Comentario dominical – Domingo I del Tiempo de Adviento
3 de diciembre de 2023
Ciclo A/B/C: Mc 13,33-37
Por: Pedro Pablo Zamora Andrade, C.Ss.R.
Introducción[1]
Las primeras generaciones cristianas vivieron obsesionadas por la pronta venida del Jesús. El Resucitado no podía tardar. Vivían tan atraídos por su persona que querían encontrarse con él cuanto antes. Los problemas empezaron cuando vieron que el tiempo pasaba y la venida del Señor se demoraba.
Pronto se dieron cuenta de que esta tardanza encerraba un peligro mortal. Se podía apagar el primer ardor. Con el tiempo, aquellas pequeñas comunidades podían caer poco a poco en la indiferencia y en el olvido. Les preocupaba una cosa: que, al llegar, Jesús, los encontrara dormidos.
La vigilancia se convirtió en palabra clave. Los evangelios la repiten constantemente: «vigilen», «estén alerta», «vivan despiertos». Según Marcos, la orden de Jesús no es solo para los discípulos que le están escuchando. «Lo que les digo a ustedes lo digo a todos: ¡Velen!». No es una llamada más. La orden es para los seguidores de todos los tiempos.
Han pasado veintiún siglos de cristianismo. ¿Qué ha sido de esta orden de Jesús? ¿Cómo vivimos los cristianos de hoy? ¿Seguimos despiertos? ¿Se mantiene viva nuestra fe o se ha ido apagando en la indiferencia y la mediocridad?
Comentario
Con este primer domingo de Adviento, iniciamos un nuevo año litúrgico (ciclo B). Y, aunque para la devoción popular, pareciera que lo esencial y único sea preparar el pesebre y rezar la novena, la liturgia nos invita a mirar más allá.
Para esta reflexión, me voy a apoyar en un comentario que trae el Oficio de Lectura, del miércoles de la primera semana del tiempo litúrgico del Adviento. Es un texto de san Bernardo, abad. El texto lleva por título: «Vendrá a nosotros el Verbo de Dios».[2]
Dice el texto que aquí nos interesa, lo siguiente: “Conocemos tres venidas del Señor. Además de la primera y de la última, hay una venida intermedia. Aquéllas son visibles, pero ésta no. En la primera el Señor se manifestó en la tierra y vivió entre los hombres, cuando –como él mismo dice– lo vieron y lo odiaron. En la última, «todos contemplarán la salvación que Dios nos envía», y «mirarán a quien traspasaron». La venida intermedia es oculta, sólo la ven los elegidos, en sí mismos, y gracias a ella reciben la salvación. En la primera el Señor vino revestido de la debilidad de la carne; en esta venida intermedia viene espiritualmente, manifestando la fuerza de su gracia; en la última vendrá en el esplendor de su gloria”.
Desarrollemos brevemente esas tres venidas de las que nos habla san Bernardo.
–Primera venida. En la primera Navidad, el Señor Jesús se revistió de nuestra condición humana y nació como un niño en algún lugar de Israel. No sabemos con precisión el día ni el año de este acontecimiento tan importante para el cristianismo, pero eso no es tan determinante. Los motivos históricos o teológicos por los cuales la Iglesia católica escogió el 25 de diciembre son por todos conocidos.
La fe cristiana concretiza ese hecho con la elaboración del pesebre, una tradición que se remonta a san Francisco de Asís. Una pregunta que debemos responder en este contexto, es la siguiente: ¿Cómo actualizar la primera venida del Señor Jesús en el campo religioso? La sugerencia es recurrente: preparar el «pesebre» de nuestro corazón para que el Señor Jesús pueda nacer en él. En esa dirección ubicamos la predicación de Juan Bautista, sobre todo aquella en la que pide al pueblo de Israel, siguiendo al profeta Isaías, que «los valles se levanten, que los montes y colinas se aplanen, que lo torcido se enderece», (Is 40,4). Todo un programa de vida.
