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Por: P. Edward Julián Chacón Díaz, C.Ss.R.

Desde sus primeros años nuestra congregación ha sido reconocida por el carisma misionero, esto incluye los distintos apostolados que de ella se desprende. Sin embargo ha sido poca la mirada histórica en la simbiosis de “misión y juventud”. Además al acercarnos a la figura de nuestro fundador reconocemos sus distintas cualidades y procesos relacionales con intelectuales, pobres, sacerdotes, seminaristas, etc; pero muy poco se ha vislumbrado la aproximación de San Alfonso María de Liguori con la juventud de su tiempo.

Como premisa, se debe tener en cuenta que durante el siglo XVIII no existía una Pastoral Juvenil definida, aunque existían labores con jóvenes, un ejemplo es el Oratorio Filipense, al que san Alfonso en sus años juveniles asistió. Quizás dicha experiencia influyó notablemente en la espiritualidad alfonsiana.

Por otro lado, el contexto juvenil de la época que vivió San Alfonso está determinada por dos factores: el de los jóvenes pobres, que vivían en los suburbios de Nápoles, sumada a la escasa enseñanza básica (gramática, ciencias, matemáticas) se añadía la parca espiritualidad acentuada en presupuestos rigoristas y supersticiosos. En el segundo escenario estaba la realidad que tenía la juventud noble, influenciada por el “Enciclopedismo Francés” y la floreciente Ilustración, que pregonaba los principios de la razón y por ende asentaba la incredulidad en la vida espiritual. En esta línea san Alfonso escribe:

“Estas plantas (los jóvenes) deben cultivarse.  El mayor bien y el mayor mal en la ciudad y en las provincias no depende más que de la juventud”.

Asimismo se puede intuir que varios miembros de las “Capillas del atardecer” eran jóvenes y quizás algunos pastores (cabreros) de Scala oscilaban en una edad de quince a veinticinco años; del mismo modo la misión predicada por San Alfonso daba cabida a la población juvenil. Igualmente siendo obispo aprovechaba la oportunidad de dirigirse a los jóvenes, a quienes insistía el amor a Jesús y María.

Referente a lo anterior, Tannoia describe la posición de San Alfonso en los siguientes términos:

“Alfonso no quería que sus misiones fueran humo de paja”, por eso en los lugares más poblados organizaba diversas fraternidades. Sacerdotes, artesanos, (…) jóvenes. De igual manera sostenía que la comunión de los jóvenes reviste a la misión de un carácter festivo inolvidable”.

Nos ajena para nosotros el aprecio que san Alfonso tenía hacía sus formandos e incluso durante los primeros años del instituto y en posición a Falcoia, Alfonso buscaba los medios para establecer un estudiantado como centro de formación para los futuros congregados. En línea a lo anterior san Alfonso escribe a los novicios de Deliceto:

¡Ánimo y con alegría! Háganse santos y amen mucho a Jesucristo, que ha dado la vida por amor de cada uno de ustedes. 

No solamente Alfonso se dirigió en correspondencia a los jóvenes seminaristas y sacerdotes, también la empleó para jóvenes ajenos a la vida consagrada, una muestra de esto es una carta dirigida a sus sobrinos, que eran estudiantes en Nápoles:

Temen a Dios como Señor, pero ámenlo aún más como padre. ¡Padre nombre bien dulce que le dan todos los días en el Padrenuesto. Sí, Dios es un Padre; ámenlo con ternura. Él es padre, y ¡qué padre! Su bondad, su dulzura, su amor, su ternura, su benevolencia, su misericordia son otros tantos títulos que deben movernos a amarlo con un tierno y filial reconocimiento. Felices ustedes si lo aman sinceramente desde los años juveniles (…)

Finalmente en este mundo en que muchos jóvenes se encuentran sumergidos en el relativismo moral y espiritual, sumado al consumismo; San Alfonso se nos presenta como paradigma de esta época, en que la conciencia juvenil no está configurada con los ideales del Señor Jesús y en que la oración como medio de sintonía con Dios está interrumpida por las preocupaciones de la cotidianidad.