CAMBIAR EL PAÍS, NOSOTROS Y/O SEMBRAR UN ÁRBOL EN EL MAR. ¿CUESTIÓN DE FE?
XXVII Domingo del Tiempo Ordinario
Comentario social
2 de octubre de 2022
Ciclo C: Lc. 17, 5-10
Por: P. José Pablo Patiño Castillo, C.Ss.R.
Las exigencias de Jesús a los suyos eran grandes: perdonar no sólo 7 veces sino setenta veces siete, preocuparse por el hermano para ayudarlo a mejorar, no inducir al mal a los pequeños ni seguir los malos ejemplos y… resistir a las tentaciones. Sorprende que, ante eso, los discípulos pidieran a su maestro que les aumentara la fe. Y no fortaleza y sabiduría.
Sin embargo, ellos lo entendieron, si no en ese momento, sí, años después de la muerte de Jesús, al poner por escrito este relato. La reflexión del evangelio responde a la convicción de los discípulos iluminados por el maestro resucitado: La fe animada por el amor hará posible lo que a primera vista parece imposible o muy difícil, como hacer que un árbol se asiente en medio del mar.
Más de vez oímos a un cónyuge desesperado acerca de hogar: “!Esto no lo arregla más que Dios!”. O, angustiados por las crisis y violencias en el país, más de uno puede decir que sólo Dios puede salvar la nación… Y, es verdad. Sólo Dios nos puede dar la salvación. Sí. Pero no sin nosotros. Dios nos da la salvación con nuestra colaboración.
A los colombianos nos cuesta salir de la violencia, de la intolerancia, de la corrupción, de la indiferencia al mal de los demás y cosas parecidas. Incluso, un contratista condenado por un desfalco a la nación, dijo que la corrupción era un gen propio de la naturaleza del colombiano. Quizá porque tenemos la herencia machista israelita, legado que asumimos junto con la religión. Nuestras familias eran muy de práctica religiosa, pero “inculcaron” a sus hijos, a nosotros, sin querer queriendo, el odio al que piensa distinto, en política y en religión como los judíos que condenaban a los demás pueblos como “gentiles”. O de un nivel económico/ social inferior. “No te juntes con esa chusma” Y a aprovechar la ocasión para enriquecerse y medrar, porque “la prosperidad es don de Dios”.
Y, así, como ellos nos hacemos a la idea de rezar de vez en cuando a Dios como para tenerlo de nuestra parte; lo demás, el manejo de los bienes, la relación con los demás y exprimir la realidad a nuestro favor es cosa nuestra… Sin embargo, Dios, Creador y Redentor, nos advierte por medio de los profetas, y sobre todo por su Hijo Jesús, que Él no nos quiere lejos, sino que nos necesita para que compartamos su sueño de hacer de nosotros, sus hijos de adopción, los humanos, un reino de hermandad.
La capacidad de fidelidad en el seguimiento de las enseñanzas del Maestro nos vendrá de crecer cada día en la conciencia de ser servidores de Dios, colaboradores suyos en hacer que su proyecto de hermandad entre sus hijos e hijas sea realidad. Y no pongamos límites a la generosidad de nuestro servicio y participación. Cada día, cada circunstancia, cada acontecimiento puede sugerirnos una mejor respuesta.
El ejemplo es María, la madre de Jesús, dice: “Soy la esclava, la servidora, la colaboradora del Señor”. Benedicto XVI, el papa emérito, se presentaba como “humilde trabajador de la viña del Señor”. Y nunca se desdijeron. Más bien fueron cada vez más generosos. Esa es la fuerza del discípulo de Cristo para construir una vida mejor, un país más mable, más justo, más humano para todos. Pidamos siempre a Dios: “¡Auméntanos la fe, Señor Jesús!”. Y obremos de acuerdo a lo que le pedimos al Señor.
“Jesús es el Siervo obediente a la voluntad del Padre, hasta la ofrenda de su propia vida. De modo que, tal como él mismo lo declaró, quien quiere ser su discípulo debe aceptar ser siervo, como Él. Porque seguir a Jesús significa tomar la propia cruz para acompañarlo en su camino, un camino incómodo que no es el del éxito o de la gloria terrena, sino el que conduce a la verdadera libertad, la libertad del egoísmo y del pecado” (Papa Francisco).