JESÚS VIENE A NUESTRO ENCUENTRO
NOVENA DE NAVIDAD
REFLEXIONES PARA LOS DÍAS DE LA NOVENA SEGÚN LOS TEXTOS LITÚRGICOS
P. ÓSCAR JAVIER MARTÍNEZ MORALES MISIONEROS REDENTORISTAS
PRIMER DÍA: DIOS VIENE A NUESTRO ENCUENTRO “Nosotros amamos porque Él nos amó primero” (1 Jn 4,19)
1. Palabra: Pimerear 2. Signo: Padre misericordioso que sale corriendo al encuentro de su hijo 3. Reflexión
Dios sale a nuestro encuentro. Dios nos ha amado primero. Dios “primerea”, tal como lo menciona el Papa Francisco. Dios sorprende, ama, busca… Su única razón de hacer todo esto es el amor. Él nos crea, elige, llama, perdona, abraza y consuela para amarnos.
Esa puede ser una clave de interpretación de la historia sagrada. Dios siempre sale primero al encuentro del ser humano. Es el Dios que ha estado siempre a favor de la persona que sufre y lo necesita. Él vio la esclavitud, escuchó el clamor de su pueblo y salió en busca de su libertad; Él caminó en medio del desierto con sus hijos para llevarlos a la tierra de la esperanza; Él buscó a su pueblo para atraerlo con lazos de amor a pesar de sus muchos pecados; Él reconstruyó a Israel cuando el pueblo estaba sufriendo la diáspora y se aferraba al retorno de la promesa.
Es el Dios que tuvo la iniciativa de demostrar, ante el mucho amor que siente por los seres humanos, cómo puede darse de modo radical y pleno en la persona del Hijo amado. La manifestación total del amor de Dios está en Jesucristo: “en esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de él” (1Jn 4, 10), “porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna” (Jn 3, 16).
No obstante, algunos se excusan en la imposibilidad de entablar relación con Él. En vez de abrir la puerta del corazón a su gratuidad, a su iniciativa, ellos van poniendo obstáculos que le impiden a Dios amar. El deseo de Adán y Eva vuelve a sentirse hoy con fuerza en la búsqueda de “ser como dioses” y, de este modo, dar la espalda a Él. Y esa falta de relación cobra cada vez mayor notoriedad cuando imposibilita relaciones auténticas consigo mismos y con los demás.
Otros, pensando que viven una relación auténtica, ponen sus logros, sus obras y sus méritos como razón suficiente para entablar una relación “comercial y utilitarista” con Dios. Niegan la posibilidad de que Dios salga a
la búsqueda del ser humano y por el contrario van enumerando sus muchos aciertos para ser tenidos en cuenta.
Es importante que para todo creyente quede claro que, es Dios (y no el ser humano) quien posibilita un auténtico encuentro capaz de transformar toda la vida, en eso consiste su obra: “el Señor tomó la iniciativa, la ha primereado en el amor (cf. 1 Jn 4,10)” (EG 24). Con mayor claridad, afirmará el Papa Francisco al respecto: “nosotros decimos que debemos buscar a Dios, ir a Él a pedir perdón, pero cuando vamos Él nos espera, ¡Él está primero! Nosotros, en español, tenemos una palabra que expresa bien esto: «El Señor siempre nos primerea», está primero, ¡nos está esperando! Y ésta es precisamente una gracia grande: encontrar a alguien que te está esperando. Tú vas pecador, pero Él te está esperando para perdonarte.” (Vigilia de Pentecostés, 2013).
Cuando Jesús relató la parábola del Padre misericordioso señaló las acciones que Dios realiza para salir primero al encuentro con toda persona: correr, abrazar y besar. En otras palabras compadecerse de quien está lejos de casa o de quien muere al borde del camino. Son también acciones de carácter muy maternal, y por esta razón, es un Dios distinto a otros predicados ayer y hoy. Puede ser ésta una de las novedades del Dios mostrado por Jesús. Es el Padre cercano que nos espera, que sale al borde del camino y que está dispuesto a darnos su amor sin medida para reconciliarnos con Él.
Al iniciar estos días de novena de navidad, preguntémonos si acaso ¿nos hemos dejado sorprender por Dios?, si ¿reconocemos que Él nos ha amado primero desde siempre?, y si ¿dejamos que Él tome la iniciativa de posibilitar este encuentro?, o por el contrario ¿vamos poniendo resistencias u obstáculos para que su amor no afecte nuestras vidas? ¿Qué nos impide salir a su encuentro?
4. Compromiso
Hacer revisión de mi fe y mi vida. ¿En qué Dios creo? ¿Es el Dios manifestado por Jesús, el Dios que sale primero a nuestro encuentro? ¿Qué obstáculos impiden ese encuentro?
