buenos y malos en calidad: los de mala calidad son arrojados fuera, y los de buena calidad son escogidos para el consumo.
La primera lectura (1 Rey 3,5-7,12) también nos habla de “calidad y plenitud” cuando en el diaólogo del Señor con Salomón lo invita: “Pídeme lo que quieras”, y el rey responde inteligentemente pidiendo sabiduría para gobernar y no riquezas pasajeras o larga vida. El Señor lo premia con un corazón sabio y prudente como nadie antes lo había tenido.
La segunda lectura (Rom 8,28-30) igualmente nos afirma la “calidad y plenitud” de la vida de aquellos que aman al Señor, porque son destinados a reproducir la imagen del Hijo, los restablece en su amistad y los hace partícipes de su gloria.
De esa abundancia de amor y alegría que el Señor da a quienes lo siguen incuestionablemente, el salmo responsorial hace eco de “calidad y plenitud”al decir “¡Por eso amo tus mandamientos y al oro más puro los prefiero!”.
A través de estas tres pequeñas parábolas Jesús comunica su experiencia de Dios y cómo ella ha transformado su vida. Esa experiencia íntima se revela en el proyecto de su vida, que es el Reino de Dios, y que Jesús insiste que está “oculto” como el tesoro en las entrañas de la tierra, la perla de gran valor que nadie ha descubierto, o los peces del profundo mar.
El descubrimiento de ese Reino de Dios cambia la vida de quien lo descubre, pues ha encontrado lo esencial y va y vende todo lo que tiene para adquirirlo.
Esa conclusión nos atañe como Iglesia y como personas que vivimos en comunidades humanas de diversa índole. Es la invitación a liberarnos de tantas cosas supérfluas para comprometernos definitivamente con “el valor sobre todo valor”: el Reino de Dios.
Pero sólo dentro de nosotros es que encontramos el Reino de Dios. No hay otro camino. Jesús mismo nos lo dijo. Y la Iglesia, sobretodo a partir del Concilio Vaticano II, nos lo recuerda de una manera formidable. Basta que vayamos al hermoso documento “Gaudium et Spes”, no. 16, y allí encontraremos la clave para sentir el Reino de Dios en nuestro ser más íntimo. Nos dice el documento que, dentro de nosotros mismos, en nuestro ser más íntimo tenemos como un sagrario, un núcleo, donde está Dios con nosotros, y es allí donde habita nuestra conciencia y tomamos nuestras dcecisiones más radicales porque allí estamos nosotros ante Dios, y nadie más. De allí nace nuestra verdadera energía para luego enfrentar nuestras tareas de todos los días. Es allí dentro donde calibramos la calidad y sentimos la plenitud del Espíritu de Dios. Sólo en lo más profundo de nuestro ser vamos a encontrar ese tesoro escondido, esa perla fina, esa red llena de peces, asumidos los cuales podemos luego desarrollar en nuestro exterior el envío a predicar el Evangelio a los pobres y a incluir a todo ser viviente en el proceso hermosísimo de construir el Reino de Dios.
Este ir a nuestro interior para organizar nuestra vida bajo la acción del Espíritu Santo y luego salir a predicar el Reino de Dios, es lo que decía Jesucristo a sus discípulos cuando en Jn 16, 5-11 les promete “El Paráclito”, el defensor , el abogado, que no los dejará solos, los protegerá y los animará a predicar las enseñanzas de Jesús a todas las creaturas.
Por eso es fundamental ir diariamente a nuestro interior para dialogar con El Paráclito, y pedirle su fuerza y entusiasmo para afrontar todas las vicisitudes de la vida, buenas, regulares y difíciles. Él dará “calidad y plenitud” a nuestra vida y a nuestro apostolado.