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Novicio Jhonny W. Vargas V. (Viceprovincia de Caracas)

“A los redentoristas no les es lícito hacerse sordos al clamor de los pobres y de los oprimidos” (Estatuto General C.Ss.R. 09)[1]

No es un secreto para nadie, que a lo largo de la historia el mundo ha vivido dividido, por un lado los ricos y poderosos, en el otro extremo los pobres y oprimidos. Es la naturaleza del ser humano que algunos tengan más posibilidades que otros; empero, no es el deber ser, ya que la gran mayoría de las personas desean surgir, pero no a todos se les presentan las mismas oportunidades. En la mayoría de las situaciones es un grupo minoritario el que se adueña de las riquezas y le deja un poco a los desasistidos. Si bien, lo antes mencionado, es una realidad que no se puede ocultar, la pobreza no solo es material, se pueden visualizar personas con un cúmulo de bienes, pero su interior y su vida se mantiene vacía espiritualmente; a esos también es preciso y necesario que llegue la obra de salvación.

En las Sagradas Escrituras, encontramos personas que son ricas espiritualmente, pero materialmente son humildes; a éstos Jesús les tiene gran aprecio y valor, como a la viuda en el templo: “esta viuda pobre ha echado más que todos.  Porque todos éstos han echado como donativo de lo que les sobraba, ésta en cambio ha echado de lo que necesitaba, todo cuanto tenía para vivir” (Lc. 21,4). Pero también reconoce la pobreza espiritual, como una forma de encontrar la dicha de Dios; ejemplo claro lo encontramos en las bienaventuranzas: “Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos”(San Mateo 5,3). Pero ante estos dos tipos de pobreza solo nos queda hacer una cosa: atenderlas y mostrarles el camino para solventar esa situación y abrir panoramas de libertad.

Esto claramente lo logró percibir San Alfonso, quien al ver la realidad en que vivía una zona de Scala, decide ir a realizar una experiencia con un grupo de sacerdotes a los suburbios de la ciudad, a aquellos que están cargados de pobreza, marginación y falta de compromiso cristiano para anunciarles la Buena Nueva. Cuando realiza ese éxodo para atender esas poblaciones, organiza grupos de personas para tener encuentros de oración, a estas reuniones se les llamaba “Capillas del Atardecer”. Con ellos inició su nueva experiencia de misión, que no era más que escuchar, acoger y ofrecer la Buena Noticia en la calle, en las casas y en los lugares apartados, incluso bajo la tenue luz de las estrellas, cuando las personas habían regresado de sus labores diarias.

Dicha opción del Doctor de la Oración por los pobres, no era para excluir a nadie, por el contrario, dentro de su labor no tenía inconveniente para atender: al clero, a las religiosas y también a los nobles y a los ricos[1]. Sin embargo, siempre procuró dar una especial atención a los abandonados, teniendo en cuenta que por ellos, es por lo que más adelante se hace fundador del instituto, y para el que entrega su vida. Se une completamente a ellos y se va a insertar tanto en la vida cotidiana, que sus predicaciones terminarán siendo de misericordia y mostrando un amor de Dios incondicional por los desprotegidos de la misma sociedad.

Pero durante su vida como misionero, no solo se encargó de alimentar y ayudar a los pobres en el espíritu; de hecho materialmente fue partícipe de muchas colaboraciones. Algo significativo fue que, al ser nombrado Obispo podía disponer de grandes riquezas, vestimentas y comodidades, que por la dignidad del cargo que desempeñaba le correspondía; pero al recordar la opción que había hecho y ver la necesidad de la población donde ejercía el ministerio, no tuvo reparo de vender indumentarias episcopales, implementos de su casa y utensilios que él consideraba que era necesario desprenderse, para donar eso a las personas desasistidas. Su concepción, con respecto a los bienes, es que son de la comunidad y dada esa premisa, tenían por fin estar disponibles para los pobres y abandonados, a cuyo servicio fue llamado[2].

Ahora, recordando estas enseñanzas de San Alfonso, nuestra espiritualidad redentorista sigue ese ideal, pero hoy en día ¿Cuáles son esos pobres que debemos atender?: los campesinos, emigrantes, desterrados, prófugos, quienes  viven o trabajan en las grandes aglomeraciones urbanas, los que a causa de su raza o color se sienten injustamente excluidos de los principales derechos de los demás ciudadanos[3], los que viven en territorios ad-gentes, los indígenas, los ateos, los que no profesan nuestra fe, los que continuamente asisten a nuestros templos pero requieren de constante conversión[4]. A todos estos clamores son a los que no podemos hacernos sordos; debemos buscar mecanismos de ayuda, porque en estas situaciones se juega la vida salvífica del ser humano.

Luego de hacer un pequeño recorrido por unas pocas realidades que nos circundan y teniendo presente la herencia carismática otorgada por el Santo Napolitano, ¿qué podemos hacer nosotros como cristianos? ¿Cuál debe ser nuestro aporte en estos contextos? En primer lugar, hacernos conscientes de nuestra radicalidad de abandonar las riquezas que nos esclavizan; esto no quiere decir que sean malas, pero cuando no se utilizan de buena manera nos alejan de Dios y de nuestros hermanos. Segundo, ofrecer lo mejor que tengamos para el servicio de los demás, no ver sólo lo que damos por lástima, sino con sentido de caridad fraterna, ya que nuestra ayuda debe ser otorgada como algo que las demás personas merecen por su dignidad humana. Tercero, abrir nuestro corazón y hacernos sensibles a las realidades que podamos percibir; no hacernos sordos, ciegos y mudos, debemos hacernos partícipes de las necesidades personales y comunitarias que nos rodean.

Que el ejemplo de Jesús, como primer misionero de los pobres, al que san Alfonso logró seguir con plenitud, nos ayude a nosotros también a sensibilizarnos con nuestros hermanos que sufren las injusticias y las desatenciones de la sociedad.


[1] Secretariado General de Formación.  Formación Redentorista. Juan Manuel Lazo de la Vega, C.Ss.R. Superior General de 1985 a 1997. Communicanda y documentos. Roma, 2016. Pág. 130.

[2] cfr. Secretariado General de Formación.  Formación Redentorista. Juan Manuel Lazo de la Vega, C.Ss.R. Superior General de 1985 a 1997. Communicanda y documentos. Roma, 2016. Pág. 132.

[3] Cfr. Pablo VI. Encíclica Populorum Progressio. Nº 63. Recuperado de: https://www.vatican.va/content/paul-vi/es/encyclicals/documents/hf_p-vi_enc_26031967_populorum.html

[4] Cfr. Congregación del Santísimo Redentor. Constituciones y estatutos C.Ss.R. La vida apostólica de los Redentoristas. Roma, 2012. Estatuto General 10-14


[1] Congregación del Santísimo Redentor. Constituciones y estatutos C.Ss.R. La vida apostólica de los Redentoristas. Roma, 2012. Estatuto General 09.