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Por: Dixon Álvarez (Novicio Redentorista)

No amontonen riquezas aquí en la tierra, donde la polilla destruye y las cosas se echan a perder, y donde los ladrones entran a robar. Más bien, amontonen riquezas en el cielo, donde la polilla no destruye ni las cosas se echan a perder ni los ladrones entran a robar. Pues, donde este tu riqueza, allí estará también tu corazón

Mt 6, 19 – 21.

Existen hipótesis que excluyen a san Alfonso María de Liguori (1696 – 1787) de la Congregación del Santísimo Redentor, que él mismo fundó en 1732 en Scala – Italia, afirmando que por haber aceptado el episcopado y por su cuestionado estado de salud, años previos a su muerte, se dijo que “falleció fuera de la Congregación”. Algunos, comentan que la comunidad le dio la espalda. La intención de esta breve reflexión es dar algunas pistas que nos pueden servir como argumentos para demostrar que Alfonso murió dentro de la Congregación.

Como primer tema, un breve itinerario desde ese momento fundante en Scala para contextualizar un poco los trabajos, sacrificios y contratiempos que tuvo que pasar el santo fundador para poder dar las bases necesarias a la obra que Dios le había pedido para la salvación de los más necesitados. A continuación, cuatro puntos considerables para comprender que Alfonso “hace a Dios el sacrificio de Nápoles[1] no para renunciar a él cuándo las cosas se dificultan, y mucho menos abandonarlo cuando ya todo se creía perdido.

Seguidamente se plantea un reducido camino desde la aprobación del instituto (1749) hasta el nombramiento episcopal (1762) y las consecuencias que esto da a la Congregación. Pero, principalmente observaremos las actitudes de Alfonso ante estas cuestiones que la Iglesia le pide, y que evidencian que nunca dejó sentimental ni jurídicamente la obra, que es el objetivo especifico de esta disertación.

  1. Primeros pasos

1. 1. Idea de la fundación

La idea de una nueva comunidad religiosa puede verse hoy como un acontecimiento positivo, especialmente en poblaciones mayoritariamente religiosas y necesitadas de pastores. No obstante, el contexto de Nápoles para el Settecento (Siglo XVIII) o “Siglo de las Luces” era distinto. Para iniciar, existía una sobrepoblación religiosa en toda la región, pero especialmente en el Reino de Nápoles. Sumado a esto, muchos consideraron como un acto “fanático” fundar un instituto que evangelizara en periferias. Mucho más, sabiendo que la persona era aquel que dejó una ilustre carrera de poder y prestigio, por evangelizar a los cabreros y alejados. Como si esto fuera poco, se encolerizaban más al escuchar que posiblemente todo era producto de visiones de una religiosa. Así como lo narra Tannoia:

No podría el infierno dejar tranquila una obra tan santa y tan opuesta a sus intereses. Una vez que el proyecto se hizo público y fue comentado en Nápoles, se suscitó inmediatamente una terrible tempestad contra Alfonso. Uno decía que se había vuelto loco y estaba fuera de sí; otro lo consideraba iluso y visionario; no faltaba quien decía que era un orgulloso al que la cabeza se le había llenado de humo por los elogios de tantas personas. Se le opusieron, en primer lugar, todos sus compañeros del Colegio de los Chinos. Conocidas también las visiones de la monja (Beata Celeste Crostarosa) todos creían, pero equivocadamente, que Alfonso se apoyaba totalmente en ellas. Con esa suposición más se crecieron las contradicciones, de modo que todos consideraron que Alfonso se engañaba cándidamente. Al mismo tiempo se movieron contra él sus hermanos de las Misiones Apostólicas. De estos, más que de otros, se valió el demonio para atravesarse en la obra y tratar de lograr que Alfonso se desanimara y hasta abandonara…[2]

No fue tan sencillo, pero seguro de la voluntad de Dios, gracias a su determinación y a la ayuda espiritual del padre Tommaso Pagano, deja a un lado todas las críticas dadas por sus “amigos” y colegas para llevar adelante lo que el Redentor le había colocado en su corazón. Ahora bien, se puede pensar que la fundación de una nueva comunidad religiosa es sencilla, de rápida constitución y aprobación, sin embargo, en el contexto religioso y político que le tocó afrontar a san Alfonso, resultaba mas complicado obtener la aprobación.