SEGUNDO DÍA: DIOS SALE AL ENCUENTRO DE NUESTRA HISTORIA (Evangelio: Mt 1,1-17)
1. Palabra: Historia 2. Signo: Imagen de Abrahán o la Palabra de Dios en un atril 3. Reflexión
No podemos entender la navidad sin Jesús. Lamentablemente muchos, envueltos entre luces, sonidos, banquetes y compras, no recuerdan el motivo por el cual celebramos este acontecimiento. La alegría que debe causarnos la novedad de Dios-con-nosotros se oculta entre campanas, ofertas, fiestas… ¿quién se acuerda de Jesús? ¿Acaso no hay lugar en nuestras posadas para Él?
Ser cristiano, creer en Jesús, es otra cosa; la fe en Él implica una relación con su persona, con su “existencia concreta, su obra y su destino” (Guardini, La esencia del cristianismo). Ser cristiano significa tener una relación con la vida de Jesús, pues “no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva” (Benedicto XVI, DCE, 1).
Ese encuentro pasa, necesariamente, por nuestras categorías humanas de espacio y tiempo. Es esta la novedad de la Encarnación: el Dios eterno acampó en nuestra historia, tomo carne –en el sentido amplio de lo que significa ser humano- en el rostro de Jesús de Nazaret; a eso se refiere el evangelio que la Iglesia nos invita a contemplar hoy.
El Hijo de Dios se entrelaza a la historia humana mediante el cumplimiento de la promesa hecha a Abrahán y, al mismo tiempo, es signo de un nuevo comienzo. De esta manera, Dios sale a nuestro encuentro en el rostro de hombres concretos, con sus luces y sus sombras:
Quien más destaca en esta historia es Abrahán, el hombre de la promesa, aquel que decidió dejarlo todo –tierra, familia, bienes- para caminar hacia una tierra nueva. También en él “se bendecirán todos los pueblos de la tierra” porque puso su confianza en Dios al creer que tendría su propia descendencia a pesar de su edad.
David es otro de los personajes destacados: a él Dios le promete un trono que durará para siempre. Esa promesa se cumple en Jesús. Él es rey,
aunque no a la manera de David, y con ello asegura el trono para siempre. José será quien una la promesa a su cumplimiento al dar el nombre a Jesús.
Una situación atípica sucede con la mención de las mujeres. Tamar, Rahab, Rut y la mujer de Urías vienen a representar la universalidad de la salvación que trae Jesús –ninguna de ellas es judía- y no tanto su condición de pecado porque no todas comparten dicha situación.
María no tiene un lugar inferior; la genealogía queda relativizada al aparecer su nombre. Todos eran hijos de varones y Jesús es hijo de María. En ella la historia cambia, a ella le corresponde la tarea de asumir la novedad que Dios quiere realizar en la historia. María es quien da su sangre a Jesús y, con sigilo, Mateo nos muestra el origen de aquel: es Hijo de Dios. Aquí la historia comienza de nuevo.
Todo esto señala el deseo de Dios por acampar en nuestra historia. También nosotros llevamos las “marcas” de nuestras genealogías, las luces y las sombras de todas las generaciones de la tierra. Pero Jesús sale a nuestro encuentro porque quiere que en medio de esa historia se dé un nuevo comienzo marcado por la relación que tengamos con Él.
Así, dejemos que Jesús nos encuentre, que salga en medio de nuestros caminos. Seguros de que asumió toda nuestra humanidad, no podemos caer en la desesperanza ante tantas situaciones que nos apartan de su amor; por el contrario, debemos crecer en la certeza de que Él “sigue estando presente a través de los hombres en los que Él se refleja” (Benedicto XVI, DCE 17). Ojalá sea en medio de nosotros.
4. Compromiso
Nuevamente hacer revisión de mi experiencia navideña: ¿soy consciente y celebro en verdad lo que significa la navidad? ¿Noto las señales de Dios en la historia de la humanidad? ¿Dejo que Jesús salga al encuentro de mi historia personal?
TERCER DÍA: DIOS SALE AL ENCUENTRO PARA SALVARNOS (Evangelio: Mt 1,1-18-24)
1. Palabra: Salvación 2. Signo: Imagen de san José 3. Reflexión
En algún momento de nuestra vida todos hemos sentido duda y desosiego al no comprender nuestra vida y mucho menos comprender el plan de Dios en nuestra historia. Tenemos dudas tal como las tuvo José al enterarse del embarazo de María. Pero para dicha de él –y de nosotros- Dios le responde con claridad: la Encarnación –Dios hecho hombre en Jesús- tiene como fin la salvación: “Él salvará a su pueblo de los pecados”. De hecho el nombre de Jesús significa Yavhé salva.
