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XVI Domingo del Tiempo Ordinario

Comentario dominical

17 de julio de 2022

Por: P. Alberto Franco G., C.Ss.R.

Lecturas bíblicas: Génesis 18,1-10ª; Salmo 14 (15),2-3ab.3cd-4ab.5; carta de san Pablo a los Colosenses 1,24-28; evangelio: Lucas 10, 38-42.

En la antigüedad, toda la vida de las mujeres estaba determinada por los hombres

El libro del Génesis expresa sus mensajes, en el lenguaje y las tradiciones culturales y religiosas de su tiempo. Dios se revela a Abrahán por medio de tres hombres que a la “hora del calor” necesitaban agua, descanso y comida. Él los acoge con la hospitalidad propia de los hombres fieles a Dios: “si he alcanzado tu favor, no pasen de largo junto a tu siervo”; les ofrece “pan para que recobren las fuerzas antes de seguir”. Cuando los viajeros aceptaron la invitación, “entró corriendo a la tienda donde estaba Sara y le mandó preparar una torta”; luego, “corrió al corral, eligió un ternero hermoso y lo dio al criado para prepararlo”.  Los hombres preguntaron por Sara y anunciaron a Abrahán que, “en un año, tendría un hijo”. Este es el hijo de la promesa que marcará la vida de Abrahán y del pueblo elegido.

Los hechos acontecen en el marco cultural y religioso del tiempo: es el hombre el que acoge a quien llega, quien determina lo que puede ofrecerse, el que ordena lo que hay que hacer, el que recibe el mensaje para la mujer, quien es depositario de la promesa, y quién define la vida de la mujer. La mujer está adentro, en la tienda, y toda la relación con el mundo y las personas de fuera está determinada y mediada por el hombre.  Ella tiene que aceptar todas las decisiones que toman los hombres sobre sus vidas. Abrahán y Sara, son fieles representantes de las tradiciones religiosas y culturales del Antiguo Testamento.  

Jesús transgrede tradiciones religiosas y culturales y establece nuevas relaciones con las mujeres

En el evangelio, Lucas cuenta que Jesús, “yendo de camino, entró en un pueblo, y que una mujer, llamada Marta, lo recibió en su casa. Marta tenía una hermana llamada María, que sentada a sus pies, escuchaba sus palabras, mientras ella se ocupaba en los quehaceres de la casa. Marta le dijo a Jesús: Maestro, ¿no te importa que mi hermana me deje sola en los quehaceres? Dile que me ayude. Él le respondió: —Marta, Marta, te preocupas y te inquietas por muchas cosas, cuando una sola es necesaria. María escogió la mejor parte y no se la quitarán”.

Este pasaje, ha tenido y tiene múltiples lecturas con interpretaciones diversas y complementarías: la tensión entre el activismo y la contemplación; el acoger a Jesús en la casa; la escucha como la actitud más fundamental de las mujeres en la Iglesia; la importancia de colocarnos a los pies del Señor para escucharlo; la superioridad de la escucha de la palabra de Dios frente al trabajo diario; la necesidad de la integración entre la contemplación (María) y el activismo (Marta)…

Pero la ubicación del pasaje en la cultura de su tiempo, hace caer en la cuenta de la existencia de diversos elementos que transgreden normas culturales y religiosas centrales para la sociedad y el pueblo de la Biblia. Bruce Malina y Richard Rohbaugh, describen algunos de esos elementos:

“Por Juan sabemos que Lázaro era miembro de esta familia. Estando presente un hombre, es extraña la frase “su (de ella) casa” … Igual de extraño es que sea recibido por una mujer. Aunque la casa es el espacio privado donde operan con libertad las mujeres, invitar a alguien a pasar a la casa y presentarlo al resto de los miembros de la familia era una tarea encomendada al varón de mayor edad. Como el honor y la reputación de una mujer dependía de su capacidad de gobernar una familia, la queja de Marta era culturalmente legítima. Más aún, al sentarse a escuchar al maestro, ¡María se comporta como un hombre![1]

Hay varios elementos en el pasaje para destacar: los aspectos culturalmente “extraños” del pasaje: que se hable de la casa de Marta, que sea recibido por una mujer y que Lázaro no cumpla el papel habitual. El reclamo legítimo de Marta porque María no le ayuda y no cumple las normas de acogida para las mujeres. La respuesta legitimadora de Jesús a la trasgresión cultural de María que se comporta como un hombre al sentarse a los pies a escuchar un maestro. Y el elogio de Jesús a María al decir que “ha escogido la mejor parte, y nadie se la quitará”. Estos elementos hacen que este pasaje revolucione, social y religiosamente, el papel de la mujer en su tiempo, y en este [tiempo].  Y muestre un mensaje del Evangelio que, frecuentemente, pasa desapercibido en la Iglesia y la sociedad.