A las críticas, rupturas y sospechando los climas difíciles y burocráticos que deberá ondear con la Iglesia y el Estado, debe añadirle la más cruel tentación y la lucha más amarga[3], la de confrontar a su familia; esto lo podemos evidenciar más diáfanamente en esta carta que escribe a su padre unos años después:

 “Ni me vuelva a mencionar lo del episcopado, si no quiere que tengamos un disgusto. Estoy dispuesto a renunciar hasta al arzobispado de Nápoles para dedicarme a esta gran obra a la que me ha llamado Jesucristo[4]

 Como se puede apreciar, tuvo que confrontar de una forma más notable a su padre, quien, en unas eternas tres horas, se postra ante él para darle la más desgarradora súplica de un padre a su hijo. Desde luego que ama a su padre, pero debe seguir la misión. Aquí esta uno de los primeros elementos que demuestran la firmeza de Alfonso con su instituto.

1. 2. Los primeros pasos de la naciente Congregación

Si solo la fundación, en pequeña síntesis, parece turbia, imagina lo que significó para Alfonso el caminar de la comunidad que no tenía una semana de fundada, cuando ya está asumiendo su posible desintegración: Si la semana del 10 al 15 de noviembre de 1732 fue de prueba para todos, para Alfonso fue terrible[5]. No obstante, fiel a la divina voluntad, Alfonso continua su proyecto.

Para el año de 1733, el instituto cuenta con cinco congregados: PP: Alfonso Liguori, Pedro Romano, Gennaro Sarnelli, Cesare Sportelli Hno. Vito Curzio. Este hecho no desanima el temple del fundador, por el contrario, se enciende de celo su corazón. Así, se asumen nuevas misiones populares en: Amalfi, Conca, Ravello, Atrani y Minori. Además, se proyecta la posibilidad de asumir dos casas y la atención a un pueblo de más de 2.000 habitantes.

Alfonso, pedirá en una carta a una comunidad religiosa de su aprecio, que “oren mucho para que surjan vocaciones a esta nueva Congregación, y que él se pueda multiplicar y así abarcar los compromisos de este proyecto (Cabe destacar que la famosa “bilocación” de Alfonso acontecerá años después, el 21 de septiembre de 1774). De hecho, se estaba empezando a despertar interés en la naciente obra por parte de sacerdotes y algunos jóvenes. Sin embargo, el instituto todavía no gozaba de la suficiente estabilidad.

Aquí podemos evidenciar otro elemento de mucho agotamiento para Alfonso. Tenía que manejar una agenda concurrida, de mucho movimiento y alta preparación. Sumado a esto, debe supervisar las nuevas casas, algunas desde su construcción, siendo en oportunidades él mismo el arquitecto[6], se dedica también a la predicación de retiros y preparación de misiones, que serán el fuerte del instituto. Este movimiento constante, va debilitando la ya cuestionada salud del venturoso napolitano, pero aumentando su espíritu y las simientes de una Congregación que se va a expandir más de lo planificado.

1. 3. Los votos

La característica fundamental de todo religioso(a) es la vivencia de los consejos evangélicos, que se oficializan en la profesión (pública o privada) de los votos, a saber: pobreza, castidad y obediencia. Ahora bien, en la Congregación se añade el voto y juramento de perseverancia, como recuerdo de aquel 28 de noviembre de 1732, en el que Alfonso pronuncia el célebre voto de perseverancia. El mismo escribe: Hoy, 28 de noviembre de 1732, he hecho el voto de no dejar el instituto si no me lo ordena Falcoia o quien lo suceda como director mío[7].

Bastaría este detalle para afirmar el amor que el fundador tiene con su instituto, sin embargo, no se queda solo en esto. Como fundador gozaba del privilegio de establecer las reglas de la Congregación si le parecía, lo que generaba una gran tentación. No obstante, cede a su padre espiritual este derecho y amplia notablemente el voto.

