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XXIII Domingo del Tiempo Ordinario

Comentario social

5 de septiembre de 2021

Ciclo B: Mc. 7, 31 – 37

Por: P. José Pablo Patiño Castillo, C.Ss.R.

Jesús cura la mudez y la sordera de un hombre, librándolo de la incomunicación. Así lo reintegra en la familia y en la sociedad. Es como una parábola, pero en reversa, de lo que sucede en nuestro tiempo. A pesar de que disponemos de muchos y sofisticados medios de comunicación, nos empeñamos en vivir incomunicados unos con otros.                                     

El Señor Trump quiso continuar el muro entre su país y México. Muro también hay entre Israel y Palestina, lo mismo que uno entre Ecuador y Perú, Grecia con Turquía para impedir el paso a los migrantes de Asia y África. Fronteras invisibles pero reales, entre un barrio y otro, las que hacen las pandillas de jóvenes en las periferias de nuestras ciudades. Y las que construimos con los prejuicios para discriminarnos, por etnias, por orientación sexual, por diversa manera de pensar, por religiones, por países de los varios mundos, por seguir a un equipo de fútbol… Más aún, al disponer, por la técnica avanzada, de todo un menú amplísimo de comunicaciones, celulares, tablets..,, los usamos con frecuencia para encerrarnos en nosotros mismos, en el narcisismo y el individualismo.                               

Cuando Jesucristo abre los oídos al sordo y hace hablar al mudo le facilita la reintegración en la comunidad. Pero aún hay más en este pasaje. Según los evangelistas esta acción de Jesús es signo del querer ofrecernos a los humanos, a nosotros, una vida plena en la interacción con lo que nos rodea. Dios, los demás y la creación. Con Dios, Creador y Padre que nos ama y nos ha dado a su Hijo como modelo de hijos adoptivos. Con los demás como hermanos solidarios y coadministradores del universo. Con la creación para cuidarla y desarrollarla en provecho de toda la humanidad, los lejanos y los cercanos, Y los que vendrán después de nosotros.                                                     

Aprender a convivir debería ser el primer fruto de la educación. Más que dominar los medios de producción y obtener los medios de subsistencia, Aprender a relacionarnos con lo que nos rodea. Y eso es lo que menos se busca en la labor educativa. Lo vemos en la pésima manera de relacionarnos unos con otros y con la naturaleza. Los humanos hemos fracasado en la tarea educativa. Nuestros jóvenes y niños aprenden a manejar los artilugios de la técnica y los secretos del manejo contable. Nosotros mismos, los mayores, también hemos encontrado nuestro lugar en el mundillo de la informática y de los números.                                                                                             

Pero no hemos aprendido, ni mucho menos, enseñado en hogares, escuelas y oficinas a convivir; hemos perdido la asignatura de la convivencia. No sabemos entendernos unos a otros, a reconocer las diferencias. Nos mata la idea de que otro piense distinto de nosotros, hay que eliminarlo. Que alguien aprecie a Santos, a Uribe o a Petro, que siga a Millonarios, Santa fe o Nacional, que piense diferente… no lo toleramos.                                        

Los largos años de educación nos han servido nada más que para conseguir un puesto o unos centavos que hemos de dejar al morir. Sin dejar de valorar esto, ¿Por qué no aspiramos a ser más humanos y más cristianos en la tolerancia, el respeto, el compartir, el ayudarnos unos a otros?  Comprendamos que las diferencias no nos hacen mal. No son una amenaza; son enriquecimiento del grupo y de la sociedad. Eso es lo que Jesucristo quiere que entendamos y que pongamos en práctica: “Ámense unos a otros como yo los he amado a ustedes”.