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XXXII Domingo del Tiempo Ordinario

Comentario bíblico

7 de noviembre de 2021

Ciclo B: Mc. 12, 38 – 44

Por: P. Edward Julián Chacón Díaz, C.Ss.R.

Seguramente hemos tenido la experiencia de encontrar más generosidad en lo sencillos y en las personas pobres, que en algunos que tienen mejores oportunidades económicas. La anterior realidad es presentada en las lecturas de la liturgia de este trigésimo segundo domingo del tiempo ordinario. Cuando el Antiguo Testamento se refiere a los más abandonados a menudo enumeran tres categorías de personas: el extranjero, el huérfano y la viuda (Dt. 14,29) y a su vez, invitan al resto de la comunidad el tener sensibilidad con dichas realidades.

La primera lectura (1Re. 17, 10-16), nos presenta el encuentro entre una pobre viuda de Sarepta, ciudad de la región pagana de Fenicia y el profeta Elías, enviado por Dios a ese lugar. La región vivía una terrible sequía, lo que trajo pobreza a sus habitantes, la viuda no era una excepción; sus habitantes adoraban a Baal, el dios que les proveía las lluvias, el vino, el trigo y el aceite. Ahí va Elías, mandado por Yahvé, que es perseguido por el rey Ajab a causa de su lucha contra la difusión de la idolatría en Israel. La viuda acoge a Elías, comparte lo que tiene: un puñado de harina y un poco de aceite; Elías también es pobre, fugitivo, forastero, su única riqueza es la seguridad de la palabra de Yahvé.

Profeta y viuda obedecen a Yahvé, a pesar de no ser hebrea, se fía de la palabra de Elías, y da todo lo que tiene, ambos representan a las personas que viven desde la fe, su particular situación de pobreza. Yahvé multiplicó esos pocos bienes, la harina y el aceite, y tuvieron comida por mucho tiempo (v.15). Con este prodigio, Yahvé muestra que sostiene la vida de sus adoradores, porque es Dios de cielo y tierra, de la naturaleza y de la vida. En cambio, los baales, son incapaces de dar lluvia y alimentos a sus habitantes. La vida del profeta perseguido es salvada por la generosidad de una viuda pobre, pagana, que sobrevive gracias a la acción benevolente de Yahvé a favor de los que se fían del poder de su palabra.

La segunda lectura, tomada de la carta a los Hebreos (9, 24-28) también destaca la generosidad de Cristo. Con confianza en su Padre, se ofreció generosamente a sí mismo como “sacrificio vivo y santo” (Rom 12, 1). Lo que ofreció o perdió generosamente a través de su sufrimiento y muerte, lo ganó victoriosamente a través de su Resurrección y Ascensión. La eficacia del sacrificio de sí mismo llevada a cabo durante su pasión, quedó demostrada, por el perdón de los pecados de los hombres que limpia sus conciencias (v.28). El sacrificio de Cristo, consiguió mediar eficazmente la salvación de Dios a favor de los hombres, es único e irreversible. Con ello se nos enseña que la historia humana ha alcanzado el final de los tiempos.

El evangelio dominical (Mc. 12, 38-44) nos presenta la conclusión de las controversias de Jesús con los escribas, fariseos y autoridades de Israel (vv. 38-40), pero tenemos como contrapunto, el testimonio de la viuda pobre del templo (vv. 41-44). En un primero momento Jesús, descubre la hipocresía de los maestros de la ley, que con sus actitudes y comportamiento han opacado la verdadera piedad hebrea. Si bien son conocedores de la Escritura, sacan provecho personal de ella, son asiduos en visitar la sinagoga, pero su corazón está lejos de la humildad y justicia.

En un segundo apartado, Jesús pone su mirada en la ofrenda de una pobre viuda, a quien coloca como modelo de piedad confiada en Dios, en oposición a los representantes de la fe oficial del culto judío. Ella manifiesta su fe, en un acto de gratuidad hacia los demás. Jesús sentado, observa cómo los fieles echan sus ofrendas en el cepillo del templo, los ricos echan grandes cantidades de dinero, llegó la viuda que depositó dos monedas de muy poco valor (v. 42). Al ver este gesto, Jesús reacciona: había acusado a los escribas de hipócritas e injustos, ahora propone a la viuda, como modelo de vida para sus discípulos, porque dio todo lo que tenía para vivir, es decir, entregó su vida a Dios simbolizada en esas dos moneditas (v. 44).  Ella es ícono de la auténtica piedad hebrea, la del verdadero Israel, no ha opacado la religión que se profesa en el templo. Ella como Jesús, considera el templo como casa de oración, por ello, pone sus vidas en manos de Dios (cfr. Mc. 11, 17).

Finalmente, el evangelista quiere insistir en el valor del pobre, como acogedor del Reino de Dios, y la novedad que trae Jesucristo; ambas viudas, una pagana y otra judía, se presentan como activas participantes de la historia de la salvación y modelos de creyentes para los cristianos. Sólo el pobre da todo, y se entrega a Dios confiadamente, vive el gozo de la gratuidad, de no sentirse dueño de nada, no apega su corazón a los bienes. Sabe estar en la comunidad del culto al Dios único y verdadero, y su presencia se mide, no por lo que viste, sino por su humilde donación de sí misma. El amor, en ambas viudas, nos da su talla interior, el puñado de harina y las moneditas, son oro purísimo, su actitud de entrega amorosa las hace dignas de todo elogio e imitación de todos los cristianos.