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Solemnidad del Corpus Christi

Comentario social

6 de junio de 2021

Ciclo B: Mc. 14, 12-16.22-26

Por: P. José Pablo Patiño Castillo, C.Ss.R.

Para tratar de entender lo que celebramos en este día, la presencia de Jesucristo en la Eucaristía, es conveniente tener en cuenta las principales preocupaciones de Jesús durante su vida en la tierra. Un experto en las Escrituras dice que fueron tres las tareas que ocupaban su tiempo:                                                     

  • Atender los dolores y sufrimientos de la gente;                               
  • hacer que las personas tuvieran buenas relaciones entre sí, en las familias, las vecindades, la sociedad;                                                          
  • ofrecer oportunidad de saciar el hambre por medio de comidas comunitarias.

Si nos fijamos bien, en las dos primeras tareas Jesús trata de motivar a las personas para tener actitudes de justicia, de honradez, de respeto, caridad y paciencia entre unos y otros, incluso, invitándoles a seguir su ejemplo:  “Ámense unos a otros como yo los he amado a ustedes”.       

Sin embargo, en relación al hambre de la gente, Jesús no trató de resolver el problema dando a cada uno trozo de pan o un mercado sino motivando para compartir lo mucho o poco de que se disponía.

Las varias ocasiones en que el Maestro se da cuenta de la necesidad y del cansancio de la gente, tiene cuidado de que los discípulos busquen soluciones claras para aliviar el hambre de la gente. Habría posibilidad de su intervención, pero siempre hacía que se dieran cuenta de lo que tenían:”¿Cuántos panes tienen?”.              

Así pareció indicarnos que la solución al hambre de la gente es responsabilidad de la sociedad; y que sus discípulos, como comunidad creyente, han de motivar a compartir los recursos de modo que “no haya ningún ser humano que padezca necesidad”.

Esas comidas comunitarias para saciar el hambre de la gente eran, según los biblistas un preanuncio de la comida de despedida, la “última Cena”. El evangelista Juan, autor del cuarto evangelio, en el capítulo VI, luego de una esas comidas comunitarias, pone en boca de Jesucristo una larga conversación en la que él mismo se ofrece como pan de vida, y vida en abundancia, es decir, de vida íntegra, alma y cuerpo, de cada uno y de todos los seres humanos. La Eucaristía, que nos hace presente a Jesucristo, está vinculada naturalmente en la mente de Jesucristo y del evangelista que no alude a la cena última, a saciar la necesidad de la gente.

Celebrar la eucaristía es, entonces, tomar la vida de Cristo, compartir los “sentimientos y pensamientos de Jesucristo”, vivir a plenitud como discípulos suyos, para enseguida motivarnos de modo que en la comunidad compartamos los recursos para que nadie pase necesidad.  El mundo hoy nos ofrece millones de personas hambrientas, víctimas del manejo inhumano de la economía. Eso no está de acuerdo con la voluntad de Dios, que lo creó todo para bien de todos. 

En nuestro país, los informes del mismo gobierno nos refieren que un 35% de colombianos están bajo pobreza extrema y un 20% de pobreza relativa. Es posible que estos números estén más altos luego de la pandemia y el paro social. Es la consecuencia de una larga historia de inequidad social agravada ahora con el manejo de los problemas actuales de los que aún no salimos con éxito.

Los cristianos que tomamos el Pan de vida tenemos la responsabilidad de mover a las autoridades y dirigentes que organicen la producción y la distribución de los recursos de una manera equitativa de modo que se corrija la desigualdad social, una de la más grandes en América Latina. Y mientras tanto colaborar con las organizaciones no gubernamentales que se preocupan de atender a los necesitados.   

Estamos bien lejos de aquel ideal, (¿o realidad?) de la comunidad en los primeros tiempos de la vida cristiana cuando se dice que “no había entre ellos ningún necesitado”(Hech. 2,42)