En una ocasión un niño se preguntaba: “¿para qué viene Dios?”. Su catequista dio por obvio el cuestionamiento y se limitó a responder: “para salvarnos”. Sin comprenderlo bien, el niño volvió interrumpirle: “¿y qué es la salvación?”.
Para ayudar a resolver este cuestionamiento –a manera de síntesis- consideremos solo algunos aspectos que han surgido en torno a esta pregunta, centro de nuestra fe:
El ser humano siente dentro de sí un llamado a la realización de su existencia; en palabras actuales a ser plenamente feliz. A su vez, el hombre ha sido creado en relación con otros y con Dios, de esta manera es consciente que su realización depende de la comunión con los demás. Pero en el intento de llegar a su meta, la persona elige romper esa comunión y desfigurar el llamado a su propia realización. En ese momento el hombre pierde su libertad –capacidad de decidir- y su voluntad –capacidad de amar- a causa del mal, del pecado. Y con esa decisión genera procesos que le deshumanizan: la injusticia, la opresión, la indignidad. De este modo, siente cómo su vida está destinada al fracaso y a la condena.
Por el contrario la voluntad de Dios es «que todos los hombres se salven y lleguen a conocer la verdad» (I Tim 2,4). El pueblo de Israel comprendió en el Éxodo el deseo de Dios es su liberación. Dios libera de toda clase de poderes opresores, de toda situación que dentro del hombre le haga sentirse inferior a su condición y de toda relación que impida la comunión con Dios y
con los demás. Esta tarea la realiza por el amor que siente por el ser humano y su deseo de tenga una vida auténtica.
Jesús, que es el rostro de la misericordia del Padre, continúa el proyecto salvador de Dios. Para cumplir su misión denuncia aquellas situaciones que impiden al hombre realizarse: la exclusión, la pretensión del poder, el apego a las riquezas, las situaciones sociales injustas, la ruptura de la fraternidad, la falta de comprender y amar de verdad a Dios Padre. Con sus obras manifiesta la vida a los enfermos, a los pecadores, a quienes lo han perdido todo; devuelve la dignidad a la mujer y a los niños, sana a los ciegos y los sordos, invita a practicar la compasión con los indefensos. Su vida es un proyecto que humaniza: Él mismo es el ejemplo y el referente para que el hombre, siguiendo sus pasos y con ello se salve. De este modo, incluso, vence la muerte y le permite al ser humano resucitar con Él.
Quizás una de las frases que más escuchamos en el evangelio y que nos ayudan a descubrir la preocupación de Jesús, es la que dirige a varios enfermos: “Hijo, tus pecados te son perdonados”, de esta manera “él quiere señalar al hombre en primerísimo lugar el núcleo de su desgracia e indicarle: si no eres curado en esto, a pesar de todas las cosas buenas que encuentres, no estarás realmente curado” (Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, los relatos de la infancia).
4. Compromiso
Agradecer el deseo de Dios por salvarme. ¿Soy consciente de mis debilidades, pero aún más del amor de Dios por perdonarme?
CUARTO DÍA: DIOS SALE AL ENCUENTRO PARA CONVERTIRNOS (Lc 1, 5-25)
1. Palabra: Conversión 2. Signo: Imagen de Juan el Bautista 3. Reflexión
La historia de la Navidad debe suscitar en nosotros verdaderos deseos de cambio. Seguros de la gratuidad de la salvación de Dios, no queda más que dar una respuesta de amor que lo transforme todo. Las pautas para lograrlo nos las indica Juan el Bautista.
El evangelio de hoy nos trasmite el anuncio del nacimiento de Juan. Todo en él describe el cambio que Dios suscita en el ser humano: de padres ancianos estériles, Dios genera la vida; de la tristeza ante la cercana muerte, Dios anuncia a Zacarías el gozo y la alegría; del ruego de Zacarías en el altar del templo, Dios pronuncia su promesa; de la espera ansiosa del pueblo que ora fuera, Dios promete que ha llegado el tiempo de la salvación.
Pero la misión que tiene Juan el Bautista está ya establecida en las palabras del ángel: “convertirá muchos hijos de Israel al Señor… convertir los corazones de los padres hacía los hijos, y a los desobedientes, a la sensatez de los justos, para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto.”
Ante la salvación que Dios nos ofrece, el ser humano puede corresponderle con la conversión. Es verdad que llevamos nuestra vida en vasijas de barro, que estamos sometidos al pecado, la tentación y la muerte.
