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Por: P. Anthony Kelly, C,Ss.R (Redentoristas de Austalia)

Vida, predicación, sufrimiento, crucifixión y muerte de Jesús so- lamente pueden entenderse al final, después de su resurrección. La fe no lo deja muerto y sepultado, sino que se refiere a él como el Resucitado, ‘la resurrección y la vida’ (Jn 11,25). Leer los evangelios, meditar en sus palabras y acciones cuando proclamaba el reino de Dios, es encontrar a Cristo como una presencia viva. La fe cristiana necesita recordarse siempre a sí misma que Dios Padre ha resucitado a su Hijo crucificado y nos lo ha devuelto como la fuente, figura y certeza de vida en plenitud. Si esto se omite, cualquier espiritualidad cristiana quedará radicalmente distorsionada

La resurrección de Cristo es, primero que todo, un hecho real. Lo acontecido marca la diferencia en nuestra comprensión de Dios y en el poder del amor de Dios para transformar el mundo. La inextinguible creatividad del amor no ha sido derrotada por las fuerzas del mal, no se ha respondido mal por mal, sino que se ha revelado a sí misma como un amor cada vez más grande a través de la resurrección del Cristo crucificado. Su tumba vacía apunta a una realidad que escapa a todo cálculo y control mundanos.

La resurrección de Cristo transforma la comprensión que los cristianos tienen de sí mismos. Ellos poseen un nuevo sentido de identidad: “Así que el que es de Cristo es una nueva creación. Lo viejo ha pasado. ¡He aquí que todo ha sido hecho nuevo!” (2Cor 5,17). Ahora somos miembros de su cuerpo, templos de su Espíritu y participamos de su relación con el Padre.

En definitiva, la resurrección de Cristo trae a la existencia una nueva comunidad. La Iglesia es el signo y el testigo de la victoria de Cristo sobre la muerte y el mal. A su vez, la resurrección inspira la misión de la Iglesia en el mundo: en el poder de la resurrección los cristianos son dotados de energía para actuar contra todas las formas de desespero, opresión e inhumanidad, con la convicción de que el inagotable poder de Dios ya ha sido desplegado en el hecho de levantar a Jesús de la muerte. “Nada de lo creado podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús nuestro Señor” (Rm 8,39). La fe en el Cristo resucitado inspira solidaridad con el pobre y oprimido pues Dios ha actuado y continuará actuando para conducir todo a la plenitud de vida.

Fuente: Diccionario de Espiritualidad Redentorista, Ediciones Scala: Bogotá, 2012. Pág. 280