–Segunda venida. Los textos de los primeros domingos de Adviento enfatizan esta perspectiva. No se centran en que el Señor Jesús vino «en carne mortal», sino que vendrá en poder y gloria al final de los tiempos para juzgar a las naciones. El tono es, evidentemente, escatológico. Los cristianos de la segunda generación, creyeron que la parusía, la segunda venida o la manifestación gloriosa del Señor Jesús era algo inminente. Falsa alarma. Ya llevamos más de dos mil años y el asunto sigue pendiente. No faltará quien diga: «Es que, para Dios, mil años son como un día y un día como mil años (2 Pe 3,8; Sal 90,4).
¿Cómo prepararnos espiritualmente para la segunda venida del Señor Jesús o para su manifestación en poder y gloria al final de los tiempos? Los textos de la Escritura nos invitan a estar vigilantes, a estar atentos. No sabemos el día ni la hora. Además, lo más cercano que hay entre nosotros y Dios es el misterio de nuestra muerte. Y ese evento nos puede sobrevenir en cualquier momento. Nuestra vida es frágil y la podemos perder en un abrir y cerrar de ojos. Por eso, lo mejor es estar preparados: tener nuestra vida en orden y nuestras cuentas al día. Que cuando Dios Padre nos llame, podamos morir tranquilos porque estábamos haciendo lo que a Él le agrada.
–Tercera venida. Según san Bernardo, el Señor Jesús viene a nuestra vida todos los días. Sólo tenemos que agudizar los «ojos de la fe». Porque Él está presente en su Palabra, en los sacramentos, en la oración, en la comunidad que se congrega en su nombre, en los hermanos más pobres y necesitados… Si agudizamos nuestra mirada, lo podremos «ver» en todos esos «lugares» donde Él se nos hace encontradizo. Él es un Viviente (Ap 1,18), un espíritu en el mundo, y podemos encontrarnos con Él sin necesidad de citas o de lugares especiales.
Conclusión
La Navidad es, sin duda, una de las épocas más bonitas del año. No faltarán las excepciones, como en todo; pero, en la mayoría de los casos, la Navidad nos trae buenos recuerdos y nos transporta a una época donde vivimos experiencias agradables al lado de nuestros familiares y seres queridos.
Navidad es la época de los pesebres, de los villancicos, de los regalos, del reencuentro familiar. También es el tiempo de las fiestas, de las borracheras, de los trasnochos, de los embarazos indeseados…
Es el tiempo en que la sociedad de consumo nos quiere hacer gastar hasta lo que no tenemos…. Se ofrecen infinidad de cosas a través de los medios de comunicación: comida, bebida, ropa, aparatos electrónicos, etc. Pareciera que, si no gastamos, y en exceso, no tenemos espíritu navideño. Mucha gente se endeuda…
Es una celebración que la sociedad laica en la que vivimos está tratando de vaciar de su contenido religioso. Expresiones como «felices fiestas», en lugar de «feliz Navidad», van en esa dirección.
A nosotros como pastores nos corresponde como tarea prioritaria recuperar su sentido religioso. Hay que invitar a nuestros fieles a que vivan este tiempo en un ambiente de austeridad (a eso nos invita el pesebre); a alegrarnos estando sobrios (cero borracheras, trasnochos o resacas). Enseñémosle al mundo cómo hay que celebrar esta fiesta religiosa. No la ensuciemos, no la contaminemos con prácticas mundanas; no avergoncemos o entristezcamos al Señor Jesús, centro de esta celebración.
Que la Madre del Redentor nos acompañe en ese propósito. Amén.
[1] Cf. José Antonio PAGOLA, El camino abierto por Jesús. 2: Marcos, (Madrid: PPC, 2012), 231-232.
[2] Sermón 5, En el Adviento del Señor, 1-3: Opera Omnia, edición cisterciense, 4 [1966], 188-190.