Por: P. José Silvio Botero G., C.Ss.R.
El título de este mensaje surge de la ‘parábola del águila’ que nos da una pista interesante para la educación de los hijos. La parábola cuenta:
“Érase una vez un hombre, que mientras caminaba por el bosque, encontró un aguilucho. Se lo llevó a su casa y lo puso en un corral, donde pronto aprendió a comer la misma comida que los pollos y a conducirse como estos. Un día un naturalista que pasaba por allí le preguntó al propietario porqué razón un águila, el rey de todas las aves y los pájaros, tenía que permanecer encerrada en el corral con los pollos.
Como le he dado la misma comida que a los pollos y le he enseñado a ser pollo, nunca ha aprendido a volar- respondió el propietario-. Se conduce como los pollos, y por tanto, ya no es un águila.
Sin embargo- insistió el naturalista- tiene corazón de águila y, con toda seguridad, se le puede enseñar a volar. Después de discutir un poco más, los dos hombres convinieron en averiguar si era posible que el águila volara. El naturalista la tomó en sus brazos suavemente y le dijo: “Tú perteneces al cielo, no a la tierra. Abre las alas y vuela”.
El águila, sin embargo, estaba confusa; no sabía qué era y, al ver a los pollos comiendo, saltó y se reunió con ellos de nuevo. Sin desanimarse, al día siguiente, el naturalista llevó al águila al tejado de la casa y le animó diciéndole:
“Eres un águila. Abre las alas y vuela”. Pero el águila tenía miedo de su yo y del mundo desconocido y saltó una vez más en busca de la comida de los pollos. El naturalista se levantó temprano al tercer día, sacó al águila del corral y la llevó a una montaña. Una vez allí, alzó al rey de las aves y le animó diciendo:
“Eres un águila. Eres un águila y perteneces tanto al cielo como a la tierra. Ahora, abre las alas y vuela”. El águila miró alrededor, hacia el corral, y arriba, hacia el cielo. Pero siguió sin volar. Entonces, el naturalista la levantó directamente hacia el sol; el águila empezó a temblar, a abrir lentamente las alas y finalmente, con un grito triunfante, se voló alejándose en el cielo.
Es posible que el águila recuerde todavía a los pollos con nostalgia; hasta es posible que, de cuando en cuando, vuelva a visitar el corral. Que nadie sepa, el águila nunca ha vuelto a vivir vida de pollo. Sin embargo, fue un águila, pese a que fue mantenida y domesticada como un pollo”.
El mensaje de esta parábola se puede sintetizar en la distinción de dos palabras: domesticación o educación. Domesticación fue lo que hizo el hombre que encontró el aguilucho en el bosque; educación es lo que hizo el naturista que logró hacer volar al aguilucho.
Muchos padres de familia, como el hombre que encontró en el bosque el aguilucho, domestican a los hijos con regaños, castigos, prohibiciones; los domestican sometiéndolos a una formación autoritaria: la única razón que dan al imponer una norma es: ‘porque yo mando’, ‘porque se me antojó’, ’porque me da la gana’. Esto es ‘domesticar’. Estas no son razones válidas.
El buen educador, como el naturista, en cambio enseña el bien que se debe hacer, el mal que se debe evitar; y lo hace con el ejemplo, con la exhortación, dando motivos para hacer el bien, para evitar el mal; y, sobretodo, estimulando al niño, a la niña, a desarrollar su capacidad de llegar a ser una auténtica persona: responsable, social, correcta, honesta, etc.
El hombre, como el águila, es el rey de la creación. Posee un corazón grande capaz de anhelar lo sublime. Tiene alas para perseguir lo más alto