Jesucristo, Rey del Universo
Comentario dominical
21 de noviembre de 2021
Ciclo B: Jn. 18, 33b – 37
Por: P. Víctor Chacón Huertas, C.Ss.R. (Redentoristas de España)
Hay una expresión cariñosa que he oído a muchos padres refiriéndose a sus hijos, normalmente a los pequeños: “mi rey” o “mi reina”. Es simpática cuando menos. Para esos padres, realmente sus hijos son el centro de su vida, es más, organizan y condicionan gran parte de su vida, de lo que hacen y de lo que dejaron de hacer ya hace tiempo por sus hijos. Realmente son reyes y reinan, tan pequeñitos y ya gobiernan aún sin hablar, a veces sólo con el llanto o con otros fenómenos naturales. La Palabra de este domingo nos presenta a Jesús como rey, pero como un rey singular entre otras cosas porque “su reino no es de este mundo”.
Él es rey. Pero no un rey al uso: con corona, cetro, capa y trono… Aunque si nos fijamos en esos atributos también podemos percibir lo singular de su reinado. Su corona más que oro, tiene espinas y cómoda cómoda no parece, eso sí, no pesa mucho; su cetro bien podría ser un martillo de carpintero (ya que fue a lo que dedicó la mayor parte de su vida); su vestido era ciertamente una túnica hermosa de una única pieza, de la que le despojaron los soldados y se la sortearon a ver a quién más vestía; y su trono… una cruz. Con este panorama y esperando los judíos a un rey Mesías poderoso y triunfador en batalla, no es de extrañar que no lo reconocieran. ¿Qué va a gobernar este así? ¿A quién va a dirigir y salvar? ¿A un pueblo de pobres, miserables y pecadores? ¡Exactamente! Justo por esos vino a reinar, no por los justos sino por los pecadores.
La profecía de Daniel nos habla de un “hijo del hombre (título mesiánico) al que todos los pueblos, naciones y lenguas respetarán, cuyo dominio es eterno y no pasa. Un rey sin final”. Lo que Daniel no precisa es cómo se hará respetar y amar, nunca por la fuerza o con violencia, sino con la misericordia de sus obras y palabras que generaron vida y esperanza, que no dejaron a nadie indiferente. Él es un rey que –como nos dice Juan- ha venido a ser testigo de la Verdad, de Dios. Portavoz de la voz de Dios y así lo hizo hasta cuando moría, clamando ¡Abbá! (Padre). Cristo fue el testigo fiel que nos dio a conocer a Dios, que se nos reveló como aquel capaz de salvar y dar plenitud a nuestro horizontes tan chatos y terrenos. Nos enseñó que existen la firmeza y la fuerza sin violencia, el poder que no oprime ni se aprovecha sino que sirve y entrega su vida, el reinado que no busca su propia gloria sino el bienestar/salvación de su pueblo.
¡Nos ha hecho reyes! Lo dice el Apocalipsis hoy: “Aquel que nos amó, nos ha liberado y nos ha convertido en un reino y hecho sacerdotes de Dios”. Es oportuno recordar que, por el bautismo, cada cristiano es ungido como sacerdote, como profeta y ¡como rey! Sacerdotes, pues, el mismo Jesús nos ha enseñado a relacionarnos directamente con Dios, su Padre y nuestro Padre; y nos ha mandado enseñar a otros, ser mediadores de Dios; profetas pues podemos escuchar su Palabra, entenderla y hacer a otros partícipes de lo que nos dice y les quiere decir a otros él; y reyes pues poseemos la máxima dignidad y poder, somos hijos de Dios, hijos del Rey de todos los reyes. Nuestra vida es sagrada pues somos imagen suya, obra suya. Cada ser humano vale infinito. “Cada ser humano vale Dios”. Por eso, después de este “subidón” de autoestima uno no puede sino esbozar una mueca al recordar los muchos reyes –hermanos nuestros- que padecen y mueren cada día, en guerras, en matanzas, de hambre o de olvido… Lo único que me consuela es que el gran y verdadero Rey les espera con los brazos abiertos en su Reino (“Venid benditos de mi Padre…”); pero eso no nos exime de responsabilidad a todos los reyes que aún quedamos en este mundo. ¿Seremos capaces de misericordia? ¿Seremos capaces de reinar al estilo de Cristo? He aquí la invitación de este domingo. A ser reyes, pero de otro estilo.