La conversión pedida por Dios no es solo al intento de ser “mejores personas” sino de transformar mi vida según la Buena Noticia anunciada por Jesús. En últimas, la conversión sería un proceso de “cristificación”, de vivir a la manera de Jesús. Así lo expresó Pablo en su carta a los Gálatas: “ya no vivo yo, pues es Cristo el que vive en mí” (2, 20).
Para llegar a tal vida de santidad –como bien la predicó Jesús- es necesario un cambio verdadero de mentalidad, una transformación del corazón, que venza las oscuridades de nuestra historia y asuma con valor las debilidades para no caer en ellas. Pero también es necesario reconocer la ayuda de la gracia de Dios que puede, con su Espíritu, transformarnos en hombres y mujeres nuevos.
¿Qué debemos hacer? Referida a Juan esta pregunta, él contestaba: “Quien tenga dos túnicas, que dé una al que no tiene ninguna, y quien tenga comida, que haga lo mismo”, “no cobren más de lo establecido”, “no extorsiones a nadie, ni denuncien a nadie falsamente, sino conténtense con su salario”. Hoy también podemos hacernos esa pregunta: ¿Qué puedo hacer para convertirme en verdad?
Primero, pedir al mismo Dios la gracia de la conversión. Sin Él este proceso pierde toda esperanza, caeremos en nuestras propias culpas y nos juzgaremos demasiado. Con Él sentiremos como la misericordia sana las heridas y nos posibilita creer que podemos cambiar y perdonar.
Segundo, concretar una meta: quiero ser santo a la manera de Jesús. Sin metas el ser humano pierde el horizonte y es incapaz de colocar los límites necesarios a su debilidad. Por el contrario, estableciendo objetivos claros y reconociendo el pecado en verdad, podemos vivir el deseo que Jesús le expresó a la mujer pecadora: “Tampoco yo te condeno. Ve y en adelante no peques más” (Jn 8,11)
Tercero, participar de la vida en Cristo mediante la oración, los sacramentos, la lectura de la Palabra de Dios y la ayuda de la comunidad. Cuando Jesús llamó a sus discípulos, permaneció con ellos en vida comunitaria, es decir, en vida fraterna. Así vencemos la tentación de creernos los mejores y de avanzar en nuestros egoísmos.
Cuarto, muy indispensable, contrastar mi vida con la vida de Jesús. Notar si con mis actitudes asumo la compasión por el pecador y si renuncio a la indiferencia ante quienes sufren a causa de la enfermedad, la pobreza y la injusticia. Si mi vida va siendo también profética –como la de Juan y la de Jesús- para dar esperanza a este mundo que día a día se aleja de Dios. Un buen texto que nos hará pensar en esas actitudes es el de Mc 25, 31-46, ” les aseguro que lo que hayan hecho a uno solo de éstos, mis hermanos menores, me lo hicieron a mí” (25,40).
4. Compromiso
¿Qué situaciones de pecado aún no me dejan cambiar? ¿Estoy cambiando de mentalidad? ¿Cuáles actitudes en mi vida me asemejan a Jesús?
QUINTO DÍA: DIOS SALE AL ENCUENTRO Y ESPERA NUESTRO SÍ (Lc 1, 26-38)
1. Palabra: Respuesta 2. Signo: Imagen del ángel 3. Reflexión
Dios sale al encuentro del hombre, para que él responda a su propuesta. Dios señala caminos, propone metas y el hombre es quien dispone de su entera libertad para decirle sí; este es el caso del evangelio que hemos meditado hoy: luego del saludo del ángel y de la explicación del proyecto de Dios sobre su vida se abre un silencio expectante entre cielo y tierra: ¿qué dirá acaso la sencilla mujer de Nazaret?
Lucas nos narra este suceso con cierto suspenso: María es sorprendida por el saludo del ángel: Alégrate María, el Señor está contigo. En aquel momento en que María recibe al ángel la primera condición que se le propone es la de asumir esta manifestación de Dios con alegría. Por esta misma razón, todo el que quiera responder al Señor no lo puede hacer desde sus miserias o pecados sino desde la alegría del sentirse elegido. En contraste, vivimos en un mundo nostálgico que toma decisiones desde las crisis, los miedos y las angustias. Una de las tantas situaciones que describen el estado del mundo actual es la desesperación de muchos jóvenes que, hartos de tanta comodidad, prefieren terminar con su misión y terminar con sus vidas. Desde el ejemplo de María podemos decir que nadie puede elegir su voluntad y la voluntad de Dios sino es desde el gozo y la paz.