Su permanencia no solo será sujeta únicamente a la orden de Mons. Tommaso Falcoia (1663 – 1743), o su eventual sustituto (que providencialmente sería el mismo Alfonso) sino también a las decisiones y reglas que este decida ¡Qué ejemplo! Nadie puede tildar al fundador de los redentoristas de incoherente, debido a que algunos años más tarde, explicará con maestría en que consiste la “uniformidad con la voluntad de Dios” y fácilmente la demuestra con sus actos. También deja estelas de esta admirable postura en muchas de sus obras:

… De hoy en adelante haz, Señor, de mí y de mis cosas cuanto te agrade. Lo que yo quiero y te pido es tu santo amor, la perfecta obediencia a tu santísima voluntad, y la perseverancia final.[8]

En este orden de ideas, vale la pena empezar a cuestionarnos el hecho de que Alfonso colocó todo tipo de trabas para que su voluntad no le permitiera, bajo casi ningún motivo (y los va a tener) abandonar su instituto. En este caso, Alfonso confía su amada obra, profesando obediencia radical a su director y además jurando permanecer fiel:

 Padre mío, yo hice voto, como creo que ya se lo dije una vez, de no abandonar el instituto si vuestra santísima e ilustrísima no me lo ordena; ahora quisiera, para mayor tranquilidad mía, añadir algo más: que me de permiso de hacer el voto de no abandonar el instituto por la regla que su señoría ilustrísima quisiera imponer[9]

Theodule Rey – Mermet, uno de los más conocidos biógrafos de Alfonso, concluye en una recopilación histórica de la Congregación lo siguiente: Ejemplo extraordinario de muerte a sí mismo para que la obra viva[10]. El voto de permanecer, aunque tenga que quedarme solo se percibe más amplio, ya no es pernotar en la barca a pesar de que esta se dirija a una tormenta, es confiar que el capitán está haciendo una ruta rumbo a un puerto seguro. Acontecimiento similar al vivido con los apóstoles, cuando estos, asustados despiertan a Jesús (Cfr. Mt 8, 23 – 27).

1. 4.  La aprobación

Otro importante elemento, en este camino por destacar los esfuerzos de Alfonso para edificar en roca las bases de la Congregación, lo encontramos en el proceso de aprobación ante la Iglesia y el Estado. Vale la pena destacar, que todavía se debía subordinar la aprobación de un instituto religioso al consentimiento del Reino de Nápoles, incluso antes que, a la aprobación pontificia, la cual también significaría un reto. El director espiritual de la obra, Mons. Tommaso Falcoia, obispo de Castellamare, de quien Alfonso escribiría: un hombre, como todos saben, de una gran capacidad y espíritu está responsable de acompañar esta labor apostólica. Sin embargo, sus cualidades y gestiones resultaron atrapadas muchas veces en el intercambio de cartas y prolongadas esperas. Alfonso discierne y no permite que estos actos apaguen el fuego ya ardiente de su corazón.

A pesar de que Mons. Tommaso Falcoia no ha podido gestionar un desenvolvimiento pleno de la Congregación, el cual solicita de él la revisión de las reglas, su consentimiento para el ingreso de clérigos diocesanos o la iniciación de un noviciado para la formación de jóvenes misioneros; el celo encendido de Alfonso logra mantener la esperanza de un grupo ya más amplio. Esto puede evidenciar otro elemento de amor y perseverancia que caracteriza a un líder apasionado por Cristo.

La Congregación avanza hasta el año 1743, específicamente en abril, mes en el que muere Mons. Tommaso Falcoia, y lo que podía fácilmente suponer el final de este recorrido. Pero fue todo lo contrario. Alfonso, incansable y entregado, asume directamente las riendas de la comunidad y en un giro completo inicia la formalización de todo el trabajo. Dota a la Congregación de orden y pertenencia, al punto de instituir (ya no solo para él) el ya comentado voto de perseverancia:

en 1743, con la muerte de Falcoia, los miembros agregaron los votos simples de pobreza, castidad y obediencia, junto con el voto de perseverancia. En 1747 el juramento de perseverancia fue sustituido por el voto, aparentemente para remover la aprehensión por parte del gobierno regalista de Nápoles con respecto a la fundación de una orden religiosa. En la Regla aprobada por Benedicto XIV en 1749 están incluidos tanto el voto como el juramento de perseverancia. El Capítulo General de 1764 formuló Constituciones específicas sobre el voto y el juramento de perseverancia.[11]

