XXIX Domingo del Tiempo Ordinario
Comentario dominical
16 de octubre de 2022
Ciclo C: Lc. 18, 1-8
Por: P. Víctor Chacón Huertas, C.Ss.R.
1. “El que vence”, “el fuerte”, “el dios guerrero”… Son antiguas definiciones de Dios presentes en el Antiguo Testamento (judaísmo) y también en el Corán (Islam). Dicen una verdad grande de Dios, nadie tiene más fuerza que él. Por eso lo presentan muchas veces luchando, peleando, y por supuesto, venciendo. En estas imágenes a veces cruentas, no hay que ver sólo violencia y una idea de Dios rechazable. Porque también nos dicen que él es quien nos puede proteger. El que nos dió la vida, tiene el poder de conservárnosla y prolongárnosla si “luchamos” de su lado, confiando en él. Esto es lo que les ocurrió a Amalec y a los israelitas en Rafidín. Mientras Moisés tenía los brazos en alto, signo de alabanza a Dios, vencía Israel. Moraleja: la clave de la victoria está en alabar a Dios, en reconocer al verdadero “Vencedor”, no tanto en colgarse medallas por ser buenos luchadores en solitario o tener mejor estrategia.
2. “Querido hermano: permanece en lo que has aprendido y se te ha confiado, sabiendo de quién lo aprendiste y que desde niño conoces la Sagrada Escritura”. “Permanece”, me encanta este verbo y esta exhortación, primero porque significa que no es algo tuyo, sino que te viene de fuera, de la sabiduría aprendida; segundo, porque es todo un desafío en esta sociedad de la inmediatez y de lo caduco, que alguien te diga: ánimo, resiste, aunque no se lleve, aunque parezcas tonto y todo a tu alrededor mude, demuestra que vives algo valioso, algo que merece la pena ser vivido toda la vida, por eso, PERMANECE. Es la fidelidad, es la virtud que junto a la misericordia, más nos hace parecernos a Dios. Él es definido en el Antiguo Testamento como “El Dios misericordioso y fiel”. Por tanto hermano, permanece en Dios, permanece en su Palabra, escúchala, léela, acógela en tu vida, hazla viva en tus decisiones…
3. Todo esto como preparación a esta parábola de Lucas sobre la Justicia de Dios. Es la justicia del Dios fuerte sí. Pero también del Dios misericordioso y fiel, del compasivo, del que siempre escucha a las víctimas, a los sufrientes. La viuda insistente no cejaba en su empeño de acudir al juez injusto y pedirle justicia. El ejemplo valioso de esta mujer nos anima a ser perseverantes o fieles, como antes ya anticipábamos. Lo valioso pide tiempo, necesita consolidarse. Hasta por nuestra propia sicología humana, valoramos más lo que más nos ha costado conseguir. Flaco favor hace un profesor que regala la nota o un padre que premia continuamente y sin motivo. La fe de esa mujer, su capacidad de creer y esperar, se convierte en la clave -llave- de la justicia. Dios la atiende y la escucha, mil veces mejor que el juez injusto. No hay duda. Pero cuando regrese Dios, nos pregunta el evangelio ¿encontrará aún fe, capacidad de espera en nosotros? ¿Seguiremos esperando en su palabra o lo habremos saturado todo con nuestras palabras y con nuestra impaciencia consumista? He aquí la cuestión.
Esta es la Palabra que nos deja el Domingo de las misiones… una palabra que nos estimula a alzar las manos, a reconocer y “permanecer” en él, y a seguir esperando en su palabra, a no dejar de anunciarla jamás, además de orar por los que ya lo hacen en tantas situaciones difíciles, los misioneros.