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Por: P. Antonio Gerardo Fidalgo, C.Ss.R.

Una frase que va desde ser un título de una novela (Margaret Mazzantini), que relata la intimidad del amor que se rompe y se abre al futuro de forma esperanzada, a slogan para enfrentar la presente “pandemia” utilizada ampliamente en los medios por varias personas. Una frase que sirve tanto para dar ánimos como para alentar actitudes sociales. Pronunciada por el papa Francisco, desde el punto de vista religioso, asume tonalidades aún más significativas. Según él, en este contexto epocal «nos dimos cuenta de que estábamos en la misma barca, todos frágiles y desorientados». La actual situación puso de manifiesto una crisis mundial sin precedentes, a la cual se le suman de modo más o menos evidente otras tantas crisis locales y globales, que están allí amenazando cotidianamente nuestra humanidad. Francisco ha afirmado que de esta crisis «nadie se salva solo/a»[1]. No es fácil olvidar la imagen de un Papa en medio de una desierta plaza san Pedro, bajo una lluvia tenue y un panorama que reflejaba un clima mundial donde la mayoría de la humanidad experimentaba el avance de una oscuridad que hasta el día de hoy nos sigue acompañado. Pero, la cuestión no es tanto lo que sucedió o cómo dicha frase se fue acuñando. Lo más importante es saber en qué medida refleja la realidad y, más aún, en qué medida puede darle una orientación superadora.

Se podría decir que el magisterio del papa Francisco pone su piedra angular en la inclusión[2]. Por lo tanto, pone su esfuerzo pastoral en superar todo paradigma que por principio o consecuencialmente excluya, margine, descarte o menosprecie[3]. Para ello intenta recordar, de muchas formas, lo importante de la centralidad humana y cristiana de la comunión, de la relacionalidad, de la fraternidad/sororidad universal, abierta y solidaria. Pues como creyente parte del profundo convencimiento que «la alegría del Evangelio es para todo el pueblo, no puede excluir a nadie» (EG, n. 23).

Se puede decir que no solo insiste con palabras sino con gestos, humanos, pastorales, profundamente evangélicos, para recordar la importancia de este camino comunional de realización, de salvación en y de la historia[4]. Así por ejemplo, en estos días (04.02.2021) participó a la primera Jornada internacional de la Fraternidad Humana, establecida por la Asamblea General de las Naciones Unidas (21.12.2020). Participó (online) junto al Gran Imán de Al-Azhar, Ahmad Al-Tayyeb. Es la fecha que recuerda la firma del Documento sobre la Fraternidad Humana por la Paz mundial y la Convivencia común (2019). Religiones y personas abiertas a un futuro más humano, buscando desde diversos ángulos los posibles caminos para que nadie quede fuera, inventando alternativas en las que nadie pretenda salvarse aisladamente y, muchos menos, a costa de los demás o dejando fuera a los demás, sobre todo cuando se trata de los más “desfavorecidos”.

Todos estos gestos son un llamado al mundo de las relaciones sociales, políticas y económicas, porque la inercia de los modelos pragmáticos, individualistas y tecnocráticos son muy fuertes e impregnan, de modo muy variado, gran parte de nuestros sistemas de vida. Despertar y formar las consciencias en orden a generar sistemas de vida y paradigmas sistémicos más holísticos y humanizantes, es la gran tarea. Aquí la teología moral tiene una buena inspiración para repensarse y relanzar su misión sapiencial y profética. Este año dedicado a profundizar el proyecto de Amoris laetitia sobre el matrimonio y la familia puede ser una gran oportunidad. Apostar desde esta realidad fundamental de la vida de la Iglesia y de la sociedad, buscando dar pasos concretos, superando cerrazones y mezquindades, dejando que el amor nos lleve por caminos reales de integración, es la gran misión[5].


