1

“EL VERBO SE HIZO CARNE… ¡Y SE PUSO EN MI LUGAR!”

Natividad del Señor

Comentario dominical

25 de diciembre de 2022

Ciclo A: Jn 1, 1- 18

Por: P. Víctor Chacon Huertas., C.Ss.R.

La belleza de lo humilde. Creo que esta es la primera lección que nos deja cada año la Navidad. Lo humilde, lo pequeño, lo cotidiano… como es el nacimiento de un niño, cobra protagonismo. Sobre todo porque es Dios quien se encarna aquí, pero eso lo comentaremos luego. Ahora sigamos con esto: la lección magistral de Dios es una paradoja, es decir, una contradicción aparente que contiene una idea verdadera. La paradoja de que lo divino y sagrado se hace humano y mundano, los polos aparentemente contrarios no sólo se tocan o se atraen sino que se mezclan. Dios y el ser humano inseparablemente unidos, ¡Dios se identifica con nosotros! Y esto significa algo aún más descabellado: ¡nosotros nos podemos identificar con Dios! La siguiente paradoja la da el contexto: el Hijo de Dios, el Rey de reyes, nace en un pesebre en un pueblo perdido de Judea. Nunca un establo había encerrado tanta Belleza y tanto Misterio, Dios naciendo humano en medio de la pobreza para enriquecernos.

–          “El admirable intercambio”. Así define la antigua teología de san Ireneo lo que Dios obra en la Encarnación, él toma nuestro lugar y nos acerca hasta el suyo. Nosotros participamos de la vida divina, de la Trinidad; al igual que ésta ha participado y participa de nuestra vida humana. ¿A que es maravilloso? No tenemos un Dios lejano e inaccesible, incapaz de compadecerse de nuestras debilidades, ajeno a nuestros sufrimientos… Alguien le dijo a Dios “Ponte en mi lugar” y se puso, así, sin más. La Navidad nos enseña también a obrar este milagro que va más allá de la empatía como la define la psicología, aquí más bien hablamos de comunión, de tener un mismo sentir y querer, un orar los unos por los otros ante el Padre común.

–           La ternura y el cuidado, partes esenciales de nuestra fe. Esta puede entenderse bien como otra gran enseñanza de la Navidad. En las escenas del Belén que adornan nuestras casas y calles esto es lo esencial. El cuidado y la alabanza de Dios niño, que se traduce ya también en el cuidado y la alabanza de todo lo creado, pues todo es obra de Dios. En cualquier niño, en cualquier hombre y mujer Dios está presente y merece ser cuidado, estimado, alabado y reconocido. Los cristianos tenemos esa tarea preciosa de cuidar y custodiar la vida como el regalo que recibimos de Dios y transmitimos a los demás. La ternura y el cuidado por los demás y por nosotros mismos son capitales como nos dijo el Papa Francisco. Ojalá que así lo vivamos siempre.