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Solemnidad de la Santísima Trinidad

Comentario bíblico

12 de junio de 2022

Ciclo C: Jn. 16, 12 – 15

Por: P. Luis Alberto Roballo Lozano, C.Ss.R.

Juan 16, 12-15[1]  El Espíritu los  guirá hasta la verdad completa.

12«Muchas cosas tengo que decirles todavía, pero ahora no están capacitados para entenderlas. 13Cuando venga él, el Espíritu de la verdad, los guiará a la verdad completa. Pues no les hablará por su cuenta, sino que les dirá lo que ha oído y les anunciará las cosas venideras. 14Él me honrará a mí, porque recibirá de lo mío y se lo anunciará. 15Todo lo que el Padre tiene es mío; por eso les he dicho que recibe de lo mío y se lo anunciará».

Celebramos en este día la Solemnidad de la Santísima Trinidad y en cualquiera de las homilías que se proclamen, preparen o improvisen decimos que se trata del misterio de Dios y luego se pasa a hacer comprensibles la trinidad en la unidad y el modo como se relacionan las tres divinas personas, dentro de su vida divina. Con decir que el triángulo es una figura y tiene tres lados y tres ángulos y en el caso de San Patricio en la primera evangelización de Irlanda, quizá mostremos las tres hojitas del trébol que salen del mismo tallo. Quizá hablamos  de cómo se organizan en el trabajo el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo,  – por ejemplo en la creación y conservación del mundo, en la historia bíblica, en la obra de la redención del mundo y del hombre y en todas las circunstancias en que pensamos que la presencia de Dios es importante.

El texto que nos ocupa es un fragmento muy breve del Evangelio de Juan que representa bien la llamada tradición de la escuela joánica donde encontramos a Jesús que orienta sus diálogos con Pedro, Santiago, Juan, Felipe y los demás apóstoles para desarrollar una reflexión sobre el misterio de la automanifestación de Dios “en el Hijo”[2]. Por su parte la llamada tradición sinóptica se orienta a la enseñanza misionera y comunitaria de la Iglesia. Esta parece ser una de las principales diferencias entre el Evangelio de Juan y los Evangelios Sinópticos. Por supuesto la manifestación de Dios en Cristo no es ajena a los Sinópticos pero es preponderante en el cuarto Evangelio: suscitar la fe y en la experiencia de fe conocer la verdad de Dios.

El sermón de la cena (Juan 13-17) integra textos didácticos con textos jurídicos. En los textos didácticos hay revelaciones centradas en el Padre y el Espíritu. El anuncio de la separación de Cristo que se despide suscita gran preocupación.  A ella responde la promesa del Espíritu, quien hará todas las palabras de Jesús comprensibles. En los textos jurídicos se presenta la confrontación con el mundo y el denominado príncipe del mundo a quienes se acusa de pecado y de injusticia, y en correspondencia se pronuncia la sentencia de su condenación [3].

Este ambiente de confrontación y persecución lleva al odio que sufren los discípulos de parte del mundo. El testimonio del Espíritu siempre concuerda con la palabra de Cristo, porque él no habla de sí mismo, no tiene ningún interés o intención propia, sino que es uno con el Padre y el Hijo. La palabra y el espíritu de los hombres a menudo están en desacuerdo, pero la Palabra eterna y el Espíritu eterno nunca se contradicen[4]. La promesa del Espíritu abre una nueva situación: es el Espíritu consolador y defensor, el Espíritu de la verdad que procede del Padre y será quien llevará a cabo el juicio contra el mundo y el príncipe que lo gobierna. Pero sobre todo será quien descubra el sentido de la partida de Jesús en su misterio pascual, como manera concreta de su retorno al Padre.

La función principal de la obra de Cristo y de la acción del Espíritu que promete a los suyos es el conocimiento del Padre y la participación en el misterio de Dios. Esa es la verdad que no conoció el mundo pero que para los discípulos es la verdad completa que alegrará sus corazones con una alegría que nadie les podrá quitar (cfr Jn 16, 23). Esta alegría es comparada a la presencia de una nueva criatura en el regazo de la madre, tras haber padecido los dolores del parto.

La fuente original de la obra de Cristo es el Padre, la palabra del Padre es su Hijo, pero esta palabra no alcanza su dinamismo pleno hasta que el Espíritu no la hace inteligible y la despliega en el corazón de los amigos de Jesús[5].

