XXXII Domingo del Tiempo Ordinario
Comentario social
7 de noviembre de 2021
Ciclo B: Mc. 12, 38 – 44
Por: P. José Pablo Patiño Castillo, C.Ss.R.
Jesucristo no critica a los escribas y fariseos por sus defectos individuales. Jesús pone la atención en su hipocresía como grupo. Y advierte sobre esa actitud a los discípulos. Los fariseos eran los intérpretes oficiales de la ley, la expresión de la voluntad de Dios. Ellos tenían la última palabra; a ellos había que someterse. Por ello, aparecían revestidos de gran dignidad; por eso, se creían con derecho a ocupar los primeros puestos, recibir reverencias y especiales tratamientos. Y, por su parte, se comportaban como inflexibles defensores y mantenedores de las normas. No eran malos, ni pecadores, ni ladrones, simplemente eran hipócritas, aparentaban ser lo que no eran; no eran lo que decían. Jesús los describió como “sepulcros blanqueados”, recipientes de huesos a los que la gente daba una capa de pintura blanca para dar buena impresión a los visitantes con ocasión de las fiestas.
Por otra parte, sabemos que los relatos evangélicos son reflexiones de las comunidades cristianas sobre las enseñanzas de Jesucristo con la intención de iluminar la vida y el comportamiento de los cristianos. Fácilmente podemos suponer que ya en esos primeros tiempos de cristianismo, algunos discípulos de Jesús se habían contagiado de “la levadura” de los fariseos. También la hipocresía sería una grave tentación de los futuros seguidores. Es más fácil aparentar, parecer que ser de verdad. Muchas veces caemos en la apariencia porque conviene a nuestros intereses comerciales y/o políticos. Como aquel Enrique, protestante, que como no podía ser rey de Francia por no ser católico, se hizo con la corona con aquella su famosa frase: “París bien vale una misa”.
El mismo Jesús previene a los suyos, de su tiempo y del nuestro: “Miren, cuídense de la levadura de los fariseos y saduceos” (Mt 16, 5). Y les hace práctica esa enseñanza, cuando, observando el comportamiento de los ricos, entre los cuales seguramente habría muchos fariseos, que se mostraban ostentosos al dar su ofrenda al templo, les hace fijar la atención en la humilde mujer que se acerca, tímida, como evitando toda mirada sobre ella, para depositar sus poco valiosas monedas.
Esa pobre viuda, generosa hasta el extremo, hasta la locura, dice alguien (nadie que piense se desprende de lo que depende para vivir), es la referencia de sincera generosidad que Jesús propone a los Apóstoles y, según los autores de los evangelios, a los primeros cristianos. También a nosotros, cristianos posteriores a ellos, nos conviene fijarnos en ella, para liberarnos de la actitud farisaica, y prevenirnos de ella. Pensemos que si aquellos que tuvieron a los apóstoles como sus maestros de vida cristiana se contagiaron de la levadura farisaica, nosotros también tenemos ese riesgo, viviendo como vivimos en un ambiente de falsedad y de oropel, de apariencia, de engaño y de mentira, virus más contagioso que el mismo covid-19.
Los cristianos somos llamados a precavernos, o sanarnos, de la hipocresía. El Papa Francisco nos habla del clericalismo, dolencia parecida, que con frecuencia va pareja con la hipocresía. Medicina eficaz para estos males es dejarnos anunciar la Buena Nueva de Dios por parte de las muchas humildes personas, generalmente mujeres, que, en los lugares lejanos de las parroquias, visitan a los enfermos, invitan a las reuniones comunitarias, se dan cuenta de las necesidades de los vecinos para tratar de ayudarles…Y lo hacen con sencillez sin reclamar un salario, sin pantallismo, sólo por amor de Dios y del prójimo. Jesucristo, también hoy nos dice que aprendamos la generosidad y el desprendimiento de esas humildes personas. Es dejarnos evangelizar de los humildes para no caer en el fariseísmo, el clericalismo y el afán de recompensa. “La viuda de la ofrenda en el templo nunca imaginó que su gesto oculto fuese visto por el propio Hijo de Dios, y usado como enseñanza para la formación de sus discípulos. Bastó una palabra del Maestro para que se entendiera a cabalidad lo hecho por la viuda pobre frente a los demás, que depositaban muchas monedas: “Ésta, en cambio, ha echado de lo que necesitaba, todo cuanto poseía, todo lo que tenía para vivir” (Papa Francisco)