Además de la perseverancia que busca imprimir el fundador en los congregados, se puede evidenciar en el artículo de Raymond Corriveau la tensa situación a la que debía someterse para la aprobación de la obra. Es decir, se debía convencer a la Iglesia y al Estado. No es de sorprender la maestría con la que Alfonso plantea la aprobación, y esto puede vivirse al dar una lectura de la Súplica de Alfonso de Liguori al Papa, pidiendo la aprobación del Instituto y de las Reglas. Aquí solo un apartado:

El Señor, con su mano, ha bendecido mucho esta obra, no sólo con la conversión de muchas almas abandonadas y con el provecho de las comarcas donde los suplicantes han trabajado, sino también con el aumento de candidatos que hasta el presente se han ido incorporando a esta asociación, de manera que en este momento casi llegan al número de cuarenta.[12]

Al leer de forma completa la petición, podemos encontrar una respuesta, y fue la que pronunció el papa Clemente XIV el día 25 de febrero de 1749 cuando aprueba de forma oficial la Congregación del Santísimo Redentor. Los incansables esfuerzos y el “voto del fundador” (como lo bautizaran sus hijos) permiten el tan deseado documento de aprobación pontificia.

  • Camino desde la aprobación al episcopado

2.  1.  “No trocaría la Congregación por todos los estados del gran turco”[13]

Esta afirmación, empleada por Alfonso, nos puede resultar contradictoria considerando que posteriormente acepta el pastorear un pueblo como obispo (Santa Águeda de los godos). Pero esto no es del todo cierto. Es tanto el deseo de Alfonso de que su proyecto surja, que al Mons. Tommaso Falcoia (1743) y ser elegido rector mayor (1749) se multiplican sus esfuerzos para edificar la Congregación.

Entre estos esfuerzos, se destaca la realización de emblemáticas obras literarias para ayudar a los nuevos ingresos a ser fieles en su carisma y vocación: avisos sobre la vocación religiosa, consideraciones para los que son llamados al estado religioso y exhortación a los novicios (1750). Sumado a estos, ocurren hechos como el que cuentan del canónigo Ángel Latessa (de 65 años) quien enfermó gravemente en Caposele. Cuando Alfonso conoce su estado de salud, le envía una curiosa carta ordenando su inmediata sanación, ya que la obra de Dios no se podía detener. El padre Latessa al leer la carta, increíblemente, realiza la siguiente pregunta a su médico: ¿Qué hago? A lo que responde para sí mismo: “obedecer al fundador”. Lo peculiar de este caso, es que Ángel se sanó y vivió tres años más, en los que se dedicó a la confesión y al amor de la comunidad[14]

2. 2. El dilema episcopal

El pastorear una diócesis puede parecer un privilegio o reconocimiento de virtudes y capacidades, sin embargo, para Alfonso resultó todo lo contrario. Cabe destacar que el fundador tiene 66 años, una edad poco indicada para afrontar retos de gran magnitud. Aunque se han evidenciado casos en los que la experiencia era justo lo que se necesitaba, para Alfonso, la edad es un gran impedimento, pero más que esto su verdadero y principal motivo se esconde en el lugar donde está su tesoro, y por ende su corazón (Cfr. Mt 6, 19 – 21) es decir, en la Congregación del Santísimo Redentor. Creía que el Papa reconsideraría la decisión al ver el estado tan frágil de su salud: Cuando palpe Su Santidad-dijo Alfonso-que no hay en mí más que un costal de huesos, me hará volver a casa para morir en medio de mis hijos. No obstante, este no fue el querer de la Divina Voluntad.

Fue en este contexto, que se dio la tan difundida, pero poco comprendida, afirmación: “Por mis pecados me arroja Dios de la Congregación; no os olvidéis de mí, hermanos míos[15]. Esta emblemática frase, ciertamente pronunciada por Alfonso, nos demostrará dos hechos. El primero, es la primera parte de la frase, que muchos al leerla han malinterpretado, por creer que Alfonso se desvincularía por completo del instituto.