Viene una segunda actitud que es asumida por María: la reflexión interior de ese plan de Dios. María es sorprendida por las palabras del ángel pero, de una manera rápida y audaz, medita en qué significa todo aquello. El ángel prosigue a contar el proyecto de Dios, el plan de salvación que se realizará si María decide hacer parte de esa historia. Es importante que en medio de las decisiones que tomamos tengamos la misma actitud de María: escuchar la voz de Dios e interiorizarla en el corazón.
Un tercer paso viene acompañado de la pregunta que María dirige al ángel: ¿cómo va a ser eso, pues no conozco varón? También nosotros podemos preguntarnos acerca de tantas situaciones que no comprendemos,
que salen del alcance de nuestros raciocinios. Pero esta no es una pregunta de quién duda absolutamente de la voluntad de Dios –contrario a Zacarías-. María es una mujer de fe; si cuestiona no lo hace por oponerse a la voluntad divina o por “retar” de algún modo a Dios. El ángel responde cómo todo será fruto de la presencia del Espíritu Santo sobre María y al mismo tiempo narra el extraordinario don que ha hecho en su prima Isabel, porque para Dios “nada hay imposible”.
En este punto ocurre lo crucial, lo más importante. San Bernardo dirá que el cielo y la tierra contienen su aliento. María dice sí, es obediente, se dispone a dejarse moldear por la voluntad de Dios. María es madre del Hijo del altísimo porque es dócil a la Palabra de Dios; escuchar, meditar, preguntar y responder, esas fueron las acciones emprendidas por María ante la novedad del plan de Dios. Pero ese proceso de fe no será fácil. María vuelve a iniciar el mismo proceso en los distintos momentos que aparece nuevamente en el evangelio: en Belén, en Jerusalén, en Caná, en el Gólgota.
De la misma manera deberíamos responder a Dios. Dios necesita de nuestra respuesta. Claro respetará la decisión que tomemos –tal como lo explicó Jesús en la parábola del Padre misericordioso-, pero reclama una respuesta al proyecto de amor que quiere en nosotros.
No podemos ser indiferentes a este llamado. El mundo en el que vivimos es relativista e indiferente. Es un mundo sin compromiso, como si la verdadera existencia humana se pudiera alcanzar sin ninguna decisión. María puede ser referencia para que este mundo responda al llamado de Dios.
SEXTO DÍA: DIOS SALE AL ENCUENTRO Y SE CONVIERTE EN CAUSA DE LA ALEGRÍA (Lc 1, 39-45)
1. Palabra: Alegría 2. Signo: Imagen de Isabel 3. Reflexión
El encuentro con el Señor y la respuesta que le damos debe generar en nosotros una inmensa alegría, tal como lo experimentó Isabel al recibir a María; porque la alegría del encuentro con Dios “llena el corazón y la vida entera… Quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría” (Francisco, Evangelii Gaudium 1).
El Evangelio de hoy nos muestra como María no queda indiferente a la noticia del ángel Gabriel; tan pronto puede, María se pone en camino –de prisa- para compartir con ella la alegría que brota de sentir a Dios dentro de sí. Esa debería ser nuestra auténtica alegría, sentir el gozo de Dios que nos ama y nos perdona.
No obstante –y citando al Papa Francisco- “el gran riesgo del mundo actual, con su múltiple y abrumadora oferta de consumo, es una tristeza individualista que brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda enfermiza de placeres superficiales, de la conciencia aislada. Cuando la vida interior se clausura en los propios intereses, ya no hay espacio para los demás, ya no entran los pobres, ya no se escucha la voz de Dios, ya no se goza la dulce alegría de su amor, ya no palpita el entusiasmo por hacer el bien. Los creyentes también corren ese riesgo, cierto y permanente. Muchos caen en él y se convierten en seres resentidos, quejosos, sin vida. Ésa no es la opción de una vida digna y plena, ése no es el deseo de Dios para nosotros, ésa no es la vida en el Espíritu que brota del corazón de Cristo resucitado” (Evangelii Gaudium, 2.)
