Al Dios Eterno lo “vemos” en Jesús de Nazaret, el resucitado Por eso la salvación cristiana empieza aquí y ahora
VII Domingo de Pascua
Comentario dominical
21 de mayo de 2023
Ciclo A: Mateo 18, 16 – 20
Por: P. Alberto Franco Giraldo, C.Ss.R.
La salvación cristiana un acontecimiento para el presente
La mayoría de los cristianaos piensan y sienten que la salvación se da en la otra vida. No reconocen que la salvación empieza aquí y ahora, y que incide en todas las dimensiones de la vida. Esta comprensión de la salvación es el fruto de una teología y una predicación, muy presentes en la iglesia y en la vida de los creyentes durante siglos, especialmente en el segundo milenio de nuestra historia (desde al año 1.000 hasta 1965), y determinó la manera de vivir y de relacionarse con los seres humanos, con la naturaleza, con Dios y con ellas mismas.
En el fondo, había una teología y una espiritualidad que decían que Dios exigía el sufrimiento a los seres humanos como condición para alcanzar la salvación, para ganar la otra vida, el cielo; que a Dios le agradaban los sufrimientos humanos; y que Dios había querido el sufrimiento padecido por su Hijo Jesucristo, quien había venido al mundo a sufrir porque esa era la voluntad de Dios.
Esta comprensión de la salvación no está presente en los evangelios. Allí no vemos a Dios queriendo el sufrimiento y la muerte de su Hijo. Jesús tampoco quería el sufrimiento y la muerte, por eso dijo: “Padre si es posible aparta de mí este cáliz” (Mt 26,39). El Dios Amor “envió a su Hijo para salvar al mundo, no para condenarlo” (Jn 3,17). Para Dios, la salvación consistía en comunicar al mundo su amor incondicional, hasta el extremo, para que los seres humanos, sintiéndose amados por Dios, se amaran entre sí y viviesen mejor. Su voluntad es que reinaran el amor, la justicia, la vida digna para sus hijos e hijas y el respeto a la creación, a la naturaleza. Jesucristo vino al mundo a realizar esta voluntad, a hacer presente el reinado de Dios. Y por fidelidad, a esta voluntad, llegó a entregar su vida, hasta la condena a muerte en la cruz, decidida por los poderes religiosos, económicos y políticos, que manipularon el pueblo para que pidiera su crucifixión. Y esto porque el reino, anunciado por Jesús, ponía en riesgo sus intereses políticos, económicos y religiosos.
La expresión griega, frecuentemente utilizada por los evangelios, para hablar de salvación es σώζω (sózo): salvar, sanar, ayudar, librar. Y a una de las primeras síntesis del Evangelio, anunciado y vivido por las primeras comunidades cristianas, en Corinto (1 Cor 15,1-11), Pablo les recuerda el anuncio que recibió y a su vez les transmitió: que Cristo que murió, que fue sepultado, que resucitó, que se apareció muchas veces a los discípulos y que por último se le apreció a él. Y que gracias a este anuncio están siendo salvados (σῴζεσθε –sózesthe), siempre que permanezcan fieles al Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo. Para san Pablo, la salvación es un acontecimiento que está ocurriendo en presente, en el momento que una persona o una comunidad aceptan el reino de Dios anunciado por Jesús de Nazaret, con sus transformaciones en todas las dimensiones de la vida.
La salvación cristiana es aquí y ahora, en el momento que se decide vivir al estilo de Jesús, siguiendo sus pasos, empiezan cambios y transformaciones que mejoran la vida y las relaciones.
Lo que dicen las lecturas bíblicas
San Lucas, en los Hechos de los Apóstoles, le cuenta a Teófilo que el objetivo del evangelio que se conozca todo lo que Jesús hizo y enseñó, desde el principio hasta el día que fue llevado al cielo, cuando por medio del Espíritu Santo dio instrucciones a los apóstoles que había elegido; que no olviden que después de haber sido asesinado se presentó vivo a sus discípulos hablándoles del reino de Dios e invitándoles a esperar la promesa del Padre: “ser bautizados con Espíritu Santo”; que este Espíritu es quien les dará fuerza para ser sus testigos en todo el mundo. Y que estando con ellos en Galilea, lo vieron elevarse y se quedaron mirando al cielo, pero dos personas vestidas de blanco, los reprendieron diciéndoles: “¿qué hacen parados mirando al cielo? El mismo Jesús que les fue quitado y elevado al cielo, vendrá de la misma manera que lo vieron partir”
El centro del mensaje del Evangelio es la vida histórica y el mensaje de Jesús, vida y mensaje que le fue cambiado la vida a quienes se encontraron con él, desde el mismo momento del encuentro. El bautismo con el Espíritu Santo fortalecerá a los seguidores para ser testigos, es decir, vivir de acuerdo al estilo de vida propuesto por Jesús. Una tentación de los primeros cristianos fue quedarse mirando al cielo, alejarse del Jesús histórico, por eso el regaño de los ángeles cuando se quedaron mirando al cielo. Y esta experiencia con Jesús resucitado que sube al cielo, ocurre en la Galilea de los gentiles, en los márgenes religiosos y sociales, donde empezó el camino con Jesús. Allí se experimenta la salvación al momento de encontrarse con Jesús, al empezar a seguirlo.