Algunos biógrafos han resaltado esta primera parte de la frase en artículos y publicaciones, generando suposiciones equivocadas. Sin embargo, la segunda parte rara vez se menciona, y es importante: No os olvidéis de mí, hermanos míos, lo segundo en ser precisado, es que Alfonso acepta muy resignado y después de varios intentos de reconsideración, la Divina Voluntad. Pero mantiene la esperanza de que siga siendo parte importante en el trascurrir de la Congregación.

Además, hace una notable alusión a que su corazón permanece espiritualmente en la obra que con sacrificio y durante tantos años ha levantado. Ciertamente, por motivos pastorales y canónicos, un religioso que deba cumplir labores de gran importancia para la Iglesia, pero de forma especial, asumir la consagración episcopal, debe desvincularse jurídicamente del instituto al que pertenece. Esto será uno de los dolores más fuertes que vivirá el fundador: Me hallo como estólido al pensar que he de abandonar la Congregación después de haber vivido en ella treinta años[16]

  • 3.  Sin impedimento jurídico

No obstante, en nuestro caso aconteció algo poco comentado, que demuestra lo equivocado que estamos si pensamos que lo jurídico había apartado a el fundador de su instituto. El hecho se narra en una de las 20 lecturas elaboradas por el padre Laurentino Miguelez C. Ss. R. a raíz de celebrarse el bicentenario de la muerte de san Alfonso (1987). En esta obra, nos aclara el hecho de que son los redentoristas quienes se las ingenian para mantener a Alfonso al frente de la obra:

Cuando en la Congregación se supo que el rector mayor había sido nombrado obispo, los congregados hicieron una votación secreta con vistas a pedir a la sagrada congregación de obispos y regulares que el padre Liguori conservara su cargo de rector mayor con facultad para escoger un vicario general. La votación afirmativa fue unánime y el padre Villani informó de ella a la santa sede. Con fecha del 25 de mayo (1762) el padre Liguori fue confirmado como rector mayor el cual escogió como vicario al padre Andrés Villani.[17]

De igual forma, esta resolución quedó plasmada en el acta final que resumió las discusiones de ese II Capitulo General de septiembre de 1764: Asunto principal, Alfonso de Liguori, obispo, es confirmado rector mayor por la Santa Sede y reconocido por los capitulares.[18] Estos son claros referentes históricos que demuestran un Alfonso, que a pesar de aceptar el episcopado y ejercerlo por casi 13 años, nunca estuvo fuera de la Congregación, de hecho, más adelante, se nos presentará un enfermo obispo, mayor de 70 años, que desde su despacho o sillón deberá dirigir una Congregación muy demandante y una diócesis. Como si esto fuera poco, Monseñor Liguori participa activamente en las decisiones, asambleas y capítulos. Incluso, el mismo preside el capítulo de 1764, en Pagani, habiendo ejercido para entonces el obispado por más de un año.

  • Últimos momentos de su vida

Una luz brillo en los cansados ojos del ilustre obispo y rector mayor, cuando luego de algunos intentos, obtuvo la aceptación de renuncia a su cargo como obispo de santa Águeda de los godos, el 13 de mayo de 1775. Por fin regresaría a Pagani, como lo había prometido, para pasar sus “últimos” días en una casa Redentorista, acompañado de hermanos de su Congregación.

En la celebración por los noventa años de vida, Alfonso es llevado a una eucaristía con la presencia de muchas personas, pero fueron los redentoristas los que apreciaron más de cerca las lágrimas del santo. Así lo narra R. Tellería:

“La comunidad y el pueblo de Pagani se asociaron para testimoniar con una misa cantada su agradecimiento al Altísimo y su veneración al glorioso Fundador en aquel aniversario. Cuando Alfonso vio en torno suyo a sus hijos no pudo contener las lágrimas y decirles: No merezco estas atenciones, todo lo debo a la misericordia del Señor.”[19]

Habiéndose descartado el argumento legal y sentimental, nos queda un solo punto, ¿Por qué surgen las ideas de que Alfonso no es atendido por su comunidad, o que murió fuera de ella? La respuesta más clara es producto de la división dada entre los redentoristas de los Estados Pontificios (Roma) y los de Nápoles. Con las discusiones y los desacuerdos no se podía entender si los redentoristas estaban o no disueltos, con dos y hasta tres directrices al mismo tiempo. Es por este acontecimiento que no se sabe si realmente Alfonso al tomar postura, estaba dentro o fuera de la Congregación.

