VII Domingo de Pascua
Comentario homilético
16 de mayo de 2021
Por: P. Ramiro Bustamante Trujillo, CSsR
Ciclo B: Mc. 16, 15 20
– Para Jesús, es el punto de llegada triunfal.
– Para su grupo, es el punto de partida y el comienzo de su actividad misionera.
Como Jesús fue el auténtico testigo de Dios en su vida terrena, ahora le corresponde a la Iglesia dar testimonio hasta el final de los siglos.
El testimonio es una tarea de Cristo a su Iglesia en el día de la Ascensión:
“Seréis mis testigos” (Hech. 1, 8). El testimonio de los cristianos ante el mundo ha de considerarse fundamental en el mundo de hoy. El testimonio está en función de la evangelización.
Jesús proclama necesario este testimonio de su comunidad para la conversión del mundo: “Cuando el Espíritu Santo descienda sobre ustedes, recibirán la fuerza para ser mis testigos…”.
Ser testigos significa encarnar el mensaje. Proclamar el mensaje, sin vivirlo, ni encarnarlo en sí mismo es contrario a la psicología humana: “las palabras vuelan los ejemplos arrastran”.
- Jesús fue el gran testigo de Dios: enseñó y practicó.
- Los apóstoles derramaron su sangre, dando así testimonio.
El testimonio es una actitud que debe vivirse comunitariamente.
La Iglesia de Cristo ha de ser, para el mundo, una auténtica comunidad de testimonio de todas las actitudes y virtudes del Reino. La Iglesia, como comunidad, debe expresar realmente en su vida el espíritu de las bienaventuranzas:
- Debe ser realmente pobre, para amar a los pobres y vivir para ellos y como ellos.
- Debe ser humilde, sin triunfalismos, ni pretensiones vanas.
- Debe tener hambre y sed de justicia: ser promotora y animadora constante de la justicia.
- Debe ser pacífica: amar, defender, promover la paz siempre.
- Debe sentirse dichosa de ser insultada, perseguida y calumniada por Cristo.
El testimonio debe ser vivido en todas partes.
La Iglesia, cada cristiano, ha de ser testigo de Cristo en todos los campos de la vida y en todos los lugares donde vive y trabaja.
Testimoniar con signos.
El anuncio y la palabra han de ir acompañados, como hizo Jesús, con el testimonio eficaz de los signos, es decir, con el compromiso de los cristianos por la promoción integral del ser humano.
- Así lo declaró Él mismo en el programa inicial de su actividad apostólica, cuando en la sinagoga de Nazaret se autoaplicó el texto del profeta Isaías: “El Espíritu del Señor está sobre mí porque él me ha ungido. Me ha enviado para dar la Buena Noticia a los pobres…”.
- Así lo declaró cuando le respondió al Bautista sobre su identidad mesiánica: “los ciegos ven y los inválidos andan”.
- Así lo declaró, después de curar a un poseso, ante los fariseos: “Si por Espíritu de Dios expulso yo los demonios, es que ha llegado a ustedes el Reino de Dios”.
La celebración de la Ascensión del Señor nos urge a pasar de la comodidad de los buenos sentimientos a la realidad de los hechos, hasta complicarnos la vida por amor de Cristo y de los hermanos más oprimidos. Solamente así cumpliremos, los discípulos de Jesús, la tarea de hacer real hoy, en nuestro mundo, a Cristo, esperanza y salvación de Dios para el ser humano.
La vida cristiana no puede caer en un inmovilismo; no podemos quedarnos con los brazos cruzados esperando que Dios actúe por nosotros y nos organice la agenda de todos los días.
Dios nos ha confiado la administración de este mundo; con nuestra inteligencia y con el trabajo de nuestras manos debemos transformarlo responsablemente, procurando un desarrollo sostenible. La pasividad es un peligroso efecto de nuestra espiritualidad equivocada.
Esta solemnidad de la Ascensión debe renovar nuestro compromiso evangelizador y que, al alegrarnos con el triunfo de Jesús, nos comprometamos en la construcción de un mundo mejor, pues es el triunfo de la vida sobre la muerte. Ahora más que nunca, necesitamos los colombianos manifestar con nuestro testimonio de vida, de respeto y de diálogo, que es posible un país con mejores condiciones de vida.
La Ascensión del Señor afina la mirada del creyente que debe dirigirse, con igual atención, a las realidades temporales y los asuntos espirituales, evitando parcialidades y sesgos.
La Ascensión del Señor alimenta nuestra esperanza, pues Él es el camino, la verdad y la vida. Su triunfo sobre la muerte es la mejor garantía.