Por: P. José Silvio Botero Giraldo, C.Ss.R.
El problema del cónyuge inocente o injustamente abandonado es un tema muy antiguo y poco estudiado; la tradición eclesial antigua de la iglesia primitiva tuvo cierta consideración con este tipo de cónyuge; posteriormente, el Concilio de Trento por ejemplo, cerró la puerta a una consideración benigna: “ninguno de los dos cónyuges, ni siquiera el cónyuge inocente que no ha dado motivo al adulterio, puede contraer un nuevo matrimonio mientras viva el consorte” (Denzinger n. 1.807).
Durante las sesiones del concilio Vaticano comenzó a perfilarse una nueva visión del problema. Mons. Elías Zoghbi, Vicario patriarcal para los Melquitas, en Egipto, tuvo una intervención audaz: “más grave que el problema del control de los nacimientos es la del cónyuge inocente que en la flor de la juventud llega a encontrarse solo por culpa del otro consorte; permanecer solo y conservar la castidad por el resto de la vida es una solución que supone virtud heroica y una fe poco común”.
El Papa Juan Pablo II en la Exhortación Apostólica ‘Familiaris consortio’ aludió a esta situación: “la soledad y otras dificultades son a veces patrimonio del cónyuge separado, especialmente si es inocente. En este caso la comunidad eclesial debe particularmente sostenerlo y procurarle estima, solidaridad, compresión y ayuda concreta”. El Papa no prevé una posibilidad de solución.
Posteriormente han ido apareciendo argumentos en favor de una solución: ya en la iglesia primitiva se tuvo en cuenta la condición joven del cónyuge abandonado; S. Epifanio de Salamina miraba a la vida ejemplar del cónyuge abandonado; hoy algunos teólogos moralistas argumentan de este modo: es posible a un cónyuge inocente y abandonado exigirle continencia sexual de por vida, cuando su vocación natural es la del matrimonio?. No parece justo. ¿Un fracaso en la vida es algo ya definitivo? ¿Es posible a una persona casada exigirle castidad de por vida? Derecho y pastoral deben conciliarse.
Hoy se cuestiona la prevalencia de la ley sobre la persona. Jesús de Nazareh nos enseñó que “el sábado es para el hombre, no el hombre para la ley”. Los últimos pontífices han sido muy explícitos al hablar sobre la benignidad pastoral. ¿El caso del cónyuge inocentemente abandonado no se merece una actitud eclesial más benigna? La participación en los sacramentos de la Penitencia y de la Eucaristía está abierta. Se espera un paso más en favor del cónyuge inocente.