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Comentario dominical – Domingo XXVI del Tiempo Ordinario

01 de octubre de 2023

Ciclo A: Mt 21,28–32

Por: P. Pedro Pablo Zamora Andrade, C.Ss.R.

Introducción[1]

La parábola es tan simple que parece poco digna de un gran profeta como Jesús. Sin embargo, no está dirigida al grupo de niños que corretea a su alrededor, sino a «los sumos sacerdotes y ancianos del pueblo», que lo acosan cuando se acerca al templo.

Según el relato, un padre pide a dos de sus hijos que vayan a trabajar a su viña. El primero le responde bruscamente: «No quiero», pero no se olvida de la llamada del padre y termina trabajando en la viña. El segundo responde con una disponibilidad admirable: «Por supuesto que voy, señor», pero todo se queda en palabras. Nadie lo verá trabajando en la viña.

El mensaje de la parábola es claro. También los dirigentes religiosos que escuchan a Jesús están de acuerdo. Ante Dios, lo importante no es «hablar», sino «hacer». Para cumplir la voluntad del Padre del cielo, lo decisivo no son las palabras, promesas y rezos, sino los hechos y la vida cotidiana.

Lo sorprendente es la aplicación de Jesús. Sus palabras no pueden ser más duras. Solo las recoge el evangelista Mateo, pero no hay duda de que provienen de Jesús. Solo él tenía esa libertad frente a los dirigentes religiosos: «Les aseguro que los publicanos y las prostitutas les llevan la delantera en el camino del reino de Dios».  

Jesús está hablando desde su propia experiencia. Los dirigentes religiosos han dicho «sí» a Dios. Son los primeros en hablar de él, de su Ley, de su templo. Pero cuando Jesús los llama a «buscar el reino de Dios y su justicia», se cierran a su mensaje y no entran por ese camino. Dicen «no» a Dios por su resistencia a Jesús.

Los recaudadores y prostitutas han dicho «no» a Dios. Viven fuera de la ley, están excluidos del templo. Sin embargo, cuando Jesús les ofrece la amistad de Dios, escuchan su llamada y dan pasos hacia la conversión.

En este camino van por delante no quienes hacen solemnes profesiones de fe, sino los que se abren a Jesús dando pasos concretos de conversión al proyecto del Padre.

Los cristianos hemos llenado de palabras muy hermosas nuestra historia de veintiún siglos. Hemos construido sistemas impresionantes que recogen la doctrina cristiana con profundos conceptos. Sin embargo, hoy y siempre, la verdadera voluntad del Padre la hacen aquellos que traducen en hechos el evangelio de Jesús y aquellos que se abren con sencillez y confianza a su perdón.

Todos hemos de preguntarnos con sinceridad qué significa realmente Dios en nuestro diario vivir. Lo que se opone a la verdadera fe no es, muchas veces, el ateísmo o el agnosticismo, sino la falta de coherencia.

¿Qué importa el credo que pronunciamos en nuestros labios, si falta luego en nuestra vida un mínimo de esfuerzo de seguimiento sincero a Jesús? ¿Qué importa –nos dice Jesús en su parábola– que un hijo diga a su padre que a va trabajar en la viña, si luego en realidad no lo hace? Las palabras, por muy hermosas que sean, no dejan de ser palabras.

¿No hemos reducido con frecuencia nuestra fe a palabras, ideas o sentimientos? ¿No hemos olvidado demasiado que la fe verdadera da un significado nuevo y una orientación diferente a todo el comportamiento de la persona? Los cristianos no deberíamos ignorar que, en realidad, no creemos lo que decimos con los labios, sino lo que expresamos con nuestra vida entera.

Comentario

A lo dicho anteriormente por José Antonio Pagola, nosotros quisiéramos agregar una breve reflexión sobre algunos subtemas que nos parecen de algún interés, a saber: 1) La libertad del ser humano y su capacidad para decirse por el bien o por el mal; 2) La relación entre nuestras palabras y nuestros hechos y, 3) la fe cristiana y la voluntad de Dios. Digamos algo sobre cada uno de estos enunciados.

1) La libertad del ser humano y su capacidad para decirse por el bien o por el mal. El asunto aparece planteado en la primera lectura del profeta Ezequiel. Allí se propone la posibilidad de que el justo cambie de camino y se dedique a hacer maldades (18,26); de igual manera, también existe la posibilidad de que un malvado recapacite, se arrepienta de su mal proceder y comience a obrar el bien (18,27).     

