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Solemnidad de la Santísima Trinidad

Comentario social

12 de junio de 2022

Ciclo C: Jn. 16, 12-15

Por: P. Edward Julián Chacón Díaz, C.Ss.R.

Desde niños hemos escuchado y repetido millares de veces la frase: “en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”: al iniciar la misa, en la administración del bautismo, en la bendición final de actos litúrgicos, etc. Y, sin embargo, cuando pensamos en Dios lo imaginamos como un ser lejano y solitario. Y eso no responde a la realidad. Cristo nos presentó el misterio de un Dios uno en una comunión de tres personas: El Padre es Dios Amante, el Hijo es Dios Amado y el Espíritu Santo es Dios Amor.

Sin embargo, no basta teorizar sobre Dios; es necesario que las condiciones de vida y las relaciones sociales entre los hombres manifiesten su presencia; de lo contrario, ¿qué fe es ésta que no se compromete a enfrentar el desafío de la miseria y opresión de los seres humanos? ¿Fue para esta negación de la vida para que Dios creó la humanidad? Como afirmaba Ignacio Ellacuría: “hablar de Dios y mantener la injusticia es blasfemar contra su amor”.

Si Dios significa tres personas divinas en eterna “comunión de amor” entre sí, entonces hemos de concluir que también nosotros, sus hijos e hijas, estamos llamados a la comunión. Somos imagen y semejanza de la Trinidad. En virtud de esto, somos seres comunitarios. Por causa de la Santísima Trinidad, estamos invitados a mantener relaciones de comunión con todos, dando y recibiendo, construyendo todos juntos una convivencia rica, abierta, que respete las diferencias y beneficie a todos. Y precisamente la mayor dificultad es la de las relaciones interpersonales porque unidad y comunión se dan en la diversidad no en la uniformidad.

Por lo tanto, la celebración de la fiesta de la Santísima Trinidad tiene mucho que enseñarnos acerca de la unidad en nuestras relaciones, amistades, matrimonios, familias, comunidades. También nos recuerda que, a pesar de nuestros diferentes talentos, dones, niveles sociales y económicos, podemos vivir y trabajar juntos por nuestra salvación y por el desarrollo de nuestra sociedad.

Por otra parte, el Evangelio no es solamente transformación espiritual sino es integral, pues abarca las diversas dimensiones de la persona y de una sociedad. Jesús en el relato evangélico que presenta la liturgia de esta solemnidad, no envía a sus discípulos a hacer un proselitismo religioso; sino a mostrar el mundo la esperanza y la revelación de Dios en la historia humana en medio de sus luces o sombras, de sus anhelos y luchas (Cfr. Jn. 16, 12-15).

El modelo comunitario derivado del Evangelio nos recuerda que la crisis colectiva que vivimos no se superará si la enfrentamos desde motivaciones particularistas o sectarias, desde intereses exclusivistas, ya sean de índole partidista o gremial, desde actitudes pasivas que esperan la intervención de los otros o desde actitudes militaristas que se proponen la eliminación del adversario.

Dios se identifica con los pobres, pero no es excluyente con los otros actores sociales, sino invita a una conversión de conciencia y corazón. Es necesario para los cristianos colaborar en la reducción urgente de los desniveles materiales y culturales que afectan a los colombianos y a las diferentes regiones del país. Es una exigencia de la fe contribuir y cooperar en la construcción de una paz social fundamentada en la justicia a todos los niveles, que conducirá al bien común.