V Domingo de Cuaresma
Comentario dominical
21 de marzo de 2021
Por: P. Wilver Fabián Suárez Vargas, C.Ss.R.
Ciclo B: Jn 12, 20 – 33
De manera sucinta se quiere presentar algunas ideas de reflexión que la Liturgia nos propone para este V domingo de Cuaresma. Una llamada al perdón, una llamada al servicio desde la misericordia y una llamada a la entrega desde la generosidad.
Llamada al perdón:
En la primera lectura, la perícopa está ubicada dentro del conjunto de oráculos denominados “De la consolación”. Jeremías, probablemente como profeta, afrontó avatares de los últimos tiempos de la monarquía y el inicio del exilio. Esta primera lectura, es un anuncio de consuelo dirigido al reino de (Israel) o reino del Norte, destruido por los asirios. Desde el reino del Sur, (Judá), el profeta Jeremías hace un llamado a la reconstrucción del país. Más tarde, cuando Judá fue destruido, se añadieron “las menciones a Judá”, como si el mensaje de reconstrucción fuera para los dos “ex-reinos”, llamados a reconstruirse y reunirse en el futuro.
El profeta Jeremías fundamenta la reconstrucción: en una nueva alianza. ¿Qué es lo que caracteriza esta nueva alianza?. Para (Vermeylen) “Es el punto más alto de todo el Antiguo Testamento, porque promete una espiritualidad auténtica, una comunión íntima con el pueblo de la Alianza, un conocimiento universal de Dios de parte de su pueblo y un perdón absoluto de la maldad del pecado”. La Nueva Alianza se basa en la gratuidad de Dios, pero esta gratuidad toma una forma particular, un llamado al perdón y a la misericordia.
Llamada al Servicio desde la misericordia:
La Carta a los Hebreos, la forma como era el culto antiguo: ritual, exterior, convencional e ineficaz; mientras que el culto inaugurado por Jesús es real, personal, existencial y eficaz. De esta manera se puede deducir que, entre el sacerdocio antiguo y el de Cristo no hay semejanzas reales, solo queda una categoría: “sacerdocio” y “sacrificio” pero con contenidos diferentes y hasta opuestos. En este V domingo de cuaresma, la segunda lectura, la carta a los Hebreos anuncia las características constitutivas del sacerdocio de Cristo; son la razón por la cual el autor quiere llamar sacerdote a Cristo desde: La fidelidad y la misericordia.
Ahora bien, según (López, R) afirma que en estos cortos versículos, la carta a los Hebreos describen que “el ministerio sacerdotal de Jesús fue una obediencia incondicional a Dios su Padre, que consistió en una solidaridad con el dolor humano hasta la muerte. Más aún, esa entrega total al servicio de la misericordia es la que lo consagra sacerdote, lo transforma uniéndolo perfectamente a Dios y lo constituye en fuerza capaz de perdonar el pecado desde la misericordia”. Esta es una motivación para la vivencia de un servicio autentico hoy: como bautizados debemos testimoniar en primera persona la misericordia, corazón palpitante del Evangelio, que sale a encontrar a todos, sin excluir a nadie.
