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XXXII Domingo del Tiempo Ordinario

Comentario dominical

7 de noviembre de 2021

Ciclo B: Mc. 12, 38 – 44

Por: P. Pedro Pablo Zamora Andrade, C.Ss.R.

Introducción

El texto del Evangelio de este domingo lo podemos leer, por lo menos, de dos maneras: una, confrontando la actitud de los letrados y de la viuda; dos, relacionando las actitudes de las dos viudas de las que nos hablan la primera lectura (1 Re 17,10-16) y el evangelio de san Marcos (12,41-44).

La confrontación entre los letrados y la viuda nos puede dar la siguiente lectura: mientras los primeros «devoran los bienes de las viudas con pretexto de largas oraciones» (Mc 12,40), la viuda entrega, de manera voluntaria, «cuanto tenía para vivir» (Mc 12,44). Los letrados aparentan ser gente religiosa, pero lo que realmente buscan es el reconocimiento público y apoderarse de los pocos bienes de los pobres. La viuda, en cambio, le quiere ofrecer a Dios lo poco de valor que aún posee.  

Si relacionamos, en cambio, las protagonistas de la primera lectura, tomada del Primer libro de los Reyes (17,10-16) y del evangelio de san Marcos (12,41-44), podemos hacer la siguiente lectura: son dos viudas, símbolo de los pobres (anawin) en el pueblo de Israel, junto a los huérfanos y los extranjeros. Ellas, desde su pobreza, dan o comparten lo poco que tienen. La primera viuda es una extranjera; vivía en Sarepta y allí compartió con el profeta Elías la poca harina y el poco de aceite que tenía para vivir ella y su hijo. En el Evangelio, una viuda judía coloca en las alcancías del Templo de Jerusalén «unas moneditas de muy poco valor», que eran todo lo que ella tenía para vivir.

El Señor Jesús, que poseía una lógica muy particular para evaluar el comportamiento humano y estaba atento a los pequeños detalles, aprovechó este gesto aparentemente insignificante para darles una catequesis a sus discípulos. Nosotros vamos a aprovechar estos textos para hacer una breve reflexión sobre la virtud humana y cristiana de la generosidad. 

¿Qué es la generosidad? Según algunos diccionarios, la generosidad es el hábito o inclinación de dar o compartir con los demás sin recibir nada a cambio. Se trata de una virtud y un valor positivo que puede asociarse al altruismo, la caridad y la filantropía. La generosidad es considerada en la sociedad como un hábito deseable.

Nosotros vamos a aprovechar estos textos de la palabra de Dios que nos propone la liturgia de la Iglesia católica para este domingo para hacer una breve reflexión sobre los distintos niveles de la generosidad. La realidad es esa. La generosidad tiene distintos niveles y cada uno de nosotros tendrá que mirar en cuál de ellos se quiere ubicar o inscribir.

1. Dar desde lo que nos sobra. La expresión aparece en labios del Señor Jesús: «Los demás han echado de lo que les sobra» (12,44). «Los demás» son los «ricos» que colocaron grandes cantidades de dinero en las alcancías del Templo.

Es probable que entre nosotros la expresión «dar de lo que nos sobra» suene hasta despectivo. Sin embargo, no lo es. Es el primer nivel de la generosidad. En otras palabras, la generosidad comienza por ahí. Quien no da ese primer paso, tampoco irá más allá.        

Imaginémonos un mundo donde los grandes ricos de este mundo y de nuestro país se atrevieran a compartir lo que les sobra. Sería un mundo sin pobres, ni pobreza. Porque lo que a esos ricos les sobra es mucho. Con lo que a muchos ricos les sobra (y son millones o billones de dólares o euros) se podría pagar la deuda externa de muchos países. Basta mirar los datos que emite cada año la Lista Forbes para darnos cuenta de las inmensas fortunas declaradas por los magnates de este mundo. Sin embargo, algunos de ellos prefieren gastarse sus fortunas haciendo viajes exprés al espacio por unos minutos. ¡La vanidad humana!   

2. Dar desde lo que necesitamos para vivir. Es la alusión a la viuda del Evangelio: «Esta, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir» (12,44). Ella echó dos monedas de cobre, las más pequeñas y de menor valor que circulaban en Jerusalén. La viuda dio algo insignificante y sin mucho valor. Su sacrificio no se notará en ningún lugar y su gesto no cambiará para nada las entradas del Templo. Al fin y al cabo, las finanzas del lugar sagrado dependían de las ofrendas de los ricos, no de monedas de cobre.

Sin embargo, ese gesto de esta humilde mujer ha sido observado por el Señor Jesús. Es más, sirve de ocasión para darles un mensaje a sus discípulos. Estamos en el segundo nivel de generosidad. Lo que se comparte no es lo que nos sobra; es algo esencial, necesario y, en algunos casos, imprescindible para vivir. Tal vez conozcamos personas que comparten parte de su salario, del mercado o del alimento de cada día con algún vecino o familia necesitada. 

3. Darnos a nosotros mismos. Este nivel de generosidad no aparece en los textos bíblicos que hemos leído en este domingo, pero es posible encontrarlo en el resto de textos que conforman los evangelios. En definitiva, lo encontramos en la vida y en la enseñanza del Señor Jesús.

En otro texto de Marcos, nos dice: «El Hijo del Hombre no vino a ser servido, sino a servir» (10,45). En el evangelio de san Juan (13,4-14) se nos narra el lavatorio de los pies. Un gesto que resume lo que fue su vida pública: un servicio para los demás, especialmente para los marginados por la sociedad (los pobres) y por la religión (los pecadores). El apóstol Pedro, por su parte, en uno de sus discursos resume la vida del Señor Jesús, afirmando: «Él pasó [por el mundo] haciendo el bien». Finalmente, el Señor Jesús dice a sus discípulos: «El que guarda su vida, la pierde; pero el que la entrega por causa mía, ese la encuentra» (Mt 16,25).

Este es el nivel máximo de generosidad. Ya no compartimos cosas materiales, monedas o dinero, sino a nosotros mismos. Aquí incluimos nuestro tiempo, nuestras fuerzas, nuestras energías, lo que sabemos y somos.

Pidamos en este domingo el don de la generosidad. Comencemos dando desde lo que nos sobra. Miremos en nuestra casa, en nuestro armario, en nuestra mesa, ¡cuántas cosas no son necesarias y que, hasta de pronto, casi ni las usamos! Decía san Basilio: «La ropa que no te pones, es del que anda desnudo; los zapatos que no usas, son del que anda descalzo; el pan que se endurece en tu mesa, es del hambriento…». Ese primer paso nos llevará, después, a ser generosos en un siguiente nivel. Que así sea.