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REFLEXIÓN SEÑOR DE LOS MILAGROS

Por: P. Oscar Darley Báez Pinto, C.Ss.R.

«Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y se las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, así te ha parecido bien».
Esta frase tan sencilla y tan profunda fue dicha por Jesús mientras estaba lleno del Espíritu Santo (Lc 10, 21) y expresa la magnanimidad de la Providencia del Padre Eterno, que cuida con amor de toda la creación, en particular de los más pequeños y vulnerables. Todos somos sus hijos y a todos nos ama con amor único, infinito y diferenciado, pero a ellos, a los pequeños, a los vulnerables, a los pobres los prefiere, no porque quiera su sufrimiento sino por dos cosas: porque ellos se abandonan en sus manos y confían como si él fuera su única esperanza, y porque la situación de injusticia que viven impide que Dios reina plenamente como Padre y Señor de la historia.

Dios no es neutral, ni sordo, ni mudo, ni ciego. Dios no guarda silencio ante el dolor humano, an-tes bien camina y sufre con los que sufren, y se duele de la injusticia cometida contra los pequeños, tanto como de la indiferencia de muchos ante su sufrimiento. Por tal motivo creemos que se encar-nó despojándose de todo lo que lo hacía igual a Dios para compartir los sufrimientos de sus hermanos (Fp 2, 6-7). Además, sabemos que quiso nacer pobre, con todo lo que eso significa: ser desplazado, perder el empleo o que no se le pague lo justo por su trabajo, y ser humillado por su condición. Así nos dio ejemplo de solidaridad y así escondió todo el poder salvador de Dios para redimirnos.

Ya desde el AT se intuye un Dios vigilante y preocupado por los pequeños y los que sufren, un Dios movido por entrañas de misericordia: el mismo que se encarnó. En el libro del Éxodo Dios dice «El clamor de los hijos de Israel ha llegado a mí y he visto cómo los tiranizan los egipcios» (3, 9). De aquí se deduce que Dios quiere aplicar aprisa su misericordia y su justicia, sin importar que entre los israelitas haya gente de mala reputación, es decir, que la situación moral o de pecado en que nos encontremos no impiden que llegue a nosotros su misericordia. Más aún, lo hace porque sabe que la necesitamos con más urgencia. Así, el que ha recibido más misericordia debería practicarla en igual medida con sus hermanos que claman a Dios ¡justicia! y no la ven. Y le encarga a Moisés: «Y ahora marcha, te envío al faraón para que saques a mi pueblo, a los hijos de Israel» (3, 10).

Oración

Señor de los Milagros, ayúdanos a pasar de una fe en tu imagen sagrada a una fe vivida en lo coti-diano. Que el amor que te profesamos, lo reflejemos en el rostro de muchos cristos sufrientes, es decir, de muchos pobres y oprimidos, explotados y sin hogar que deambulan por nuestras ciuda-des. Permítenos amarlos superando las barreras de nuestra formación cultural y religiosa e ir a las periferias existenciales en las que se debate la vida de los hombres, allí adonde tú estás animando, sanando y salvando a tantos hermanos nuestros buenos y malos.

Ayúdanos a entender la profundidad de tu amor y misericordia. Que nada nos impida hacer el bien y que lo hagamos con generosidad. Señor de los Milagros, gracias por esta eucaristía en la que te celebramos como un Dios encarnado y hecho Pan de Vida, pan compartido y banquete de solidari-dad para quienes creen en los valores del Reino y se dan a sus hermanos confiando plenamente en Dios. En ti hay salvación segura y abundante, ayúdanos a llegar a ti llevando nuestra cruz de cada día con amor. Amén.