El Paráclito tiene como misión, entre otras, demostrar que Jesús tenía razón y que el mundo estaba equivocado, pues ha cometido pecado al rechazar a Jesús (este es el concepto fundamental del pecado en nuestro evangelio); ha cometido una injusticia, juzgando como injusta una causa buena, y la prueba está en la confirmación que ha obtenido de Dios; finalmente se halla sometido al juicio de la cruz, que es el juicio de Dios sobre los jueces que condenaron a Jesús. La misión del Espíritu en los discípulos es paralela a la de Jesús, se une íntimamente a ella y produce la experiencia de Dios que es la manera mejor como podemos conocerlo[6].

Jesús realiza la revelación de Dios, Uno y Trino, no como exposición de un tratado académico sobre la Trinidad sino en la comunicación de la experiencia que Él tiene de su Padre y de la manifestación de su Padre en la obras que realiza como Hijo y en el envío del Espíritu que promete y se cumple en la teofanía de Pentecostés. Esa revelación de Dios, Uno y Trino, se espresa de modo continuo en la vida de Jesús pero se hace más evidente en momentos como la Anunciación (Lc 1, 35), el Nacimiento en Belén (Mt 1, 20-21), las tentaciones superadas (Mc 1, 10-12), el Bautismo en el Jordán (Jn 1, 32-34), los signos que realiza Jesús (Jn 2,11), la Transfiguración (Lc 9, 34-36), y en los testimonios junto a la cruz (Lc 23, 47-48). Así lo entendió el grupo de discípulos, haciendo explícita la confesión trinitaria en el mandato de predicar el evangelio a toda criatura y de bautizar en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo (Mt 28, 19-20).

San Agustín une la obra de Cristo con la obra de su Padre: «Parece increíble, pero Cristo al venir al mundo, salió del Padre mas no deja al Padre. Ahora, dejando el mundo, regresa al Padre, pero no abandona al mundo. Salió del Padre y es del Padre. Viene al mundo y lo asume en su cuerpo, recibido de una Virgen. Deja el mundo porque corporalmente se marcha y asciende al Padre llevando la humanidad, sin dejarla privada de su presencia e influjo»[7].
Y el mismo Agustín presenta la aceptación de la fe como una obra de amor en que el Espíritu nos conduce a la verdad completa: «No se ama lo que no se conoce. Pero cuando se ama lo que ya de alguna manera se conoce, el mismo amor produce un conocimiento mejor y más completo. Si ustedes caminan en el amor que Dios infunde en nuestros corazones, el Espíritu Santo los conducirá a la verdad completa. Y esto sucederá de manera que no se necesiten doctores externos para aprender la verdad, sino que el Señor será quien nos la enseñe y haga comprender»[8].

El Dios que se revela en Jesucristo es el Padre, las palabras y las obras del Hijo, como el camino, la verdad y la vida (Juan 14, 6) son la comunicación privilegiada con la que Cristo nos muestra al Padre y el Espíritu que nos prometió y a quien envió es quien nos guía y capacita para abrirnos a Dios, nos guía a la verdad completa[9].


[1] Texto de La Sagrada Biblia de América, (2016) Luis Roballo, etc., San Pablo, Bogotá.

[2] Joseph Ratzinger-Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, La Figura y el Mensaje, Universidad Santo Tomás- Ediciones San Pablo, Bogotá, 2013,  p. 460.

[3] Secundino Castro Sánchez, EVANGELIO DE JUAN en Comentarios a la Biblia de Jerusalén, Desclée de Brouwer, Bilbao, 2008, p. 286.

[4] Matthew Henry, Commentary, Tomado de Bible Works 10.

[5] Secundino Castro Sánchez, EVANGELIO DE JUAN, o.c. p. 288.

[6] La Sagrada Biblia de América, nota en edición de estudio, (2016) Luis Roballo, etc., San Pablo, Bogotá.

[7] Agustín de Hipona, Comentario al Evangelio de Juan, 102, 6

[8] Idem,  96, 4

[9] Maximilian Zerwick, S.J. & Mary Grosvenor (2010). A Grammatical Analysis of the Greek New Testament. Gregorian     & Biblical Press (GBP), Roma. Y BibleWorks 10, Software for Biblical Exegesis and Research, Norfolk, Virginia.