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VII Domingo del Tiempo Ordinario

Comentario dominical

19 de febrero de 2023

Ciclo A: Mt 5, 38 – 48

Por: Jesús Alberto Franco , C.Ss.R.

La santidad, una realidad cambiante  

La vida diaria de un creyente, y su práctica de la fe, están determinadas por su comprensión de Dios y de la santidad. La comprensión de la santidad orienta y determina sus relaciones con los demás, con el mundo, con la historia, con la naturaleza, con Dios y consigo mismo. Y así, interactúa e incide en las diversas dimensiones de la vida y las relaciones personales y sociales, de manera imperceptible y por eso más profunda y determinante, incluso en personas no creyentes ni practicantes, y de esta manera permear la sociedad. Esto pasa en las diversas religiones, aunque utilicen palabras diferentes para expresar su comprensión de la santidad.

La santidad es la manera como una persona responde al “querer de Dios”, vive su vida para agradarle, y realiza las cosas que debe hacer para salvarse, para ser un buen creyente, para dar testimonio de fe y para motivar a otros a convertirse. Se considera santo a quien da testimonio de su fe de forma fiel y extraordinaria, convirtiéndose en modelo para otros creyentes.

Por su carácter “sagrado”, la santidad ha sido incuestionable y por esto los creyentes no hacen reflexiones críticas sobre ella, creen que su comprensión es la correcta y la querida por Dios. Y le dicen a los demás que si hacen lo que ellos dicen, alcanzarán la santidad, que es la mayor aspiración de un creyente.

En general, los cristianos, que son llamados a la santidad, están convencidos que su comprensión es la verdadera y dudan que los “demás” puedan llegar a ser santos.  

 La santidad, un concepto ambiguo  

La comprensión de la santidad ha determinado la manera de vivir la vida, y de practicar la fe, de los cristianos a través de la historia, respondiendo a lo que consideran ser la voluntad de Dios en cada momento y en su situación concreta. La teología del momento determinaba la comprensión de Dios, del ser humano y de la naturaleza, lo mismo que las relaciones con el mundo, las ciencias y la sociedad sobre las que se construye la comprensión de la santidad. En la mayoría de los casos, sobre todo en la Edad Media la Moderna, esta teología ha estado al servicio de intereses políticos, económicos, culturales, sociales y de poder, contrarios al mensaje de Jesús de Nazaret.

Esta contradicción se puede constatar analizando la historia de santos, santas, fundadores y personas ejemplares para la Iglesia y el mundo silenciados, descalificados y perseguidos por el poder civil y eclesiástico y por los fieles  tradicionales. Su valor y santidad sólo fue reconocido con el paso de los años, la renovación de la fe y los cambios en el poder eclesial. Pensemos en San Francisco de Asís,  Santo Tomás de Aquino, Santo Domingo de Guzmán,  Santa Teresa y San Juan de la Cruz, Juana Inés de la Cruz… Y cuando fueron reconocidos, sus vidas y sus acciones fueron difundidas de manera descontextualizada, espiritualizada y alejada de la realidad que vivieron, ocultando la respuesta novedosa que dieron al llamado de Dios en su momento.  Hay casos más cercanos, en el espacio y el tiempo que les pasó lo mismo, como Santa Laura Montoya, San Oscar Romero, Helder Cámara, Juan Girardi, Enrique Angeleli, Leonidas Proaño, Gerardo Valencia Cano, Dorothy Stang… También existen santos canonizados cuestionablemente, por la forma de adelantar el proceso de beatificación y canonización, como José Escribá de Balaguer, o por sus posiciones ética políticas, como Ezequiel Moreno, quien decía que “matar liberales no era pecado”, estimulando la violencia en Colombia.

La ambigüedad y la desconexión de la santidad de las realidades humanas  históricas, generaron conflictos de conciencia y alejaron del cristianismo a personas formadas y honestas que accedieron a información técnica y cualificada, comprendieron las disputas por poder y dinero en las iglesias, y vieron los errores históricos de la jerarquía eclesial y la dificultad para reconocerlos, a pesar de los pedidos de perdón de últimos Papas.

La banalización y ambigüedad de la santidad es el resultado de las lógicas del poder incrustadas en el cristianismo, de la ambición de dinero y prestigio, del clericalismo y la autorrefencialidad. Y lo más cuestionable fue que durante siglos el concepto de santidad estuvo desligado de la lectura profunda y contextualizada de Biblia, de la escucha atenta a la voz de Dios en el mundo y de la apertura al Espíritu Santo que lleva a responder novedosamente a la voluntad de Dios en el mundo.

