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NACER Y CREAR

Natividad del Señor

Comentario dominical

25 de diciembre de 2022

Ciclo A: Jn 1, 1- 18

Por: P. Edward Julian Chacon Diaz, C.Ss.R.

Hay cuatro Eucaristías que se celebran para la Fiesta de Navidad y cada una tiene su propio conjunto de lecturas para ayudarnos a contemplar el nacimiento de Cristo. El Evangelio de la Misa de Vigilia de Nochebuena está tomado del principio del Evangelio de Mateo. La Misa de medianoche proclama el nacimiento de Jesús a través del Evangelio de Lucas. La Misa al amanecer de la mañana de Navidad continúa la historia del nacimiento de Jesús tal como se encuentra en el Evangelio de Lucas, y termina con la visita de los pastores al niño Jesús. En cada una de estas lecturas del Evangelio, escuchamos porciones de las narraciones de la infancia con las que estamos familiarizados.

El Evangelio de la Misa de Navidad durante el día está tomado del principio del Evangelio de Juan, pero esta parte del Evangelio de Juan no es una narración de la infancia como las que se encuentran en los Evangelios de Mateo y Lucas. En cambio, el Evangelio de Juan comienza desde el principio y presenta la historia de la creación como el marco para anunciar la encarnación. Las palabras iniciales de Juan hacen eco del primer versículo del libro del Génesis. Además, nos invita a ver el nacimiento de Jesús desde la perspectiva de Dios. Cada uno de los Evangelios deja claro que el nacimiento de Jesús fue el resultado de la iniciativa de Dios. El Evangelio de Juan, sin embargo, enfatiza que el nacimiento de Jesús fue la intención divina desde el momento de la Creación.

Como escuchamos en la lectura de hoy, el Evangelio de Juan incluye un lenguaje altamente filosófico y teológico. Un ejemplo que se destaca particularmente en este Evangelio son las repetidas referencias de Juan a “la Palabra” en el versículo inicial. Esta expresión (logos en griego) toma prestada de un concepto que se encuentra tanto en el pensamiento judío como en el griego. Los judíos usaban esta frase para describir la acción de Dios en la historia de la Creación, por ejemplo, y en la literatura de la Sabiduría. En el pensamiento griego, el logos se entendía como un intermediario entre Dios y la humanidad. Juan y otros en la Iglesia primitiva adoptaron este lenguaje para describir la encarnación de Dios en Jesús. Como el término se usaba para expresar la fe trinitaria de los cristianos, la Palabra llegó a equipararse con la Segunda Persona de la Trinidad.

Igualmente, este pasaje del evangelio nos da una clave de interpretación: Jesús es el Verbo, raíz de todos los verbos que nos permite acercarnos y entender algo del sentido de la vida. Todo fue creado por Él y para Él y todo subsiste en Él. Palabra del Padre, ilumina las tinieblas de este mundo. Nos ha comunicado los secretos del Padre; nos ha transformado en hijos de Dios, un Dios que nos ha creado por amor, se ha encarnado por amor y nos conduce por amor a un destino eterno. Con ese Verbo todas las frases se entienden.

Finalmente, quienes hemos recibido esa buena noticia estamos llamados a darla a conocer a los demás a través del testimonio y del anuncio. También nosotros caminamos muchas veces a tientas pero la claridad del Verbo nos impide perder el camino. Hay que saber dar razón de nuestra esperanza a todo el que nos la pida para que muchos vayan aprendiendo el verbo clave que les permita encontrar respuesta a los interrogantes existenciales que los atormentan. Cristo, el Verbo encarnado, nos envía a anunciar a los demás esa buena noticia que Él nos trajo y que nos comunicó en un lenguaje inteligible, en nuestro lenguaje humano. “El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros”.