Por: P. José Silvio Botero G., C.Ss.R.
El cuento trata de un difunto, ánima bendita, camino del cielo donde esperaba encontrarse con Tata Dios para el juicio sin trampas y a verdad desnuda. Para nada iba tranquilo, y no era para menos, porque en la conciencia, a más de llevar muchas cosas negras que había hecho, tenía muy pocas cosas positivas para hacer valer.
Buscaba ansiosamente aquellos recuerdos de buenas acciones que hubiera hecho en sus largos años de usurero. Había encontrado en los bolsillos del alma unos pocos recibos que decían ‘que Dios se lo pague’, medio arrugados y amarillentos por lo viejos. Fuera de eso bien poca cosa había hecho. Pertenecía a los ladrones de levita y galera, de quienes comentó un poeta: ‘no dijo malas palabras, ni realizó cosas buenas’.
Parece que en el cielo las primeras se perdonan y las segundas se exigen. Todo esto ahora lo veía claro, pero ya era tarde La cercanía del juicio de Tata Dios la veía con temor. Se acercó despacito a la entrada principal y se extrañó al ver que allí no había que hacer cola: o bien no haba demasiados clientes, o quizás los trámites se realizaban sin complicaciones.
Quedó realmente desconcertado cuando se percató, no solo de que no se hacía cola, sino que las puertas estaban abiertos de par en par y, además, no había nadie para vigilarlas. Golpeó las manos y gritó ‘Ave María purísima’, pero nadie respondió. Miró hacia adentro y quedó maravillado de la cantidad de cosas lindas que se distinguían. Pero no vio a ninguno. Ni ángel, ni santo, ni nada que se le pareciera. Se animó un poco más y la curiosidad lo llevó a cruzar el umbral de las puertas celestiales. Y nada. Se encontró perfectamente dentro del Paraíso sin que nadie se lo impidiera.
Caramba !!, se dijo, parece que aquí deben ser todos gente muy honrada. Mira que dejar todo abierto y sin guardia que vigile. Poco a poco fue perdiendo el miedo y fascinado por lo que veía se fue adentrando por los patios de la gloria. Realmente todo era una preciosura. Era para pararse allí una eternidad mirando, porque a cada momento uno descubría realidades asombrosas y bellas.
De patio en patio, de jardín en jardín y de sala en sala se fue internando en las mansiones celestiales, hasta que desembocó en lo que tendría que ser la oficina de Tata Dios. Por supuesto, estaba abierta también de par en par. Titubeó un poco antes de entrar. Pero en el cielo todo termina por inspirar confianza. Así que entró en la sala, ocupada en el centro por el escritorio de Tata Dios. Sobre el escritorio estaban sus anteojos.
Nuestro amigo no pudo resistir a la tentación- santa tentación al fin – de echar una miradita hacia la tierra con los anteojos de Tata Dios. Y fue ponérselos y caer en éxtasis. Qué maravilla !!. Se veía todo clarito y patente. Con esos anteojos se lograba ver la realidad profunda de todo y de todos sin la menor dificultad. Pudo mirar lo profundo de las intenciones de los políticos, las auténticas razones de los economistas, las tentaciones de los hombres de iglesia, los sufrimientos de las dos terceras partes de la humanidad. Todo estaba patente a los anteojos de Dios, como afirma la Biblia.
Entonces se le ocurrió una idea. Trataría de ubicar a su socio de la financiera para observarlo desde esta situación privilegiada. No le resultó difícil conseguirlo. Pero lo agarró en un mal momento. En ese preciso momento su colega estafando a una pobre viuda mediante un crédito bochornoso que terminaría por hundirla en la miseria por los siglos de los siglos.
Y al ver con meridiana claridad la cochinada que su socio estaba por realizar, le subió al corazón un profundo deseo de justicia. Nunca le había pasado algo así en la tierra. Pero, claro, ahora estaba en el cielo. Fue tan ardiente este deseo de hacer justicia, que sin pensar otra cosa, buscó a tientas debajo de la mesa el banquito de Tata Dios y revoleándolo sobre su cabeza, lo lanzó a la tierra con una tremenda puntería. Con semejante teleobjetivo el tiro fue certero. El banquito le pegó un formidable golpe a su socio tumbándolo allí mismo.
En ese momento se sintió en el cielo una gran algarabía: era Tata Dios que retornaba con sus ángeles, las santas vírgenes, los confesores y mártires, luego de un día de picnic realizado en los collados eternos. La alegría de todos se expresaba hasta por los poros del alma, haciendo una batahola celestial.
Nuestro amigo se sobresaltó. Como era pura alma, el alma no se le fue a los pies, sino que trató de esconderse detrás del armario de las indulgencias. Pero ustedes comprenderán que la cosa no le sirvió para nada porque a los ojos de Dios todo está patente. Así que fue no más entrar y llamarlo a su presencia. Pero Dios no estaba irritado. Gozaba de buen humor, como siempre. Simplemente le preguntó qué estaba haciendo.