El evangelio según san Mateo cuenta que los once discípulos fueron a Galilea, según las indicaciones de Jesús, que, al verlo, unos se postraron y otros duraron, luego les dice que le han dado todo poder en cielo y en la tierra, y los mandó ir y hacer discípulos entre todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que había mandado, y finaliza prometiendo estar con ellos siempre, hasta el fin del mundo.
El encuentro entre Jesús resucitado y los discípulos ocurre en Galilea. En esto coinciden san Mateo y san Lucas. Fue en Galilea donde comenzó la predicación de Jesús y llamó a sus discípulos. Una región de mala reputación por su impureza religiosa y racial, por el contacto con extranjeros, por las revueltas constantes contra la dominación romana. Como en otros encuentros, unos reconocieron a Jesús y otros dudaron. Esto mismo ha pasado a través de la historia: la dificultad para encontrarse con él, para reconocer al Jesús de los evangelios porque preferimos una imagen a la medida de nuestros intereses, miedos, ideas y conflictos internos y externos, aunque no sea el Jesús histórico.
Un detalle muy importante, el evangelio habla de los once discípulos, no de los once apóstoles, y aunque son las mismas personas, quiere enfatizar el ser discípulos, es decir aprendices del maestro Jesús. Los enviados pueden sentirse importantes y superiores, los discípulos tienen que reconocer que no lo saben todo, que deben estar en constante aprendizaje, por eso Jesús les envía su Espíritu y les manda tener actitud de aprendices. Esta es una de las pocas ocasiones en la que Jesús reivindica su poder. Una manera de darles consistencia y fuerza al mandato que les hace. ¿Qué les mandó Jesús a los once discípulos?:
- A que hagan discípulos entre todos los pueblos, es decir, vivan en actitud de aprender de Él, de su vida, de sus palabras, de sus maneras de relacionarse…
- Bautizándolos (βαπτίζοντες – baptizontes: sumergiéndolos) en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. En otras palabras, adentrándolos en las profundidades del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, para reproducir en la vida diaria las actitudes del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
- Enseñándoles a cumplir todo lo que Jesús ha mandado, es decir, a ser discípulos y aprendices de lo que Jesús ha mandado. Sus enseñanzas son el centro de la vida de los cristianos.
- Jesús estará con los discípulos todos los días de la vida, les garantiza una compañía permanente. Si estamos con él estará con nosotros.
El evangelio afirma claramente la actitud fundamental que deben tener los que se dicen cristianos: ser discípulos, aprendices de Jesús. Este conocimiento va haciendo mejor la vida humana.
San Pablo pide al Dios de nuestro Señor Jesucristo, que les conceda a los cristianos de Éfeso un Espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo verdaderamente, que ilumine sus corazones para que puedan valorar la esperanza a la que han sido llamados… Y les recuerda que Dios resucitó a Cristo de la muerte y colocó por encima de toda autoridad y potestad poder y soberanía, y lo ha nombrado cabeza de la Iglesia, que es cuerpo.
Para san Pablo, la oración cristiana debe pedir la sabiduría y revelación para conocer de verdad a Jesucristo. Esto es lo fundamental. Conocer a Jesucristo cambió, radicalmente, la vida a los cristianos de Éfeso y de las primeras comunidades cristianas, que vivían normalmente en medio de la gente, sin más distinción que su vida de sencilla y profunda, y de amor los otros, a los enemigos lo que llamó la atención y motivó a la conversión de quienes entraban en relación con ellos.
Y un hecho olvidado: para el Nuevo Testamento, el cuerpo real de Cristo es la comunidad cristiana, la Iglesia. Así lo comprendió la Iglesia los primeros mil (1.000) años: el cuerpo real de cristo es la comunidad cristiana, la Eucaristía era el cuerpo místico. Pero a partir del siglo XI, la comunidad pasó a ser comprendida como el cuerpo místico y la Eucaristía como el cuerpo real de Cristo.
La salvación es la alegría profunda que la vida en Dios produce
La salvación cristiana acontece aquí y ahora, en este momento de la historia y en este lugar. La salvación no es el premio a los sufrimientos de esta vida, sino la vida que se vive cuando se toma la vida concreta de Jesús de Nazaret como la luz para el camino que le da un nuevo sentido a la vida, que va salvando -sanando las heridas, salvando-ayudando a vivir con mejores relaciones con los demás, con Dios, con la naturaleza y con nosotros mismos, salvando-liberando de las esclavitudes personales, sociales, económicas, ecológicas, culturales…
La salvación, que es la verdadera santidad, es la vida según el modelo humano que mostró y enseñó Jesucristo, el camino de “felicidad” en medio de los conflictos propios de la vida. La salvación es santidad, la santidad es facilidad y salvación. Así lo describió el Papa Francisco, en la Exhortación Apostólica, Gaudete et Exsultate. Sobre el llamado a la santidad en el mundo actual:
“La palabra ‘feliz’ o ‘bienaventurado’, pasa a ser sinónimo de ‘santo’, porque expresa que la persona que es fiel a Dios y vive su Palabra alcanza, en la entrega de sí, la verdadera dicha” (Nro.64). “Si el Espíritu Santo nos invade con toda potencia y nos libera de la debilidad del egoísmo, de la comunidad y del orgullo” (Nro. 65)