XIX Domingo del Tiempo Ordinario
Comentario dominical
7 de agosto de 2022
Ciclo C: Lc. 12, 32-48
Por: P. Pedro Pablo Zamora Andrade, C.Ss.R.
Introducción
El texto del Evangelio de este domingo hace referencia a la llamada parusía o segunda venida del Señor Jesús en poder y gloria. La primera vez vino como un niño indefenso, pero su retorno será como juez de la humanidad. ¿Cómo o cuándo apareció esta idea en la comunidad cristiana? No es fácil constatarlo.
Si nos basamos por la antigüedad de los textos, tendríamos que afirmar que la Primera Carta a los Tesalonicenses es el primer testimonio que hay al respecto. Es un texto que fue escrito, según los expertos, hacia el año 51 d.C. ¿Cuándo? ¿Cómo será ese evento? ¿Qué signos lo antecederán? Imposible saberlo. Está próximo y será repentino, dice el texto paulino (1 Tes 4,16; 5,1-6). Se difiere y se anunciará con signos previos, dice la Segunda Carta.
Sucedió que algunos fieles sacaron consecuencias abusivas de la recomendada expectación: no valía la pena trabajar ni ocuparse de los asuntos de la vida terrena. ¿Para qué sembrar si no se iba a poder cosechar? ¿Para qué casarse si no se iba a poder formar una familia? La conclusión fue simple: estemos quietos y a la espera. A esta situación tendrá que hacer frente la Segunda Carta. Allí aparece la ya conocida sentencia: «El que no trabaje que tampoco coma» (2 Tes 3,10).
¿Qué tanto enfatizó Pablo en su predicación y en sus escritos la cercanía de la segunda venida del Señor Jesús para que algunos cristianos de Tesalónica adoptaran una actitud tan radical? Lo podemos sospechar por las consecuencias. Por eso, hay que tener cuidado con acentuar tanto las tintas. No faltarán cristianos que tomen en serio nuestras exageraciones.
Ahora bien, hasta en los evangelios también se conservan exageraciones al respecto. En el evangelio de san Mateo, por ejemplo, se coloca en labios del Señor Jesús la siguiente afirmación: «Les aseguro: hay algunos de los que están aquí que no morirán antes de ver al Hijo del Hombre venir en su reino» (16,28). ¡Falsa alarma! Sin embargo, la Tradición conservó un texto que, para la época en que se escribió el Evangelio, ya se sabía que no se había cumplido. No sabemos el motivo exacto, pero podríamos especular con uno: como una advertencia de lo que no se debe hacer.
Comentario del texto bíblico
En la comunidad cristiana de Lucas también se cansaron de esperar el inminente retorno del Señor Jesús en poder y gloria. «Mi amo tarda en llegar», se le hace decir al empleado de la parábola. Era la opinión de muchos creyentes. Entonces, ¿qué hacer ahora? Ahí estaba la dificultad y hasta el peligro. ¿Podemos relajarnos?
El objetivo del texto es mantener en tensión a la comunidad cristiana. Es verdad que el Señor Jesús se demoraba en su retorno. Es verdad que no era algo tan inminente como lo creía san Pablo y otros cristianos; pero no hay que relajarse ni dormirse sobre los laureles. Tampoco es recomendable portarse mal. El empleado que trata mal a la servidumbre y se dedica a beber, a emborracharse, le puede ir mal. La posibilidad de que el Señor regrese en cualquier momento es latente. Puede llegar entrada la noche o a la madrugada. Su retorno se parecerá a la del ladrón en la noche. Y el ladrón no avisa. Siempre utiliza la sorpresa como arma a su favor.
La invitación del texto lucano que estamos analizando es a la vigilancia, a estar despiertos. El compromiso del creyente es a estar con las velas encendidas, esperando a su Señor cuando regrese. Que él encuentre a cada cristiano haciendo bien su tarea, cumpliendo bien sus deberes y compromisos. Esa es la única actitud sabia y prudente. Lo demás es insensatez. Los creyentes saben lo que el Señor quiere de cada uno de ellos; por tanto, lo más conveniente es hacer su voluntad. Esa actitud será causa de felicidad porque el Señor, cuando vuelva, los sentará a su mesa y los hará partícipes de los bienes del reino eterno.
A modo de síntesis o conclusión
¿Cuándo y cómo será la segunda venida del Señor Jesús? ¿Qué signos precederán su venida gloriosa? Es una tarea que ha resultado a todas luces inútil. Nadie ha acertado hasta el día de hoy. Todos los que afirman que ya entramos a la «gran tribulación» y que el final de la historia humana está cerca, se equivocarán también. Como les sucedió a muchos cristianos de los primeros siglos, es posible que nos vayamos de este mundo sin ver apenas nada.
Lo más cercano que hay entre nosotros y Dios es el misterio de nuestra muerte. Esa realidad si es algo inminente. Nos podemos morir hoy, mañana, la próxima semana o unos años más adelante. Y para ese evento sí es importante que nos preparemos cada día. Parodiando el texto de este domingo, podríamos decir: «Estén preparados, porque a la hora menos pensada la muerte llamará a su puerta».
Si sabemos lo que al Señor Jesús le agrada, hagámoslo sin remilgos y con generosidad. Vivamos cada día con intensidad, con pasión, como si fuera el último de nuestra existencia en esta tierra. Algún día acertaremos. «No dejemos para mañana lo que podemos hacer hoy». Mañana puede ser demasiado tarde. Si el Señor Jesús nos concede la gracia de verlo retornar en poder y gloria, ¡qué bueno! Si lo que nos alcanza primero es el misterio de nuestra muerte, igual. Si estamos haciendo lo que al Señor Jesús le agrada, ese día será de dicha y felicidad, porque nos vamos a encontrar con Aquél a quien siempre hemos buscado a tientas en este mundo. Será el momento de ser felices plenamente y felices para siempre porque «Dios será todo en todos» (1 Cor 15,28). Que así sea.