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XIV Domingo del Tiempo Ordinario

Comentario social

3 de julio de 2022

Ciclo C: Lc. 10, 1-12.17-20

Por: P. José Pablo Patiño Castillo, C.Ss.R.

Si vamos regularmente a la Eucaristía, nos damos cuenta de que el gesto de saludar o dar la mano a quienes están cerca de nosotros en el templo, ya ha entrado en nuestras costumbres religiosas. Es un logro importante. Es satisfactorio que en este mundo post-moderno tan dividido e individualista, en medio del encuentro oficial con Dios, los cristianos participantes nos deseemos el bien con gesto amable.

Hace ya mucho tiempo, más de dos mil años, que Jesús, el maestro judío les deseó la paz a sus primeros discípulos y les encargó, como dice hoy el Evangelio, que la llevaran a todos los lugares del mundo. Que al visitar una familia dijeran: “Paz a esta casa”.

Un buen propósito de quien ha participado en la celebración dominical en el templo parroquial es sentirse portador de paz, el don que ha recibido del mismo Jesucristo a través de su Iglesia. Que nos esforcemos por hacer del hogar, de la vecindad, del centro educativo, del lugar de trabajo, de la oficina espacios de paz. Todo porque allí un discípulo de Jesucristo que lo ha recibido de Cristo y de la Iglesia, reparte generosamente el don de la paz, en forma de diálogo, de tolerancia, de respeto, de ayuda, de reconciliación. Y esto como contraste a tanta guerra, como de Rusia contra Ucrania, a tanto conflicto como en Estados Unidos, aborto sí, aborto no, armas sí, armas no, a tanta confrontación como en nuestro país, izquierda sí, izquierda no…                                                                                                                            

Al signo de la paz, recibida y dada, sigue la recepción de la Eucaristía. Esto significa que la adecuada preparación para recibir en nosotros la vida de Jesucristo, es la búsqueda de la paz y la hermandad; como también su mejor fruto. De otro modo, la Eucaristía no significa nada. Será sólo un rito sin sentido. La religión entonces no será algo irrelevante, algo relegado a una sacristía o un rincón escondido de la casa.                                                                                                                                           

De aquí que la paz en la liturgia eucarística que impregna la vida del cristiano, no es una paz cualquiera, la que se nos acomode mejor a nuestros intereses personales o políticos. Recibimos y nos damos la paz de Jesucristo. La paz que nace y vive en la muerte y resurrección del mismo Señor. Por eso, la paz que hemos de vivir y comunicar es un gesto de reconciliación, de superación de las divisiones, enemistades y señalamientos, incluso políticos, para convivir en diálogo permanente de modo que, a pesar y en medio de las diferencias posibles trabajemos por una sociedad más humana, de oportunidades para todos.                                                                                                                                    

Y, al mismo tiempo, es una tarea que los cristianos asumimos en unión con todos los seres humanos de buena voluntad: la de contribuir desde nuestra condición social para que todos los habitantes del país participen en la producción y en la distribución de los recursos. Es lo que pedimos a Dios en la oración del Padre Nuestro: “Danos nuestro pan de cada día”. Es decir, que obremos de tal manera que a nadie le falta y lo necesario para una vida digna humana.