La pobre alma trató de explicar balbuceando que había entrado a la gloria porque estando la puerta abierta, nadie le había respondido y él quería pedir permiso, pero no sabía a quién… No, no, le dijo Tata Dios, no te pregunto eso. Todo está muy bien. Lo que te pregunto es lo que hiciste con mi banquito donde apoyo mis pies.
Reconfortado por la misericordiosa manera de ser de Tata Dios, el pobre tipo se fue animando y le contó que había entrado en su despacho, había visto el escritorio y encima los anteojos y que no había resistido a la tentación de colocárselos para echarle una miradita al mundo. Que le pedía perdón por el atrevimiento. No, no, volvió a decirle Dios. Todo eso está muy bien. No hay nada que perdonar. Mi deseo profundo es que todos los hombres sean capaces de mirar el mundo como yo lo veo. En eso no hay pecado. Pero hiciste algo más. Qué paso con mi banquito donde apoyo los pies?.
Ahora sí el alma bendita se encontró animada del todo. Le contó a Tata Dios en forma apasionada que había estado observando a su socio justamente cuando cometía una tremenda injusticia, y que le había subido al alma un gran deseo de justicia, y que sin pensar en nada había manoteado el banquito y se lo había arrojado por el lomo.
Ah, no, volvió a decirle Tata Dios. Ahí te equivocaste. No te diste cuenta de que si bien te habías puesto mis anteojos, te faltaba tener mi corazón?. Imagínate que si yo cada vez que veo una injusticia en la tierra me decidiera a tirarles un banquito, no alcanzarían los carpinteros de todo el universo para abastecerme de proyectiles. No mi hijo, no. Hay que tener mucho cuidado con ponerse mis anteojos si no está bien seguro de tener también mi corazón. Solo tiene derecho a juzgar el que tiene poder de salvar. Y Tata Dios, poniéndole la mano sobre el hombro, le dijo con afecto de Padre: Vuélvete ahora a la tierra y en penitencia durante cinco años reza todos los días esta jaculatoria: ‘Jesús, manso y humilde corazón, dame un corazón semejante al tuyo’. Y el hombre se despertó todo transpirado, observando por la ventana entreabierta que el sol ya había salido y que afuera cantaban los pajaritos.
Moraleja: hay historias que parecen sueños y sueños que cambian la historia.
REFLEXIÓN
El cuento anterior parece inspirado en la S. Escritura; en ella, según la tradición judía, a Dios se le atribuyen dos grandes atributos: la justicia y la misericordia. Precisamente, la oración hebrea invoca a Dios poniéndole de presente aquellos dos atributos: “Señor, porque nos has creado por amor, sé fiel a tu promesa”. Fidelidad, justicia y verdad tienen un mismo sentido, como también misericordia, benignidad y condescendencia.
La conciliación entre verdad y amor, entre justicia y misericordia, entre firmeza y flexibilidad, es la actitud que se revela a través del cuento narrado. El derecho romano dejó como herencia un conjunto de principios todavía con validez hoy; uno de estos principios afirma que el derecho llevado al extremo del rigor se convierte en la máxima injusticia. De ahí que el mismo derecho romano propusiera la ‘equidad’ como la mitigación del rigor del derecho.
La tradición eclesial hoy está mirando en forma positiva esta evolución hacia la benignidad; un testimonio de esta evolución es la Carta-encíclica de Juan Pablo II Dives in misericordia (Dios rico en misericordia) en la que el Papa propone elaborar el ‘ethos’ de la misericordia; esto está revelando un cambio significativo dentro de la moral y de la pastoral eclesial: el paso de una época del rigor moral a la benignidad.
El cuento pone en pie de igualdad no solo ver y aplicar la justicia, sino también actuar con misericordia; esto es lo que significa no solo usar los anteojos de Dios para ver claramente la realidad de una justicia rigurosa, sino actuar también según el corazón de Dios
Esta doble perspectiva de proceder según la verdad en diálogo con la benignidad se aplica maravillosamente en la pareja humana: el varón es sobre todo ‘cerebro’, es más amigo de la ley, de la firmeza; la mujer, en cambio, es ‘corazón’, es más dada a la flexibilidad, a la condescendencia, a la benignidad. Relacionar ‘cerebro’ y ‘corazón es una aplicación de los dos atributos divinos a la pareja: la verdad y el amor, la firmeza y la flexibilidad, deberán conjugarse sabiamente en la pareja humana. E. Rojas, psiquiatra español, escribió un libro en torno a este tema: Cerebro y corazón, claves para una pareja feliz.
El mensaje del cuento es también paradigmático para todo cristiano: actuar siempre según la verdad revelada, que permanece en pie fielmente, y aplicar esta verdad a las circunstancias diversas de la vida con flexibilidad, con moderación y condescendencia, corresponde al ejemplo de Cristo durante toda su vida.