La libertad, en un sentido amplio, es la capacidad que tiene el ser humano para escoger entre el bien y el mal. Ahora bien, la libertad del ser humano es finita, limitada, condicionada. No es una libertad absoluta, como la de Dios, que siempre escoge el bien. El drama paulino se repite en cada uno de nosotros. No hacemos el bien que queremos, sino que practicamos el mal que no queremos hacer (Rom 7,19).

Por eso, el ser humano necesita ser sanado en el uso de su libre albedrío. Ese tiene que ser uno de los síntomas de la salvación en Cristo Jesús. En otras palabras, el cristiano es cada vez menos propenso a hacer el mal, sobre todo el que implica dos componentes tan importantes como la conciencia y la libertad.

2) La relación entre nuestras palabras y nuestros hechos. Esta idea aparece en el evangelio del día. Los dos hijos obran de manera errada, y aunque el texto alaba la actitud del primer hijo –el que dijo que no iba, pero después fue–, no está bien decir una cosa y hacer otra. ¿Por qué tanta dificultad para ir de frente con la verdad? En otro texto, Jesús les pide a sus discípulos decir sí o no (Mt 5,37). ¿Por qué decir una cosa y hacer otra? La falta de coherencia nos vuelve sospechosos, poco confiables o nada creíbles; en cambio, la coherencia nos da autoridad moral. Honremos la palabra empeñada, las promesas, los compromisos adquiridos. Parezcámonos un poquito en esto al Maestro de nuestras vidas, Jesús.   

3) La fe cristiana y la voluntad de Dios. La pregunta de Jesús a los jefes religiosos judíos, es: «¿Cuál de los dos hijos hizo la voluntad de su padre?» Ellos respondieron: «El que dijo que no; pero luego se arrepintió y fue». En otras palabras, hasta una respuesta equívoca nos perdonará Dios, siempre y cuando terminemos haciendo lo que nos pidió.  

Para un judío era muy fácil dar con la voluntad de Dios; bastaba con observar la Ley. En la vida cristiana el asunto es un poco más complejo. Tendremos que buscarla en lo que el Señor Jesús nos enseñó con su palabra y con el ejemplo de vida. Todo en él es revelación. Desde los discursos en Mateo hasta la práctica del Maestro en Marcos. En su enseñanza y en su particular estilo de vida está la voluntad de Dios para cada uno de nosotros, cristianos.

Conclusión

El tema dominante en la parábola que hemos analizado anteriormente tiene que ver con la voluntad de Dios. Hablar de la voluntad de Dios o sobre la voluntad de Dios no es un asunto menor. Hay varios pareceres al respecto. No falta quien piense que la voluntad de Dios es una especie de adivinanza diaria. Algunas personas hasta toman su Biblia y, con los ojos cerrados, la abren en alguna página. El texto que primero aparezca ante sus ojos lo consideran como voluntad de Dios para ellos en ese día.

Otros cristianos buscan la voluntad de Dios en el Antiguo Testamento. Su punto de referencia es el decálogo, los diez mandamientos de la ley mosaica. Así les enseñaron a hacerlo en la escuela, en la catequesis y hasta en algunas parroquias. No faltan hojas donde se invita a los penitentes a realizar el examen de conciencia teniendo como telón de fondo los diez mandamientos. Sin duda, es más fácil confrontarse con una ley, con una norma, con un mandamiento, que con el Evangelio.

No faltarán las personas que pregunten: ¿Y qué tiene eso de malo? De malo, nada. Pero nosotros no somos discípulos de Moisés, sino de Jesús de Nazaret. Somos cristianos, no judíos. El Evangelio es un vino nuevo que hay que colocar en odres nuevos (Mt 9,17). Lo otro: llamarse «cristiano» y seguir pautas judías, san Pablo lo llamaba «judaizar» (Gal 2,14).      

Para un cristiano, la voluntad que hay que buscarla en lo que el Señor Jesús nos enseñó a través de su palabra y del testimonio de su vida. Ese es nuestro punto de referencia. El asunto es que, a mucha gente, incluidos algunos pastores de la Iglesia, les parece que el Evangelio del Señor Jesús es demasiado amplio y poco conciso para hacer una revisión de vida. Nos ha faltado hacer una síntesis del mensaje evangélico teniendo como telón de fondo el mandamiento nuevo del amor, y concretizando ese amor en varias direcciones: amor a Dios, amor al prójimo, amor a sí mismo (amor propio, autoestima), amor hacia la creación. ¡Hagan el ejercicio y verán que provechoso resulta!

Que nuestra Madre del cielo nos acompañe en ese propósito. Amén.


   [1] Cf. José Antonio PAGOLA, El camino abierto por Jesús. 1: Mateo, (Madrid: PPC, 2010), 218-224.