[1] El papa Francisco afirma y proclama, en continuidad con el Vaticano II, esta gran verdad primordial: «Esta salvación, que realiza Dios y anuncia gozosamente la Iglesia, es para todos, y Dios ha gestado un camino para unirse a cada uno de los seres humanos de todos los tiempos. Ha elegido convocarlos como pueblo y no como seres aislados. Nadie se salva solo, esto es, ni como individuo aislado ni por sus propias fuerzas. Dios nos atrae teniendo en cuenta la compleja trama de relaciones interpersonales que supone la vida en una comunidad humana» (EG, n. 113); «Nadie se salva solo, como individuo aislado, sino que Dios nos atrae tomando en cuenta la compleja trama de relaciones interpersonales que se establecen en la comunidad humana: Dios quiso entrar en una dinámica popular, en la dinámica de un pueblo» (GetE, n. 6; cf. n. 90); «Es verdad que una tragedia global como la pandemia de Covid-19 despertó durante un tiempo la consciencia de ser una comunidad mundial que navega en una misma barca, donde el mal de uno perjudica a todos. Recordamos que nadie se salva solo, que únicamente es posible salvarse juntos» (FT, n. 32)

[2] «Anhelo que en esta época que nos toca vivir, reconociendo la dignidad de cada persona humana, podamos hacer renacer entre todos un deseo mundial de hermandad. Entre todos: He ahí un hermoso secreto para soñar y hacer de nuestra vida una hermosa aventura. Nadie puede pelear la vida aisladamente. […] Se necesita una comunidad que nos sostenga, que nos ayude y en la que nos ayudemos unos a otros a mirar hacia delante. ¡Qué importante es soñar juntos! […] Solos se corre el riesgo de tener espejismos, en los que ves lo que no hay; los sueños se construyen juntos. Soñemos como una única humanidad, como caminantes de la misma carne humana, como hijos de esta misma tierra que nos cobija a todos, cada uno con la riqueza de su fe o de sus convicciones, cada uno con su propia voz, todos hermanos» (FT, n. 8).

[3] «Cuando el corazón está auténticamente abierto a una comunión universal, nada ni nadie está excluido de esa fraternidad […] Todo ensañamiento con cualquier criatura es contrario a la dignidad humana. No podemos considerarnos grandes amantes si excluimos de nuestros intereses alguna parte de la realidad […] Todo está relacionado, y todos los seres humanos estamos juntos como hermanos y hermanas en una maravillosa peregrinación, entrelazados por el amor que Dios tiene a cada una de sus criaturas y que nos une también, con tierno cariño, al hermano sol, a la hermana luna, al hermano río y a la madre tierra» (LS, n. 92).

[4] «Un ser humano está hecho de tal manera que no se realiza, no se desarrolla ni puede encontrar su plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás. Ni siquiera llega a reconocer a fondo su propia verdad si no es en el encuentro con los otros: Solo me comunico realmente conmigo mismo en la medida en que me comunico con el otro. Esto explica por qué nadie puede experimentar el valor de vivir sin rostros concretos a quienes amar. Aquí hay un secreto de la verdadera existencia humana, porque la vida subsiste donde hay vínculo, comunión, fraternidad; y es una vida más fuerte que la muerte cuando se construye sobre relaciones verdaderas y lazos de fidelidad. Por el contrario, no hay vida cuando pretendemos pertenecer sólo a nosotros mismos y vivir como islas: en estas actitudes prevalece la muerte» (FT, n. 87; cf. nn. 94-95; 121; 137).

[5] «Se trata de integrar a todos, se debe ayudar a cada uno a encontrar su propia manera de participar en la comunidad eclesial, para que se sienta objeto de una misericordia inmerecida, incondicional y gratuita. Nadie puede ser condenado para siempre, porque esa no es la lógica del Evangelio. No me refiero solo a los divorciados en nueva unión sino a todos, en cualquier situación en que se encuentren» (AL, n. 297; cf. nn. 321; 323).