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Domingo de Pascua

Comentario dominical

09 de abril de 2023

Ciclo A: Juan 20, 1 – 9

Por: P. Luis Alberto Roballo Lozano, C.Ss.R.

Los cuatro evangelios terminan con el relato de la resurrección. A los tres días de su muerte de Jesús su tumba está vacía. Marcos reporta el hallazgo de la tumba vacía y en su narración termina sin más su relato sobre Jesús. En cambio los otros tres evangelistas narran las apariciones de Jesús resucitado[1]. El acontecimiento de Jesús resucitado inspira la predicación del Evangelio que se presenta en acción y se describe en el libro de los Hechos de los Apóstoles y todos los escritos del Nuevo Testamento como inspirador y representante de la primera difusión del Evangelio. Nos damos cuenta de que el cristianismo primitivo fundaba su fe, no en una reconstrucción científica del Jesús histórico, sino en el mensaje proclamado y escuchado de que Cristo había muerto y resucitado[2].

Al acercarnos a cualquiera de los pasajes que refieren la resurrección de Jesús en el Nuevo Testamento nos damos cuenta de que son testimonio y de que tratan de un acontecimiento desacostumbrado y asombroso.  Por su forma estos testimonios se pueden dividir en dos clases: testimonios en forma de confesión y proclamación de fe y testimonios en forma de narración[3].

El texto más frecuentemente citado sobre la resurrección de Jesús es el de la Primera Carta a los Corintios (1 Cor 15, 3-8) que es una confesión recibida a la que va unida una serie de apariciones del resucitado a las que se une la aparición personal tenida por Pablo y en la cual vincula la confesión recibida y aceptada de la resurrección con la mención de las apariciones a varias personas y finalmente a él, convirtiéndose en el motivo vinculante de su vocación apostólica[4]. “1Hermanos, les recuerdo el evangelio que les anuncié, el que aceptaron, en el que permanecen firmes, 2y por el que se salvarán, si lo retienen tal y como se lo anuncié, pues de lo contrario habrían creído en vano. 3Les transmití, en primer lugar, lo que a mi vez yo recibí: que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; 4que fue sepultado y resucitó al tercer día, según las Escrituras, 5y que se apareció a Pedro y luego a los doce. 6Se apareció también a más de quinientos hermanos de una vez, de los que la mayoría viven todavía; otros murieron. 7Luego se apareció a Santiago, después a todos los apóstoles; 8y después de todos, como a uno que nace antes de tiempo, también se me apareció a mí” El credo que Pablo transmite es una proclamación de fe que incluye de manera breve la relación de apariciones del resucitado y la unión entre la muerte, la sepultura y la resurrección. Todo es presentado como Evangelio y contenido de la fe.

Después de estos preámbulos damos un breve comentario del Juan 20, 1-9 que nos ocupa:  

v. 1: El primer día de la semana: esta circunstancia de tiempo tiene valor cristiano: a partir de la resurrección de Jesús,  el día de fiesta semanal no será el sábado, el séptimo, sino el primer día que pronto se llamará “dies Domini” “Día del Señor”. Solamente se entiende ese cambio que recoge la conclusión de la obra creadora y toda la historia del pueblo con un acontecimiento capaz de sustituir el sentido de la historia en la cultura del cristianismo y de los pueblos.

La visita de María Magdalena al sepulcro a la madrugada recoge la información de la piedra quitada, lo que la pone en alarma sobre la suerte del cadáver del Maestro, a quien quería visitar y, en lo posible, completar su embalsamamiento.

vv. 2-5: la prisa de la Magdalena y luego la de los apóstoles Pedro y Juan corresponden al estado de ánimo con que visitan el sepulcro y al estado de desamparo que viven. Juan se  asoma y, sin entrar, ve los lienzos en el suelo.

vv. 6-7: Pedro llega enseguida y es el primero en entrar al sepulcro y ve lo mismo que ha visto Juan: los lienzos están en el suelo. Y se da cuenta de que el sudario con que habían cubierto la cabeza está doblado y colocado a parte. Una primera conclusión es que en el sepulcro no está el cadáver pero no puede decirse que la tumba está vacía pues están los lienzos con que cubrieron el cuerpo y se indica el modo como encuentran el sudario con el que cubrieron la cabeza, doblado y puesto aparte. La tumba corresponde a la dispuesta para sepultura de Jesús, de cuya entrada ha sido corrida la piedra y dos espacios principales, uno para preparación del cuerpo y otro para la colocación del cadáver.

v. 8: El ingreso de Juan hace cambiar completamente la escena. Se precisa quién entra después de Pedro con una referencia al grupo de los doce entre los que, a veces, sin nombrarlo lo identifican como “el otro discípulo”. En la escena actual,   se distingue también de Pedro. La experiencia de Juan se describe con dos verbos que unidos adquieren la importancia del testigo ocular como generadora de verdad y credibilidad. De Juan se dice que “vio y creyó”.