Frente a este reto Jesús invita al ser humano a no dejarse quitar esa alegría (cfr. Jn 16,22); a luchar una y otra vez por el cambio de actitudes que venza la “cara de funeral” de muchos hombres y mujeres que no se sienten realizados. De este modo señaló un camino que puede causar la perfecta alegría: el proyecto de las bienaventuranzas; una buena interpretación de ellas nos la ha dado el Papa Francisco en su exhortación sobre la santidad Alegraos y regocijaos”:
Felices los pobres porque “cuando el corazón se siente rico, está tan satisfecho de sí mismo que no tiene espacio para la Palabra de Dios, para amar a los hermanos ni para gozar de las cosas más grandes de la vida.” Felices los mansos, porque este mundo que es orgulloso, soberbio, excluyente () puede ser vencido con la humildad, con el deseo de ser hermanos. Felices los que lloran, no porque desconozcamos las heridas de este mundo sino porque quien elige a Jesús se “deja traspasar por el dolor y llora en su corazón, (y) es capaz de tocar las profundidades de la vida y de ser auténticamente feliz”. Felices los que tienen hambre y sed de justicia que “empieza por hacerse realidad en la vida de cada uno siendo justo en las propias decisiones, y luego se expresa buscando la justicia para los pobres y débiles”. Felices los misericordiosos, los que ayudan, los que se dan, los que perdonan, los que viven el mandato del evangelio de Lucas: “sean misericordiosos como el Padre es misericordioso”. Felices los limpios de corazón, los que llevan una vida sin mancha para vencer todo obstáculo que impida el amor y la verdad de Dios. Felices los que trabajan por la paz, los que saben tender los puentes ante los conflictos y las guerras grandes y pequeñas. Felices los perseguidos a causa de la justicia, aquellos que como Jesús son perseguidos “sencillamente por haber luchado por la justicia, por haber vivido sus compromisos con Dios y con los demás. Si no queremos sumergirnos en una oscura mediocridad no pretendamos una vida cómoda, porque «quien quiera salvar su vida la perderá» (Mt 16,25).”
Y cómo olvidar la invitación que hacía el Papa a los jóvenes en Colombia: “Mantengan viva la alegría… es signo del corazón que ha encontrado al Señor… nadie nos la puede quitar… no se la dejen robar… cuídenla”.
SÉPTIMO DÍA: DIOS SALE AL ENCUENTRO PARA QUE SEAMOS MISERICORDIOSOS COMO ÉL (Lc 1, 46-56)
1. Palabra: Misericordia 2. Signo: María pregonando la misericordia 3. Reflexión
Hoy nos encontramos con una escena del evangelio particular. La sencilla mujer de Nazaret alaba la grandeza de Dios porque ha mostrado su misericordia; si ella ha sido escogida, es en virtud del amor misericordioso de Dios. Ya santo Tomás de Aquino señalaba que la grandeza de Dios –su omnipotencia- reside en su misericordia. Allí está el centro del actuar de Dios. Su compasión lo mueve a perdonar al hijo pródigo, a buscar la oveja perdida, a encontrar la moneda extraviada.
La navidad es también el tiempo de la misericordia. El nacimiento de Jesús es la manifestación más grande del amor de Dios por su pueblo. Siempre ha sido un Dios cercano con los sufrimientos y los pecados de los seres humanos.
En boca de María se nos recuerda que el poder de Dios se evidencia en la misericordia que “llega a sus fieles de generación en generación” porque “su ser misericordioso se constata concretamente en tantas acciones de la historia de la salvación donde su bondad prevalece por encima del castigo y la destrucción” (Francisco, Misericordie Vultus, 6). El salmo 136, que es el salmo que cuenta la historia de Dios con su pueblo invita a entonar una y otra vez el cántico: “porque es eterna su misericordia”.
El amor que Dios no tiene no es de ninguna manera abstracto. Para María es un amor que invita a volcar las relaciones existentes: no es desde el poder o las riquezas, sino desde la compasión con los últimos como se construirá el Reino de Dios. Por eso en la humildad de la “esclava del Señor” se constata la acción de Dios a favor de los pequeños y de los excluidos. Las proezas que Dios realiza son en beneficio de los sencillos: “dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos.”
María enuncia un cántico único y a la vez controversial. La misericordia de Dios nos invita a sentir del mismo modo –único y controversial- la compasión
de Dios por todos los seres humanos indefensos. Mirada así, la misericordia es práctica, profética y esperanzadora. Dios golpea los intereses del ser humano y viene en auxilio de los pequeños y en perjuicio de los poderosos. Así se cumple la promesa hecha a “nuestros padres” a quienes una y otra vez deseaba una vida digna y justa basada en la compasión.
Luego en el evangelio encontraremos a Jesús –Dios humanado- manifestando esa misma compasión: “ante la multitud de personas que lo seguían, viendo que estaban cansadas y extenuadas, pérdidas y sin guía, sintió desde lo profundo del corazón una intensa compasión por ellas (cfr Mt 9,36). A causa de este amor compasivo curó los enfermos que le presentaban (cfr Mt 14,14) y con pocos panes y peces calmó el hambre de grandes muchedumbres (cfr Mt 15,37). Lo que movía a Jesús en todas las circunstancias no era sino la misericordia, con la cual leía el corazón de los interlocutores y respondía a sus necesidades más reales. (Misericordie Vultus, 8).