Múltiples pasajes del Evangelio muestran a Jesús relacionándose con mujeres de diversas regiones y culturas, con diversas carencias y necesidades y en circunstancias variadas. Y con todas ellas, establece relaciones que rompen o transforman las tradiciones socio religiosas que legitiman el sometimiento de las mujeres a los hombres, como ocurrió en este pasaje. Jesús establece un trato igualitario con las mujeres, muy difícil de aceptar por los discípulos y por la sociedad de su tiempo. En los escritos del Nuevo Testamento, hay una igualdad fundamental establecida por Jesús y reconocida por Pablo al afirmar que: “Ya no se distinguen judío y griego, esclavo y libre, hombre y mujer, porque todos ustedes son uno en Cristo Jesús” (Gal 3,28); pero esta igualdad, fue suprimida paulatinamente hasta llegar a afirmas: “las mujeres deben callar en la asamblea… deben someterse, como manda la ley. Si quieren aprender algo, pregúntenlo a su marido en la casa” (1Cor 14,34-35).

En el tiempo y el mundo bíblico, el griego, romano y judío, la cultura dominante era la patriarcal. El padre de familia (pater familias) era quien ejercía toda la autoridad y el poder de la casa. Era quien mandaba en todos los nexos y relaciones que sostenían los miembros de la familia. Todo lo que componía una familia (personas, relaciones, bienes, sirvientes…) estaba sometido al varón, empezando por las mujeres y los hijos.

Esta cultura, facilitó y legitimó la exclusión de la mujer, desde las primeras comunidades cristianas y se profundizó en los primeros siglos de la Iglesia, hasta desaparecer, casi por completo. La Iglesia asumió esas costumbres culturales que la acercaron a ciertos sectores sociales, pero la alejaron de las enseñanzas de Jesucristo. El nombre de Cristo pasó de ser su fuente de vida e inspiración a ser justificación religiosa de institucionalidades sin espíritu. Desde el Concilio Vaticano II, empezó un lento proceso de recuperación del lugar que Jesús le otorgó a las mujeres entre sus seguidores. En los últimos años hay avances significativos, pero no sufrientes. Un paso muy importante lo dio la Constitución Apostólica Praedicate Evangelium, esperamos que se haga realidad, y que se recupere la inspiración de Jesucristo y del reino de Dios.    

La comprensión de Dios determina el actuar humano

Pablo, en la carta a los cristianos de Colosa, les comparte que ha encontrado una manera de afrontar los sufrimientos: “completar en su cuerpo los padecimientos de Cristo, para bien de la Iglesia, de la que he sido nombrado ministro por Dios. Además, que Dios ha querido revelar el misterio escondido por siglos y generaciones: Cristo Jesús, esperanza de gloria. Este misterio ha sido revelado a los paganos, y él lo anuncia, aconsejando y enseñando a cada uno la verdadera sabiduría para que alcancen la madurez en Cristo”.

Jesús muestra con su vida que Dios es el Padre amoroso y cercano, preocupado por la vida del mundo; que no es el Dios lejano que exige sacrificios y sufrimientos, por el contrario, se alegra y goza con el bien de sus hijos e hijas. La vida y las palabras de Jesús revelan a Dios encarnado en la historia humana y en la vida del pueblo. Esta comprensión de Dios exige que toda relación con Dios y toda celebración cultual esté relacionada con el bien de las personas, porque en ellas, Él se hace presente. Según Jesús de Nazaret, todo lo que se haga o deje de hacer a las mujeres y hombres más pequeños a él se le hace o dejar de hacerse (cf. Mt 25, 31-46). Esta nueva relación con Dios debe llevar a unas relaciones humanas: justas, fraternas y solidarias, y cuidadoras de la creación.

Desde el Antiguo Testamento, Dios pide estas relaciones humanas y sociales, pero con frecuencia han sido olvidadas. Esto lo refleja salmo que escuchamos, con su pregunta: Señor, ¿quién puede hospedarse en tu tienda?, en otras palabras: Señor, ¿quién puede entrar o estar en tu presencia? Y con su respuesta:

El que procede honradamente y practica la justicia (rectitud), el que dice de corazón la verdad no calumnia con su lengua.

El que no hace mal a su prójimo ni difama al vecino,

el que considera despreciable al impío y honra a los que respetan al Señor.

El que no presta dinero a usura ni acepta soborno contra el inocente.

El que así obra nunca fallará.


[1] MALINA, Bruce y ROHBAUGH, Richard, Los evangelios sinópticos y la cultura mediterránea del siglo I. Comentario desde las ciencias sociales, Verbo Divino, 2ª Edición, Navarra, 2010, 263.