XXI Domingo del Tiempo Ordinario
Comentario dominical
21 de agosto de 2022
Ciclo C: Isaías 66,18-21; Salmo 116,1.2; Hebreos 12,5-7.11-13; Lucas 13,22-30
Por: P. Leiner de Jesús Castaño G., C.Ss.R. [1]
Introducción
Hace poco leíamos algunos textos del capítulo doce de Lucas que nos pone en guardia con nuestro destino definitivo. Es lo escatológico, lo último, el destino final; lo que se llamó en un tiempo en la Iglesia los novísimos. En el capítulo trece tenemos varios temas o perícopas como: la invitación a la penitencia, la higuera estéril, la curación de una mujer encorvada, las parábolas del grano de mostaza y la levadura. Seguidamente Lucas nos trae el texto que hoy escuchamos en la liturgia, el cual la Biblia de Jerusalén titula: “la puerta estrecha, reprobación de los judíos infieles y vocación de los gentiles”
- Una pregunta curiosa. En el camino de Jesús a Jerusalén, una persona anónima y muy curiosa le pregunta al Maestro si son pocos los que se salvan, obviamente es un judío. Israel se sentía depositario de la salvación y por tanto condenaba a los paganos o gentiles que por fuerza eran considerados excluidos de dicha salvación. Jesús, con ironía de la más cruel, le pudo haber contestado: te salvarás tú y los de tu familia, los demás ¡difícilmente! La persona se pudo haber ido muy feliz y contenta por un lado al ver que pertenecía al grupo de los elegidos, y que son muy pocos estos privilegiados, y con un “fresquito” al pensar que la mayoría estaba inclinada a la condenación. Disculpen la ironía, no de Jesús, sino de quien escribe estas líneas.
Los seres humanos amamos las estadísticas. Son importantes, no hay duda. En la Universidad se estudia la estadística y, a decir verdad, no es tan fácil manejar todos sus conceptos técnicos exactos. Muchas veces buscamos las estadísticas para ver nuestro crecimiento y para que nuestro “ego”, como personas o como instituciones, se infle al constatar que es mucho lo que estamos haciendo.
Jesús no le da importancia al número y sí a la calidad. Más tarde responderá con un sentido de universalidad y de inclusión, para usar una palabra muy de moda entre nosotros: oriente, occidente, norte y sur. De todas partes “se sentarán a la mesa del Reino de Dios”. Cuando se habla de los cuatro puntos cardinales tendremos que entender la diversidad de culturas, edades, géneros, maneras de pensar y ver la vida. Todas y todos han sido invitados a la mesa, a gozar del banquete entendido como fiesta que no tiene fin.
- La puerta estrecha. Jesús evita los números estadísticos y se fija en el esfuerzo significado en la “puerta estrecha”. Los seres humanos podemos tener la tendencia a la vida superficial, a buscar lo fácil, la tangente en la geometría de nuestros compromisos diarios. Si se trata de la fe, de seguir a Jesús y conseguir la vida eterna, la idea es un camino que no es para nada fácil de recorrer. El mismo Jesús fue claro en decir “si alguno no toma su cruz y me sigue, no es digno de mi” (Lc 9, 23; Mt 16, 24). Obviamente esto tenemos que entenderlo desde la lógica del amor. Jesús amó a su Padre infinitamente, lo mismo a los seres humanos por quienes dio su vida en los treinta y tres años que vivió, y en la cruz, especialmente. Para mostrar dicho amor: vivió pobre, fue obediente al Padre, oró sin cesar, anduvo los caminos polvorientos de la Galilea y otros lugares, se enfrentó a sus enemigos naturales: fariseos, escribas, letrados, sacerdotes, etc.; predicó la Palabra, dio ejemplo de ser humano cercano al humilde, al pobre, al de la periferia, para quienes mostró su misericordia.
Fijémonos en la vida de nuestras madres, de nuestros padres y de tantos pastores santos que nos han servido en las diferentes épocas de nuestra vida humano-cristiana: sufrieron desvelos, sufrimientos, lágrimas, sacrificios. Son las espinas en la rosa que, de manera excepcional, la hacen bella y atractiva.