Perdonados por el amor del Padre, los cristianos de hoy deberíamos ser también misericordiosos-compasivos. La navidad puede convertirse en la oportunidad de compartir con quien no tiene su propio sustento a causa de las injustas decisiones de los poderosos; es el momento de saciar del hambre a tantos que viven en las periferias humanas y existenciales que nos adolecen.
Pensemos en los belenes del presente: en esa familia a la que han cerrado las puertas, en el niño desnudo que ha sido abandonado al frío indiferente de muchos, en el enfermo que ha perdido la ocasión de sentir una mano solidaria que le sane las heridas. Allí en el pesebre María nos invita a practicar la misericordia que Dios nos manifiesta siempre.
OCTAVO DÍA: DIOS SALE AL ENCUENTRO Y NOS QUIERE MISIONEROS. (Lc 1, 57-66)
1. Palabra: Misión 2. Signo: Imagen de Zacarías, Isabel y Juan 3. Reflexión
Nuevamente nos encontramos con la persona de Juan el Bautista y sus padres Zacarías e Isabel. Se nos ha descrito su nacimiento y el cambio de actitud de Zacarías al sentir las palabras del ángel cumplidas. Pero el evangelio que hoy se nos presenta insiste una y otra vez en la importancia del nombre que le será puesto al recién nacido. Es una curiosa historia en que Isabel y Zacarías defienden el nombre dado por el ángel muy a pesar de las inconveniencias que ven sus allegados.
Para el judío el nombre designaba de modo profético la misión de la persona en su vida; así sería llamado en el día de la circuncisión, en medio de la oración del pueblo, en las situaciones difíciles de la existencia y por último en la memoria de Dios y de sus allegados en el momento de su muerte. El nombre tenía características relevantes que le indicaban la misión a conseguir durante toda su existencia.
Juan (Yohannan) significa que es fiel al Señor, cercano a Él. Será el profeta que fiel a las promesas del Señor esté de modo más cercano a la vida de Jesús. Su tarea será la de preparar a Dios un pueblo bien dispuesto, en clave de fidelidad y cercanía. El ángel lo mandó expresamente, esa es su misión.
Hoy no damos mucha importancia a los nombres y vendría bien conocer su significado y descubrir si acaso allí no está presente nuestra propia misión. Es importante que tengamos claro el compromiso que tenemos frente a la existencia. La persona sin misión pierde su horizonte, su sentido de vida.
¿Cuál es la misión a la que Dios me envía? ¿Cuáles son nuestros principales intereses? ¿A quién dedicó todo mi esfuerzo? ¿He sido fiel a la misión que Dios me ha pedido realizar? ¿Mi misión la asumo de manera plena o de forma mediocre he hecho las cosas? ¿Pongo metas, límites e identifico peligros que puedan afectar la misión?
La Iglesia en Latinoamérica y El Caribe han deducido que la misión consiste en dar la vida toda a Jesús porque “la vida se acrecienta dándola y
se debilita en el aislamiento y la comodidad. De hecho, los que más disfrutan de la vida son los que dejan la seguridad de la orilla y se apasionan en la misión de comunicar vida a los demás. El Evangelio nos ayuda a descubrir que un cuidado enfermizo de la propia vida atenta contra la calidad humana y cristiana de esa misma vida. Se vive mucho mejor cuando tenemos libertad interior para darlo todo: “Quien aprecie su vida terrena, la perderá” (Jn 12, 25). Aquí descubrimos otra ley profunda de la realidad: que la vida se alcanza y madura a medida que se la entrega para dar vida a los otros. Eso es en definitiva la misión” (Documento de Aparecida, 360).
Junto a esa actitud de entrega total, el contenido explícito de toda misión, la de Jesús y la nuestra, es el de proclamar “una vida más digna, en Cristo, para cada hombre y para cada mujer” (DA, 361) y de este modo se le comunique una buena noticia ante las situaciones difíciles. Es comunicar la inmensa compasión que Dios ha tenido en mi historia y el amor que puede transformar la vida de los demás.
En esta navidad tenemos que recuperar el sentido auténtico de la misión que Dios nos ha encomendado. Precisamente por estos días el mundo empresarial y comercial realiza evaluaciones y balances de las metas propuestas. Tomando esta situación por ejemplo debemos hacer evaluación y balance de la misión que llevamos aunque sea en vasijas de barro.
NOVENO DÍA: DIOS SALE AL ENCUENTRO PARA GUIAR NUESTROS PASOS POR EL CAMINO DE LA PAZ (Lc 1, 57-66)
1. Palabra: Paz 2. Signo: 3. Reflexión
No podemos olvidar hoy el contexto en el que hace más de 2000 años nació Jesús: la violencia del imperio invasor, el aumento de la miseria, el mal pago a los trabajadores, la corrupción desbordante de cobradores de impuestos y de autoridades civiles y religiosas, los conflictos suscitados por grupos revolucionarios, la condena a muerte de hombres a causa de su postura contraria al poder reinante.