Estas claras divisiones, sumado a que no todos los redentoristas estaban en función del espíritu que Alfonso inspiraba para la Congregación, dejaron en algunos casos la voz del rector mayor en segundo plano. Sin embargo, esto no significó un desentendimiento de Monseñor Liguori, al contrario, Como dice el apóstol: “el que ama a Dios permanece muy cerca de Dios” (1 Jn 4, 16) ante las calamidades, más cerca se le percibía de su obra.

Conclusión

Se puede concluir que, un fundador que dio siempre prioridad a su obra, diseña sus reglas, algunas de sus casas y argumenta su aprobación ante la Iglesia y el Estado, diseña formas de evitar la muerte de la misma, al punto de rechazar en reiteradas oportunidades los privilegios pastorales y afectos familiares; que desgastó sus esfuerzos hasta el final por evitar a toda costa una fuerte división, que se preocupó por dar testimonio siempre y que aun siendo obispo, encabezó la dirección de su instituto, participando en sus más importantes acontecimientos, sumado a esto, muere en una casa de la comunidad, asistido por cohermanos (algunos formados por el mismo) y al tanto de lo que esta hacía y quería hacer dentro y fuera de Italia, es imposible percibirlo falleciendo fuera de su comunidad. En este sentido, se deja en evidencia que Alfonso María de Liguori no murió fuera de la Congregación del Santísimo Redentor, por el contrario, falleció siendo parte importante de la misma.


[1] Los éxodos de san Alfonso – JESUCRISTO EN LA VIDA DE ALFONSO DE LIGUORI – Mons. Noel Londoño

[2] TANNOIA, Della Vita… I, 65-66.70; II,81. Disponible también en http://www.intratext.com/IXT/ITA2115/_PJ.HTM

[3] El Santo del siglo de las luces – San Alfonso de Liguori – T. H. Rey Mer – Met – P. III Pág. 278.

[4] Carta del 5 de agosto de 1736, cf Lettere I, 55-56.

[5] Historia de la Congregacion del Santisimo Redentor – Francesco Chiovaro –  Pág. 177

[6] El Santo del siglo de las luces – San Alfonso de Liguori – T. H. Rey Mer – Met – P. III Pág. 331.

[7] Pág. 67 de su caderno íntimo.

[8] Visitas Al Santísimo Sacramento y a María Santísima – Edición San José de Costa Rica 2015 – Pág. 23

[9] Falcoia, 155 – 165.

[10] Historia de la Congregacion del Santisimo Redentor – Francesco Chiovaro –  pag. 192

[11] Diccionario de Espiritualidad Redentorista – Cien palabras para el camino – pág. 326 – 327 Raymond Corriveau.

[12] CONTITUCIONES Y ESTATUTOS C.Ss. R. – SUPPLEX LIBELLUS – pág. 7 – Traducción del original italiano publicado en SHCSR 17 (1969) Págs. 220-223

[13] Tellería, Tomo II – pág. 9

[14] Historia de la Congregación del Santisimo Redentor – Francesco Chiovaro – pág. 252

[15] TELLERIA, San Alfonso… II, 14

[16] TELLERIA, San Alfonso… II, pág. 15

[17] Los Redentoristas, veinte lecturas sobre su historia – P. Laurentino Miguelez – 1986 – punto 5 “después, fuera del Reino 1754 – 1762” Pág. 73

[18] LOS CAPÍTULOS GENERALES REDENTORISTAS: DESARROLLO CRONOLÓGICO (1749-2009) Álvaro Córdoba Chaves, C.Ss.R. – SHCSR 63 (2015) 253-331

[19] TELLERIA, San Alfonso… II, 772.