v. 9: este último versículo aclara lo que ha pasado: en ese momento Juan comprende que en las Escrituras estaba consignado el anuncio de la resurrección de entre los muertos. Este tema es mencionado en los anuncios de la pasión y en las confesiones y narraciones de la resurrección. Las Escrituras tienen categoría histórica y generan certeza en los acontecimientos que narran. Pero ante todo generan el acto de fe que ha vivido Juan y que lo comunica para generar esa misma respuesta de fe. La pareja de verbos  “ver y creer” no es exclusiva de este pasaje[5]. Se emplea en el centro de la llamada “cuestión Joánica” que incluye dos temas unidos entre sí: el primero sobre quién es el autor del cuarto evangelio y cuál es el propósito que ha tenido al escribir su Evangelio, paralelo y diferente a los “Evangelios Sinópticos”. Su propósito es claramente enunciado  No nos perdemos en la cuestión del autor del Evangelio y damos fe a su identificación con “el otro discípulo”  que al recibir el mensaje de la Magdalena corre al sepulcro junto con Padro a quien respetuosamente cede el paso al ingresar en la sepultura.

Con el uso de la pareja de verbos Juan asume su papel de testigo ocular e invita a la fe a quienes reciben su testimonio: para que crean que Jesús es el mesías, el hijo de Dios, y para que creyendo tengan vida en su nombre (Jn 20, 31)[6].

El Evangelista Marcos nos dejará ante la tumba vacía. Los Sinópticos, Juan, los muchos testigos de las siguientes semanas tendrán experiencias diferentes como los discípulos encerrados por miedo a los judíos, la Magdalena que insiste en verificar lo que pasó con el supuesto hortelano, el incrédulo Tomás, los dos caminantes de Emaús, los discípulos que vuelven a sus redes de pescadores o se encaminan a Galilea.                                                                  

 «Como el hortelano, Jesús quiere sembrar en el corazón de María un granito de mostaza: no se pueden extender los sentidos para tocar al que sube al Padre de la misma manera que se llora por un hombre muerto. En esa mujer se anunciaba la Iglesia de los gentiles que creería en Cristo después de su ascensión al Padre»[7].

Algunos científicos que se han afanado por establecer y en lo posible verificar qué  pasó en el sepulcro a los tres días de sepultado el cuerpo de Jesús. Casi siempre llegamos corriendo y un tanto agitados, aceptamos que otros entren primero y después nos damos cuenta de que Él no está aquí pero que la tumba no ha quedado del todo vacía porque han quedado algunas evidencias de lo que pasó. Y como Juan, “el otro discípulo”, ante el sepulcro, descubrimos que una fuerza luminosa ha dejado unos lienzos por el suelo y un sudario que envolvió piadosamente la cabeza de Jesús, cuidadosamente doblado y colocado aparte y vemos y creemos. Pero siempre serán muy diferentes y, a veces,  noche cerrada y oscura, en apreciación de un teólogo y poeta:

«Las razones de sus servidores fueron para mí noche cerrada y oscura que no pudieron iluminar, y que no se compara con el resplandor del milagro que contemplo ahora y que no me esperaba. Veo a Cristo mientras las puertas están cerradas. Si me hubieran dicho que se había aparecido de esta manera no habría sido incrédulo: yo estaba pensando en su entrada y salida de María. Solo me dijeron que lo habían visto. Pero el que no lo ha visto, ¿cómo podrá decir: Tú eres nuestro Señor y nuestro Dios?»[8].


[1] Alberto de Mingo Kaminouchi, (2019) La Biblia de principio a fin. Una guía de lectura para hoy, pp. 323-336, Ediciones Sígueme, Salamanca.

[2] Romano Penna, (2010) I Ritratti originali di Gesú il Cristo. Inizi e sviluppi della Cristología neotestamentaria,   pp. 186-228, Edizioni San Paolo,  Cinisello Balsamo (Milano).

[3] Joseph Ratzinger/Benedicto XVI, (2013). Jesús de Nazareth. La figura y el mensaje, pp.571 ss.Bogotá, Universidad Santo Tomás- Ediciones San Pablo.

[4] Joseph Ratzinger/Benedicto XVI, (2013). Jesús de Nazareth, p. 573

[5]  Maximilian Zerwick, S.J. & Mary Grosvenor (2010). A Grammatical Analysis of the Greek New Testament. Gregorian & Biblical Press (GBP), Roma. Y BibleWorks 10, Software for Biblical Exegesis and Research, Norfolk, Virginia.

[6] Joseph Ratzinger/Benedicto XVI, (2013). Jesús de Nazareth, p. 280

[7] Agustín de Hipona (354-430), Comentario al Evangelio de Juan, 121, 3

[8] Romano Melodio (490-556),  Himnos,Tomo V, XLVI, 9.