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¿CELEBRAR NAVIDAD EN UN PAÍS DESIGUAL?

II Domingo de Adviento

Comentario social

5 de diciembre de 2021

Ciclo C: Lc. 3, 1- 6

Por: P. José Pablo Patiño Castillo, C.Ss.R.

Francisco, el Papa, al recordar su visita al África hace unos años, declaró estar abrumado porque en ese continente “conviven riqueza y miseria: ¡esto es un escándalo! No solamente en el África: también aquí, y en todas partes. La convivencia entre riqueza y miseria es un escándalo, es una vergüenza para la humanidad”.   

¡La desigualdad en el mundo y en nuestro país! Junto con Brasil y Nicaragua, Colombia es de los países de mayor injusticia y desigualdad social en A.L. Unos pocos de altísimos ingresos y muchos que apenas tienen para comer una vez al día e, incluso, están al borde de la muerte por desnutrición.

Y, sin embargo, en nuestro país casi todos somos cristianos. Pensamos que celebrar Navidad es tener en casa el árbol, el pesebre con José, María y el Niño Jesús, (¡o el viejo Noel!), comer natilla con buñuelos, cantar villancicos y dar y recibir regalos.

Es lo tradicional. “La costumbre cristiana”. Así lo hicieron nuestros padres y abuelos. Pero si nos conformamos con lo acostumbrado, construimos la vida cristiana sobre arena. No “allanamos los caminos ni hacemos derecho lo tortuoso”, si notratamos de eliminar las desigualdades entre los seres humanos y tomamos en serio el mandato principal de Jesús: que “nos amemos y nos hagamos bien unos a otros como él nos amó e hizo bien, pues en eso nos reconocerán como discípulos suyos” (Jn 13,34-35).

La celebración de la Navidad ha de recordarnos la necesaria coherencia con nuestra fe. Hacer la Navidad y seguir siendo injustos, insensibles a los demás, sobre todo con los más vulnerables, es hacer insulto al mismo Dios y a su Hijo Jesucristo, a quien pretendemos adorar y querer. Por esto, y ante la fiebre de consumismo a que nos empuja este tiempo, tengamos en cuenta la sobriedad en gastos y regalos. Será una modesta manera de acompañar al niño de Belén en su pobreza y a tantos otros, marginados y migrantes, inmersos en la desigualdad social.                                   

Hace un tiempo el Papa Francisco nos hacía un sencilla y cristiana recomendación: dar una mirada discreta y respetuosa a nuestros vecinos para ver en qué podemos darles una mano: quizá sea que él y ella no se entienden bien, o alguno de los hijos anda en malos pasos de droga o de apropiarse de lo ajeno, quizá algunas personas estén distanciadas por tomar demasiado en serio las opiniones políticas de otros, o tienen o tenemos peleas por cuestiones de herencia…Nos recomienda, además, el Papa que tengamos cada día momentos de oración en familia, ojalá leyendo e iluminando la vida con un párrafo de los Evangelios. Es una manera de “cristianizar” la vida, la mente y el corazón.

En nuestra preparación “para salir al encuentro del Señor que viene” podríamos proponernos como familia y como individuos ser medios de la misericordia de Dios de modo que el amor de Jesús nos fortalezca como humanos y como cristianos. Y así la celebración de su Navidad, sea dichosa de verdad, como nos la deseamos unos a otros: ¡FELIZ NAVIDAD!

Dejémonos interpelar por los niños a los que no se les deja nacer, por los que lloran porque nadie les sacia su hambre, por los que no tienen en sus manos juguetes, sino armas. El misterio de la Navidad, que es luz y alegría, interpela y golpea, porque es al mismo tiempo un misterio de esperanza y de tristeza. Lleva consigo un sabor de tristeza, porque el amor no ha sido acogido, la vida es descartada. Así sucedió a José y a María, que encontraron las puertas cerradas y pusieron a Jesús en un pesebre, «porque no tenían [para ellos] sitio en la posada» (Papa Francisco)