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XXXII Domingo del Tiempo Ordinario

Comentario dominical

7 de noviembre de 2021

Ciclo B: Mc. 12, 38 – 44

Por: P. Víctor Chacón Huertas, C.Ss.R. (Redentoristas de España)

Vivimos en la sociedad del “I” (“yo” en inglés) por si alguien no se había dado cuenta aún. Los productos con más éxito en el mercado en los últimos años así lo prueban: I-pod, I-phone, I-pad… “I”… “yo”, “yo” y más “yo”. La idea no es mía, se la escuché a un redentorista indio en una conferencia. Lejos de mí el hacer propaganda de tales productos, bastante inútil por otra parte pues están ya omnipresentes y son codiciados por muchos. Resulta curioso que los cristianos andemos con tanta insistencia comunitaria, familiar, sentido de grupo… y la gente mientras pensando en su “i”. Pues vamos hoy a hablar de nuestro “i”, y de las prioridades de la vida.

La palabra de este domingo nos presenta al profeta Elías que se encuentra a una viuda y le pide agua y pan. La viuda que no pasaba su mejor momento económico le confiesa “no tengo (yo) ni pan” para mí, “me queda sólo un poco de harina y de aceite, voy a hacer un pan para mí y para mí hijo; nos lo comeremos y luego moriremos”. ¡Menudo planazo! -debió pensar Elías-, ¡yo también quiero! Y, echándole bastante morro profético, le pidió: “prepáralo como has dicho, pero hazme a mí primero un panecillo pequeño y tráemelo; para ti y para tu hijo lo harás después”. ¡Menudo desafío! La viuda que ya estaba predisponiéndose a la tristeza, resignada a encontrar su final, a morir… y Elías que le pide en el momento menos oportuno, que comparta lo poco e insignificante de su comida; que no se cierre en su angustia, que no “meta la peste en un canuto” como dicen en mi tierra. Elías no la deja llorar ni autocompadecerse, le pide que salga de sí y de sus problemas, que confíe en su Señor, en Dios. Y la profecía se cumplió. Para los generosos, para los que sepan entregar y entregarse: “ni la orza de harina se vació ni la alcuza de aceite se agotó”. Y fue grande su alegría porque supo ser generosa, porque dejó de pensar en sí misma.

Esta es la misma experiencia que cuentan muchos misioneros –y que yo mismo he podido vivir- en países más pobres, donde fácilmente una familia que pasaba apuros para comer y sobrevivir se quitaban el bocado de su boca para dártelo a ti, que los mirabas con “cara de alelao” diciendo ¿Será posible Dios mío? ¿Cómo pueden ser generosos si no tienen…?… ¿o sí tienen? Y resulta que los que no tenemos somos nosotros, los del “I”. Da mucho que pensar. Hasta en su vocabulario cuidan lo que viven, los centroamericanos te contestan fácilmente a cualquier pregunta: “Sí, primero Dios, allí estaré” o “Sí, primero Dios, así lo haremos”… “¡Primero Dios!”. Y ese primero Dios, hace que la gente humilde crea que primero va el hermano, el otro.

La “gente pobre” muchas veces nos da lecciones de generosidad, nos dicen que vivir la generosidad es multiplicar la vida, compartir el gozo y la alegría; sentir juntos la dicha de ser hermanos, anteponer el interés del otro ¡eso es amar! Y no regalar flores por amor y amistad. La lectura de Hebreos nos lo confirma: Jesús hace de la entrega de sí mismo la clave de la salvación cristiana, destruyó nuestro pecado entregándose, siendo generoso. A más capacidad de entrega más felicidad, a más alimentación del ego (del “I”) más fuerza tendrá el pecado en nuestra vida.

Debemos elegir: vivir como los escribas muy preocupados por ser admirados y reconocidos, que nos alaben y nos den las gracias, que nos aplaudan y nos digan lo guapos y buenos que somos; o bien, como la pobre viuda del templo, que no echa cuentas para sí, que no teme ser generosa y dar alegremente aquello que con generosidad recibió de Dios, sin esperar que le den las gracias pues ni ruido hicieron aquellas monedas al caer. “Dad gratis lo que gratis recibisteis”. Alaba y agradece a Dios todo aquello que hoy posees, y en la medida de tus posibilidades, sé generoso con los que no comparten tu suerte. Ni tu orza se vaciará, ni tu alcuza se agotará… usa la medida cristiana, pues es la única que realmente llena.