VI Domingo de Pascua
Comentario dominical
22 de mayo de 2022
Ciclo C: Jn 14, 23-29
Por: P. Víctor Chacón Huertas, C.Ss.R.
1. “Hemos decidido, el Espíritu Santo y nosotros, no imponeros más cargas que las indispensables”. Esa era la decisión de los apóstoles tras la controversia surgida en la fundación de nuevas comunidades. Lo importante no es la sujeción a la regla sino la sujeción a Cristo, que es lo esencial, para ser cristianos. Las antiguas prácticas judías se van viendo cada vez más claramente como obsoletas. Y enviaron apóstoles para que ratificaran lo que Bernabé y Pablo ya habían dicho. Que lo esencial es Cristo. Aún así, conviene que tengáis en común con nosotros algunas costumbres, para que no se diga que cada cual hace lo que quiere. En la Iglesia coexisten las dos tentaciones. La de quien encuentra su seguridad en las normas que busca imponer a los demás; y la de quienes huyen de toda norma y deciden hacer de su criterio la vida al margen de la comunidad. Procuremos, como los apóstoles, caminar por la vía de en medio, es lo más sano y lo más cristiano.
2. El Apocalipsis realiza un bello retrato de Jerusalén, la ciudad santa, que Dios viene a renovar: “La muralla tenía doce basamentos que llevaban doce nombres: los nombres de los apóstoles del Cordero. Santuario no vi ninguno, porque es su santuario el Señor Dios todopoderoso y el Cordero. La ciudad no necesita sol ni luna que la alumbre, porque la gloria de Dios la ilumina y su lámpara es el Cordero”. Un retrato que nos habla de la belleza de nuestra fe, fundamentada sobre los apóstoles, como ya hemos visto en la primera lectura. Y una fe que ante todo es adhesión a Jesucristo. Por eso la ciudad no necesita luz que la ilumine, Cristo es su luz. Cristo debería ser nuestra luz, nuestra mayor luz y nuestra única luz. ¿Podemos decir esto sin ruborizarnos? Pues hacia esta luz hemos de caminar.
3. “El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él”. Somos morada de Dios, de su Palabra, de su vida. En nosotros se debería realizar su voluntad, su deseo de salvación y plenitud. Ser morada de Dios es nuestro empeño. Si somos morada de Dios, debemos ser también fundamentalmente acogedores con todos los hombres. Todavía más insiste el evangelista: “La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy yo como la da el mundo. Que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde”. El ser morada implica vivir en paz, acoger la paz de Dios, no la paz que yo procuro con mis esfuerzos, no la paz que yo lucho; sino la que de Dios me viene. Esta paz elimina todo temor y temblor, ya que afirma la propia vida en Dios.