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SERES RELACIONALES POR NATURALEZA. LLAMADOS A VIVIR UNA ESPIRITUALIDAD TRINITARIA

Solemnidad de la Santísima Trinidad

Comentario bíblico

30 de mayo de 2021

Ciclo B: Mt. 28, 16 – 20

Por: P. Cristian Bueno Fonseca, C.Ss.R.

Dentro del ciclo litúrgico, esta semana conectamos nuevamente con el tiempo ordinario. El primer domingo después de pentecostés nos invita a celebrar nuestra fe en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, dejando a un lado las pretensiones racionalistas que buscan encapsular el misterio de Dios con todo tipo de explicaciones. Sin importar el esfuerzo que hagamos para ilustrar con palabras, imágenes o ideas, la Santísima Trinidad permanecerá siempre como lo que es: un misterio que desborda cualquier capacidad humana de comprensión. No obstante, afirmar que la Santísima Trinidad es un misterio no significa necesariamente que nos encontramos frente a una abstracción inaccesible. La dinámica propia de nuestra fe nos mueve también a “comprender,” y si bien ese camino se puede hacer por la vía de la razón, la liturgia nos invita hoy a acercarnos más bien por la vía de la contemplación para sumergirnos en este misterio central de nuestra fe cristiana.

Por ser un misterio que lo permea todo, nuestra profesión de fe en la Santísima Trinidad tiene (o debería tener) profundas implicaciones espirituales y en la vida diaria. Así que nuestra mejor preocupación este domingo no debe ser la de tratar de explicar o de comprender la Santísima Trinidad, sino más bien la de celebrar y vivir esta verdad de fe que ilumina los otros misterios de la fe (Cfr. CIC 234).   

Las medidas de confinamiento y de distanciamiento social surgidas con la actual pandemia, nos han llevado a redescubrir el valor de las relaciones interpersonales y con la naturaleza. Porque, como creaturas formadas a imagen y semejanza de nuestro Creador, somos seres relacionales por naturaleza, y existimos para amar y recibir amor. Esta dimensión relacional no solo está presente en la persona humana; cada parte de la naturaleza nos deja ver esa misma fuerza de atracción.  

Nuestro Dios se ha revelado como un Dios relacional, y ha impreso en nuestro “ADN existencial” ese dinamismo trinitario que nos vincula con las demás creaturas. Esta fe en un Dios que es comunión trinitaria nos lleva a ver que toda realidad contiene en su seno esa marca propiamente trinitaria. Toda creatura tiende hacia otra, y por eso en la dinámica física del universo, desde los átomos hasta las galaxias, podemos encontrar un sinnúmero constante de relaciones que se entrelazan de muchas maneras.

Toda la creación se expande a partir de la comunidad trinitaria y hacia ella tiende.  “Esto no sólo nos invita a admirar las múltiples conexiones que existen entre las criaturas, sino que nos lleva a descubrir una clave de nuestra propia realización. Porque la persona humana más crece, más madura y más se santifica a medida que entra en relación, cuando sale de sí misma para vivir en comunión con Dios, con los demás y con todas las criaturas.” (Laudato Si’, 240).    

Es aquí donde encontramos las implicaciones para el cristiano. El Papa lo explica con las siguientes palabras: “Nada en la naturaleza vive para sí mismo. Los ríos no beben su propia agua; los árboles no comen su propia fruta; el sol no brilla para sí mismo; y las flores no extienden su fragancia para sí mismas. Desde lo más pequeño a lo más grande a nivel universal, todo está en comunicación.” (Audiencia General, 5 de junio de 2017).  El hecho de que “todo está conectado,” nos remite al corazón de nuestra fe en un Dios que es amor, que es otra manera de decir que Dios es trinidad.    

Por tanto, nuestra fe en la Trinidad más allá de ser un problema intelectual, es una verdad que nos lleva a reconocer que participamos de la misma naturaleza de Dios que está en todo y que se da a sí mismo. Si todo está conectado, nada nos puede resultar ajeno, pues lo que sucede a otras creaturas nos afecta también a nosotros. Como bautizados, estamos configurados en modo Trinitario. Y por eso, cuando afirmamos que Dios es Padre-Hijo-y-Espíritu-Santo estamos reconociendo que somos agentes de unidad y no de división, agentes de esperanza y no de desesperación. Significa que estamos llamados a perdonar, antes que a condenar. Significa que estamos llamados a salir de nuestra auto referencialidad para sacrificarnos por el bien del otro y construir el bien común. Significa dar, antes que acumular; sanar, antes que destruir… 

Otra de las realidades concretas donde se manifiesta la Santísima Trinidad es en la familia. Es en ella donde aprendemos que necesitamos del otro, y donde aprendemos lo que significa amar y ser amado. Este es el lugar donde descubrimos y potenciamos nuestra personalidad y singularidad, y donde nos reconocemos como individuos. La familia es la imagen de la Santísima Trinidad porque expresa unidad en la pluralidad de personas y la diversidad en la unidad. Y, como en el seno de Dios, es el amor dado y recibido, el que mantiene unida la diversidad de las personas dentro de la familia.

Así, la crisis actual de la familia puede ser interpretada como la expresión y consecuencia del rechazo de Dios que es familia. Esto también aplica al ámbito más amplio de la familia humana y de la crisis ambiental por la que atraviesa nuestra Casa Común. Al desconectarnos de nuestro Creador, nos desconectamos también de sus creaturas, las cuales se convierten en objetos para nuestro uso y abuso. Al perderse la conciencia de un origen común, de una pertenencia mutua y de un futuro compartido, perdemos el sentido de comunión y nos convertimos en depredadores.

Cultivar una espiritualidad trinitaria y una actitud contemplativa, prestando atención a la belleza y amando la creación, nos ayudará a salir del pragmatismo utilitarista en el que hemos caído. Que el Espíritu Santo nos ayude a restablecer nuestras relaciones con el Padre Creador y podamos ser uno en Cristo Redentor para que, por nuestro testimonio de comunión, el mundo crea. (Cfr. Jn 17, 21).