XXXIII Domingo del Tiempo Ordinario
Comentario dominical
13 de noviembre de 2022
Ciclo C: Lc. 21, 5-19
Por: P. José Humberto Toro Palacio, C.Ss.R.
Encontramos al inicio de este pasaje de hoy, una mirada bíblica sobre la historia. Jesús infunde confianza en sus discípulos cuando éstos deban enfrentarse a situaciones difíciles; siempre saldrán vencedores si mantienen su fe en Él.
Los discípulos de Cristo deben seguir esperando llenos de esperanza y alegría su segunda venida, pero teniendo cuidado de no caer en falsos mesianismos que van surgiendo en distintos lugares y logran crear confusiones en los incautos. La única manera de prepararse para encontrarse con Dios es vivir diariamente con Él.
Esta invitación de Cristo la debemos aceptar con gozo, pues aunque en muchas ocasiones nos parezca que todo se sale de control, Jesús tiene el Señorío sobre todo y nada escapa de su mano. Bajo ninguna circunstancia un verdadero discípulo del Señor debe tener miedo al futuro. Aunque todo parezca desmoronarse y el viento esté soplando en contra, Jesús va con nosotros. No se trata de ser ingenuos, sino de una fe robusta, de esa que es capaz de trasladar montañas.
Estas palabras tan reveladoras de Jesús nacen de la admiración de sus discípulos al encontrarse frente al templo de Jerusalén. Una obra arquitectónica realmente hermosa. Además este bello y robusto templo les generaba mucha confianza; si el templo estaba en pie, todo iría bien porque se hacían la idea de que Dios habitaba en medio de ellos. Una antigua seguridad que profetas como Jeremías cuestionaba seriamente.
El anuncio de la destrucción del Templo, es el fin de una fase de la historia, la del pueblo de Israel, el antiguo pueblo de Dios. Antes de que llegue el fin anunciado en los versículos 10 y 11, vendrá el tiempo del nuevo pueblo de Dios, abierto a toda la humanidad y fundado en las acciones y palabras de Jesús. Antes de que todo llegue a su fin, el reino de la justicia debe ser anunciado a todos, esa es la última etapa de la humanidad y su última oportunidad.
La tarea fundamental del creyente es la del “testimonio”. Hay que dar testimonio de todas las palabras acciones que Jesús hizo para instaurar el Reino de Dios en este mundo. Toda persona que es llamada a la fe, debe vivir como vivió Jesús y eso necesariamente va implicar que a los poderosos de este mundo no les guste, porque sus malos negocios y sus injusticias se van a acabar. La lucha que se desata entonces, es inmensa; porque el príncipe del mal no va a querer soltar sus víctimas que por tanto tiempo ha tenido en su poder.
Nos conviene recordar las palabras del apóstol Pablo cuando nos dice “que nuestra lucha no es contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los poderes (gobernantes) de este mundo de tinieblas, contra las fuerzas espirituales de maldad en las regiones celestes” (Ef 6,12).
Es una idea muy vigorosa saber que nuestra fe, que la salvación es siempre una batalla, es una carrera en la que debemos dar lo mejor de nosotros, es el esfuerzo de entrar cada día por la puerta estrecha, aunque bien sabemos que la salvación se recibe como una gracia, como un regalo y no como fruto de mi esfuerzo personal.
Todas estas batallas y terribles situaciones que Jesús anuncia que vendrán, dan la oportunidad para que el cristiano pueda dar testimonio como ya se dijo, pero siempre con una actitud de paciencia, los males que suceden son tomados por Dios para sacar cosas mejores, mucho más grandes donde queda patente su poder y se exalta su Gloria. Nada sucede sin que Dios lo permita y sin que Él obre a través de esas situaciones para sacar el bien. Así son los caminos de Dios. El hecho de que a veces no comprendamos sus designios, no significa que nos haya abandonado. Siempre nos sigue conduciendo a la tierra prometida, como lo hizo con el pueblo de Israel y ahora lo hace con su nuevo, con todos los creen en su Hijo Jesucristo, nuestro Señor y Salvador.