II Domingo de Adviento
Comentario dominical
4 de diciembre de 2022
Ciclo A: Mt 3, 1-12
Por: P. Edward Julián Chacón Díaz, C.Ss.R.
Como seres humanos estamos llenos de contradicciones. Por una parte, buscamos siempre la seguridad, al grado de afirmar más vale malo por conocido, que bueno por conocer. Por otro lado, soñamos siempre con situaciones ideales que necesariamente suponen esfuerzos de cambio en la manera de ser y de actuar. Igualmente, en la sociedad se busca mejorar, pero, al mismo tiempo, tener el control de todo, evitar los dinamismos que cuestionan estructuras, organización, toma de decisiones.
Lo anterior se parece a la historia de un ‘padrecito’ que fue a confesar a unos chicos en un internado. Como el sacerdote iba a este lugar todos los sábados para escuchar confesiones, encontraba de 10 a 15 niños haciendo fila para confesarse. En este día en particular, encontró a siete de ellos que ya formaban la cola para confesarse. El primer niño vino y dijo: “Padre, tiramos una cebolla al estanque”. El sacerdote dio su absolución y el niño se fue. El segundo niño vino y dijo: “Padre, durante la última semana tiramos una cebolla al estanque cerca de nuestro patio de recreo”. El sacerdote dio su absolución. Llegó el tercer chico y dijo más o menos el mismo pecado. Y también los seis chicos. Finalmente, llegó el séptimo niño. En ese momento, el sacerdote estaba realmente aburrido, y antes de que el niño pudiera comenzar a decir algo, el sacerdote le preguntó: “¿Tú también arrojaste cebollas al agua?” El niño de aspecto enclenque con lágrimas en los ojos respondió: “¡Padre, esos niños me llaman ‘cebolla’!
El adviento es sin duda un tiempo de conversión en la alegría y esperanza de la venida del Redentor. Esta invitación es presentada en la primera lectura bajo la forma de un mundo donde todos los seres conviven en paz. El salmo responsorial nos habla de un rey justo que trabajará para llevar adelante ese proyecto. Ese rey es Cristo que acoge a todos y llama a todos a un cambio de mentalidad para cambiar de vida y hacer posible ese ideal, como nos dice la segunda lectura. Esa es la conversión de la que habla también el Bautista en el evangelio de hoy. No obstante, en muchas ocasiones parecemos a los niños de la historia.
En este contexto, pero desde una perspectiva bíblica, Juan Bautista aparece en la tradición de los grandes profetas de Israel, predicando el arrepentimiento y la reforma al pueblo de Israel. De hecho, la descripción de Juan que se encuentra en esta lectura recuerda la descripción del profeta Elías (2 Reyes 1:8). En esta lectura, Juan dirige un llamamiento particularmente directo al arrepentimiento a los fariseos y saduceos, partes dentro de la comunidad judía del primer siglo.
Igualmente, la Iglesia nos ha ofrecido en el sacramento de la confesión una oportunidad de iniciar este proyecto de cambio. Sin embargo, es necesario formar en los fieles y en algunos sacerdotes la bondad de este. Además, la forma en que la mayoría de nosotros nos confesamos, incluso como adultos, es de la manera que nos enseñaron cuando éramos niños preparándonos para la Primera Comunión. Crecemos pero nuestra catequesis, es decir, la forma en que entendemos nuestra fe y la practicamos, no parece crecer proporcionalmente. Tendemos a usar los sacramentos, incluido el sacramento de la confesión, como objetos de magia o como rituales repetitivos, y en su momento nosotros mismos no somos capaces de apreciar su eficacia.
Sin duda, el tiempo de Adviento es un tiempo de conversión. Una invitación a cambiar la idea que tenemos de Dios, de nosotros mismos, de los demás, de la realidad de este mundo. Tenemos que pasar de la idea de Dios que tenían los paganos y que tienen los filósofos: un Dios juez que exige oraciones y sacrificios, un Dios trascendente y lejano, al Dios que nos presentó Jesucristo: un Dios amor, cercano, que ama a los ingratos y malos. Tenemos que cambiar la idea de nosotros y aceptar nuestras limitaciones y, al mismo tiempo, abrirnos a la misericordia de Dios. A los demás los debemos ver como hermanos y hermanas y así podremos abrirnos a la fraternidad. Las cosas de este mundo las debemos tratar como lugar de encuentro con Dios y con los hermanos compartiendo en la justicia y la paz lo que Él creó para todos. Cada vez que en la Misa hacemos el acto penitencial o en el sacramento de la reconciliación estamos pidiendo a Dios cambiar de mentalidad para cambiar de vida y así contribuir a la creación de un mundo.