La santidad en las lecturas bíblicas de hoy

La lectura del libro del Levítico que escuchamos (parte del código de santidad, capítulos 17-26),tiene tres afirmaciones fundamentales para comprender la santidad que Dios le pide al pueblo: Primera: Yo soy el Señor, tu Dios”, expresión muy repetida en el Antiguo Testamento, sólo en el código de la santidad aparece 46 veces[1], y que deja en claro que Dios, es Señor del pueblo, y que el pueblo debe tener presente que su Dios, es el Dios de la alianza, quién le dio la libertad, la salvación y la tierra, del que depende su vida. Segunda: “Sean santos, porque yo, el Señor, su Dios, soy santo”, se repite 6 veces en el Levítico[2], es esta afirmación, pide al pueblo ser santo y tomarlo a Él como modelo y fundamento de santidad, quien mostró su santidad sacándolo de la esclavitud, dándole una tierra abundante y unos mandatos sabios para evitar que la tierra prometida, reprodujeran la esclavitud vivida en Egipto. Para que el pueblo tuviera siempre presente la manera como Dios es santo, afirma repetidamente y en primera persona que: “Yo soy el Señor, su Dios, que los saque de la esclavitud, de Egipto”[3]. Sacar de la esclavitud es la santidad que Dios realiza y que pide a sus fieles. Tercera: Dios le da al pueblo uno mandatos, que al cumplirlos expresan su santidad: “No odiarás de corazón a tu hermano… No te vengarás de los hijos de tu pueblo ni les guardarás rencor, sino que amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Estos mandatos señalan que la santidad que Dios quiere, consiste en unas relaciones justas y solidarias, sin la opresión y el sufrimiento de la esclavitud en Egipto. Por esto en la Biblia se habla de la santidad económica[4].

El Salmo 102 (103), afirma que el Señor Dios “es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia. No nos trata como merecen nuestros pecados ni nos paga según nuestras culpas. Como un padre siente ternura por sus hijos, siente el Señor ternura por los que lo temen”. Estas actitudes y sentimientos de Dios, son las que el pueblo debe cultivar para ser santo, es decir, para orientar su vida y sus acciones con el ejemplo de su Dios.  

En el evangelio de san Mateo, leímos parte del sermón de la montaña, en el que Jesús anuncia a sus discípulos[5] el Evangelio del reino de Dios, como una nueva manera de relacionarse con Dios-Padre que supera la antigua “han oído que se dijo a los antiguos… pero yo les digo”[6], afirmación que se repite 6 veces en el capítulo 5 de Mateo, y al final del mismo capítulo llama a sus discípulos a que:  “sean perfectos como es perfecto el Padre de ustedes que está en el cielo”. Aquí la perfección es la santidad que el Padre-Dios quiere que vivan sus hijos e hijas. En el pasaje leído, los santos eligen actuar sin violencia en las relaciones con las personas, sin renunciar a la dignidad, y amar a todos los seres humanos, incluyendo a los enemigos, por quienes deben rezar.   

En la primera carta a los Corintios, san Pablo, la santidad tiene como fundamento reconocer que  todo ser humano es “templos de Dios y que el Espíritu Dios habita en ustedes”, y la sabiduría que es tener presente que “Todo es de ustedes, ustedes son de Cristo, Cristo es de Dios”. En la medida que se reconoce que toda persona es presencia de Dios, habitación del Espíritu, y pertenece a Dios, habrá un respeto profundo a toda persona, especialmente las vulnerables y se estará en el  camino de la santidad.

La llamada a la santidad del Papa Francisco

Gaudete et Exsultate. Sobre el llamado a la santidad en el mundo actual, del Papa Francisco, es uno de los documentos más importantes del Magisterio de la Iglesia, en el que recuerda que “desde las primeras páginas de la Biblia está presente el llamado de la santidad” (1). El objetivo de esta Exhortación Apostólica “es hacer resonar una vez más el llamado a la santidad, procurando  encarnarlo en el contexto actual, con sus riesgos, desafíos y oportunidades” (2). Con lenguaje sencillo motiva a aprender, con el Maestro Jesús, a ser santos de hoy, en el mundo actual. Su lectura y meditación ayuda a superar las visiones de la santidad alejadas del Evangelio y del mundo.

Animémonos, leamos y compartamos su Mensaje.


[1] Levítico 18, 2,4,5, 6, 21, 30; 19, 2, 3, 4, 10, 12, 14, 16, 18, 25, 28, 30, 31, 32, 34, 36,37; 20,7, 8, 24; 21,12, 15, 23; 22, 2, 3, 8, 9, 16, 31, 32,33; 23,22, 43; 25, 17, 38, 55; 26, 1, 2, 3, 13, 45.

[2] Levítico 11, 44,45; 19, 2; 20,7, 26; 21, 8.

[3] Levítico 11,45; 19,36; 22,33; 23,43; 25,38,42,55; 26, 13,45; Éxodo 12, 51; 13,9, 14, 16,32; 18,1; 20,2; 29,46.   Deuteronomio 5, 6; 9,26; Josué 24,5; Jueces 2,1; 6,8; 1 Samuel 8,8; 10,18; 2 Samuel 7,6; 1 Reyes 8,16; Salmo 81 (82) 10.  Hay muchos otros textos donde la misma afirmación la hace Moisés, los profetas, los salmistas y los demás escritores.

[4] Cf. https://archivo.contagioradio.com/lecciones-cristianas-olvidadas-por-los-cristianos-ii-la-santidad-economica.html

[5] Discípulo es quien aprende de un maestro, en el cristianismo es quien aprende del Maestro Jesús.

[6] Mateo 5, 21-22, 27-28, 31-32, 33-34, 38-39, 43-44.