¿Es este el culmen y la plenitud de la historia? ¿Es una situación ideal para que Dios actúe? Con rapidez diremos “no”. Pero, ¿no es esta la mejor ocasión para que Dios muestre su deseo de una sociedad más justa, de un trato al ser humano más digno y de una compasión desbordada por los pequeños? Como en la creación, donde todo era caos, Dios vuelve a pronunciar su Palabra para mostrar los caminos que humanicen y devuelvan la paz a su pueblo. Zacarías es consciente de ese anhelo esperanzador: “Bendito sea el Señor, Dios de Israel, porque ha visitado y redimido a su pueblo… Por la entrañable misericordia de nuestro Dios, nos visitará el sol que nace de lo alto, para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte, para guiar nuestros pasos por el camino de la paz”.
Estamos ante un cántico que describe como Dios nos iluminará, destruirá las tinieblas de tantas injusticias e indiferencias para que, saliendo a su encuentro, demos pasos hacia el camino de la paz.
La paz nace en la opción por la defensa de la vida. En la visita del Papa Francisco a Colombia, frente a las autoridades civiles, describía como nuestro país salía adelante gracias a esta elección. Citando a Gabriel García Márquez, el Papa describía esa actitud así: “frente a la opresión, el saqueo y el abandono, nuestra respuesta es la vida. Ni los diluvios ni las pestes, ni las hambrunas ni los cataclismos, ni siquiera las guerras eternas a través de los siglos y los siglos han conseguido reducir la ventaja tenaz de la vida sobre la muerte. Una ventaja que aumenta y se acelera». Es posible entonces, continúa el escritor, «una nueva y arrasadora utopía de la vida, donde nadie pueda decidir por otros hasta la forma de morir, donde de veras
sea cierto el amor y sea posible la felicidad, y donde las estirpes condenadas a cien años de soledad tengan por fin y para siempre una segunda oportunidad sobre la tierra” (Papa Francisco, Encuentro con las autoridades)
También la paz que nos trae Dios requiere hacer de nuestras familias y comunidades un espacio donde la justicia y la reparación a las ofensas cometidas sean reales. Es claro que la paz comienza en la actitud personal de aceptarme y de salir sí mismo al encuentro con los hermanos de manera justa; “aun cuando perduren conflictos, violencia o sentimientos de venganza, no impidamos que la justicia y la misericordia se encuentren en un abrazo que asuma la historia de dolor… Sanemos aquel dolor y acojamos a todo ser humano que cometió delitos, los reconoce, se arrepiente y se compromete a reparar, contribuyendo a la construcción del orden nuevo donde brille la justicia y la paz” (Papa Francisco, Encuentro de oración por la reconciliación nacional).
La paz incluye asumir la vida de Cristo. Él vino a traernos la paz, el asumió nuestra carne para comprometernos a caminar por esa paz que sólo Él da. Y el encuentro con Cristo pasa necesariamente por el encuentro con los hermanos. Cuando dejemos de lado nuestros propios caprichos reconoceremos cómo Jesús actúa en nosotros y nos llama a encontrarnos con los demás y “Él nos pide siempre dar un paso decidido y seguro hacia los hermanos, renunciando a la pretensión de ser perdonados sin perdonar, de ser amados sin amar” (Papa Francisco, Homilía en Cartagena).
Sea el niño de Belén el que traiga su luz y su esperanza en esta nueva noche de paz. Mientras algunos estén ocupados en la fiesta, la comida y el pastel, nosotros permitamos que Dios nazca en nuestra familia. Ojalá nos reunamos a orar, a hablar juntos, a meditar el inmenso amor que Dios nos tiene y que se ha hecho niño para ayudarnos.
Terminemos la reflexión de esta novena con un villancico de san Alfonso María de Ligorio. Meditemos en el misterio de Encarnación que ya viene, que se acerca:
Desciendes de la altura ¡Oh Rey del cielo! /Y en una gruta naces del triste suelo/. Niño mío de puro frío yo te veo aquí temblar. /¡Dios Humanado! Hay cuánto te costó haberme amado/.
Tú que formaste el mundo con voz creadora,
/ni abrigo ni sustento tienes ahora/. Luz divina, me fascina y enamora tu bondad. /De amor henchido nacer quisiste pobre y desvalido/.
Tú que en el cielo habitas de gloria lleno; / ¿Cómo a sufrir bajaste sobre vil heno?/ No es un sueño, dulce dueño, es misterio de tu amor. /En él confío, pues sufriste no más por amor mío/.