Seguir a Jesús es luchar consigo mismo, con las tendencias, con el pecado, con nuestro natural deseo a ser egoístas y a buscar nuestro único bienestar cueste lo que cueste; como quien le preguntó a Jesús si serían pocos los que se salven. Seguir a Jesús es renunciar a un mundo frívolo y materialista, es pensar en el humilde, en el necesitado, como quiso San Alfonso para sus hijos pues nos envió como Jesús a “evangelizar a los pobres” y a ser evangelizados por ellos. La intuición de Alfonso allá en Scala, Italia, lugar donde nació la Comunidad Redentorista, no es única. Los fundadores, iluminados por el Espíritu Santo, han dado a sus comunidades el mismo mandato, expresado de diferentes y ricas formas de servicio: atender al ser humano al que no se le reconoce su dignidad.
- Nuestras seguridades. Jesús continúa su enseñanza reconociendo que muchos prefirieron la puerta ancha. Incluso algunos lo oyeron personalmente, comieron con él y gozaron con él. Estos vieron una puerta ancha y se salieron de su proyecto y se cerró la puerta. Jesús usa la imagen del amo que se levanta y cierra la puerta y algunos quedan dentro, pero otros fuera. Estos últimos tocarán la puerta y dirán: “Señor, ábrenos”. Olvidaron que el Señor había abierto la puerta, pero ellos por su voluntad y libre albedrío habían salido y resultaron excluidos, la respuesta del amo es: “no sé de dónde son. Aléjense de mí todos los que obran la iniquidad”.
Quienes tocan a la puerta habían estado dentro y se habían salido, se dedicaron a obrar la iniquidad. Habían acogido el proyecto de Jesús, pero no fueron perseverantes, no tuvieron raíces, como la parábola de la semilla que cayó en el camino y en las piedras. La infidelidad a Jesús los llevó a hacer el mal a los demás, a ellos mismos y a la naturaleza pecando contra Dios.
Lo más grave es que estaban seguros de sus prácticas, de su pertenencia al pueblo de Israel y al grupo de Jesús. Se quedaron en lo externo y no hicieron la voluntad del Padre Dios que el mismo Jesús enseñó con su vida y sus palabras.
- El fracaso. Nadie quiere hablar de fracaso, condenación, rechazo. Jesús no le da un nombre a ese estado o a ese “lugar”, habla de lo que se experimenta en ese mundo de la exclusión: “allí será el llanto y el rechinar de dientes” cuando se vean “arrojados fuera” del mundo de los patriarcas y profetas en el Reino de Dios. Quienes tenían un proyecto egoísta y que vivieron la iniquidad, serán excluidos. Otros, aparentemente excluidos, ahora llegan al Reino de Dios, vienen de todos los puntos cardinales.
- Conclusión. Me gusta la idea de San Ignacio de Loyola de trabajar y luchar por nuestra salvación como si solo dependiera de nosotros y dejar todo en manos divinas como si solo dependiera de Dios.
Mientras el proyecto sea más grande, más elevado, mayor tiene que ser nuestro esfuerzo, lucha, dedicación y devoción. Aquí se trata de la vida eterna. Se trata de seguir a Jesús con su cruz y sus exigencias. Se trata de hacer la voluntad del Padre por dura que parezca en diferentes momentos de la vida. Se trata de abrirnos a la acción del Espíritu Santo para que Él haga su obra en mí, en nosotros, en la Iglesia y en la sociedad.
Para conseguir el objetivo tenemos la Palabra de Dios, los sacramentos, la espiritualidad de la Iglesia y el esfuerzo que han plasmado los hombres y mujeres espirituales en la ascesis, tema que se conoce en la historia de la espiritualidad cristiana.
El lunes pasado celebramos la asunción de María o lo que es lo mismo su victoria, su triunfo que es también en cierta manera nuestro propio triunfo o el triunfo de la humanidad. No fue fácil el camino recorrido por esta humilde mujer nazaretana, pero es el mejor y más cercano estímulo para Usted y para mí, caminantes de a pie por el camino de la vida.
[1] Este texto originalmente escrito para la página Web de los Misioneros Redentoristas en Colombia, será adaptado para radio, como reflexión para el programa “Notas Humanas y Divinas” de RCN y los Misioneros Redentoristas el 21 de agosto de 2022.