Por otra parte, la carta a los Hebreos nos da a entender que las oraciones de Jesús, con clamor y lágrimas, constituyen el verdadero acto del sumo sacerdote, con el que se ofrecía a sí mismo y a la humanidad al Padre, transformando así el mundo con corazón de misericordia. Es una invitación a descubrir que “Jesucristo es el rostro de la misericordia del Padre” (Misericordiae Vultus, 1). Siempre tenemos necesidad de contemplar el misterio de la misericordia. Es fuente de alegría, de serenidad y de paz. Es el acto último y supremo con el cual Dios viene a nuestro encuentro. Es la vía que une Dios y el hombre, porque abre el corazón a la esperanza de ser amados para siempre no obstante el límite de nuestro pecado”. (MV, 2)
Llamada a la entrega desde la generosidad:
En este V domingo de cuaresma en el evangelio, san Juan refiere un episodio que aconteció en la última fase de la vida pública de Jesús, concretamente en la inminencia de la Pascua judía, que sería su Pascua de muerte y resurrección. San Juan describe que, mientras Jesús se encontraba en Jerusalén, algunos griegos, prosélitos del judaísmo, por curiosidad y atraídos por lo que Jesús estaba haciendo, se acercaron a Felipe, uno de los Doce, que tenía un nombre griego y procedía de Galilea. “Señor le dijeron, queremos ver a Jesús” (Jn 12, 21). Felipe, llamó a Andrés, uno de los primeros apóstoles, muy cercano al Señor, también tenía un nombre griego; y ambos “fueron a decírselo a Jesús” (Jn 12, 22).
Ahora bien, en la petición de los griegos anónimos podemos descubrir la sed de ver y conocer a Jesús que experimenta el corazón de todo hombre. La respuesta que brinda Jesús nos orienta al misterio Pascual, manifestación gloriosa de su misión salvífica. “Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre” (Jn 12, 23). Es importante conocer que está a punto de llegar la hora de la glorificación, pero esto conllevará el paso doloroso por la pasión y la muerte en cruz. Sólo así se realizará el plan divino de la salvación, que es para todos, judíos y paganos, pues todos están invitados a formar parte del único pueblo de la alianza nueva y definitiva.
También, podemos comprender la solemne proclamación con la que se concluye el pasaje del evangelio: “Yo, cuando sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí” (Jn 12, 32), así como el comentario del Evangelista: “Decía esto para significar de qué muerte iba a morir” (Jn 12, 33). La cruz: la altura del amor es la altura de Jesús, y a esta altura nos atrae a todos. En el texto, encontramos una imagen sencilla y a la vez sugestiva: “Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto” (Jn 12, 24). San Atanasio afirma: “Y sólo mediante la muerte, mediante la cruz, Cristo da mucho fruto para todos los siglos: es el triunfo del amor, es entrega con generosidad”.
Queridos hermanos y hermanas, este es el camino exigente de la cruz que Jesús indica a sus discípulos. En diversas ocasiones dijo: “Si alguno me quiere servir, sígame”. No hay alternativa para el cristiano que quiera realizar su vocación. Es la “ley” de la cruz descrita con la imagen del grano de trigo que muere para germinar a una nueva vida; es la “lógica” de la cruz de la que nos habla también el pasaje del evangelio de hoy: “El que ama su vida, la pierde; y el que odia su vida en este mundo, la guardará para la vida eterna” (Jn 12, 25). “Odiar” la propia vida es una expresión semítica quizá muy fuerte y encierra una paradoja; subraya la totalidad radical que debe caracterizar a quien sigue a Cristo y, por su amor, se pone al servicio de los hermanos: pierde la vida y así la encuentra. No existe otro camino para experimentar la alegría y la verdadera fecundidad del Amor: el camino del “distacco” (desprendimiento), entrega, donación. En palabras de San Alfonso María de Ligorio “perderse para encontrarse”.
De esta manera, la invitación de Jesús resuena de forma muy elocuente en la celebración de este domingo. Reflexionemos sobre este interrogante: ¿Busco con frecuencia a Jesús en mi vida? En el evangelio, “algunos griegos” buscaban a Jesús y deseaban verlo. Es una motivación para buscar y descubrir a Jesús en lo sencillo y concreto de la vida. En esta semana santa, les invito a reflexionar en tres pasos fundamentales para encontrar a Jesús en la vida: abrir el corazón, leer el Evangelio e invitarlo a casa.
Bibliografía
López, R. (s.f.). La Carta a los Hebreos. : Ed. Verbo divino. Estella Navarra: Verbo Divino.
Vermeylen, J. (s.f.). Los géneros literarios proféticos. Bilbao: Deslée de Brouwer.