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XX Domingo del Tiempo Ordinario

Comentario dominical

14 de agosto de 2022

Ciclo C: Lc. 12, 49-53

Por: P. Óscar Darley Báez Pinto, C.Ss.R.

La fe del cristiano se dibuja desde el horizonte de la cruz del Señor. Con el tiempo vamos entendiendo que las devociones populares y nuestra manera sencilla de comunicarnos con Dios, más que servirnos de amuleto contra enfermedades y problemas, o para atraer bendiciones materiales, nos sirven para acogernos a la voluntad de Dios y entender la manera en que Él camina en la historia de los hombres y la forma en que nos pide seguirlo: con total confianza, aún en medio de pruebas; sin miedo a anunciar su verdad y a denunciar la mentira, y alegres, aunque nuestra alegría no sea fruto de la ausencia de sufrimientos.

La vida carente de sufrimientos, carece también de sentido y de una razón por la cual vivir. Y no es que se busque el sufrimiento como un fin en sí mismo, sino que este aparece como consecuencia de las opciones existenciales que hacemos. Los cristianos le llamamos cruz y sabemos que se requiere la fe para aceptarla sin desesperación y comunicar al mundo un mensaje diferente y significativo.

En el momento en que decidimos vivir nuestra fe en conciencia, entendemos inmediatamente que esta decisión trae consigo una marca indeleble, un bautismo de muerte y de vida, sin embargo, en medio de la tormenta será posible encontrar una paz espiritual que nos permitirá avanzar en la defensa de la verdad, la justicia y la vida. La fe del creyente se convierte en lucha, tensión y contradicción, porque el discípulo debe seguir al maestro por el camino de la cruz.

Lo que le sucede al profeta Jeremías en la primera lectura es ese bautismo del que hablamos hace un momento, una prueba de las consecuencias de ser fiel al Señor, sin embargo, el profeta confía y sale vencedor, no sólo porque tiene a Dios por defensor, sino porque conserva su libertad interior y el buen juicio sobre las cosas que suceden a su alrededor, por eso expone sin rodeos la voluntad del Señor tanto al rey, como al campesino más humilde, aunque no quieran oírlo. Pero Jeremías no se echa atrás, este es el profeta al que el Señor llamó desde el vientre materno y fortaleció para que con su palabra destruyera lo que no estaba dentro de los planes de Dios y edificara de nuevo la esperanza del pueblo, desde el temor de Dios y el respeto a sus mandamientos.

Esta misma experiencia aparece descrita en el salmo 39, cuando el autor sagrado dice que el Señor se inclinó y escuchó su grito de angustia, lo sacó de la charca fangosa y afianzó sus pies sobre la roca. Este salmo nos ofrece una gran certeza: en las horas más amargas del camino de nuestra fe, Dios no nos abandona, y podemos confiar en él plenamente, hasta las últimas consecuencias, pues su fidelidad supera su fama. Pero para experimentar su poder, es necesario abandonar nuestras seguridades personales, todas.

La Carta a los Hebreos nos da precisamente la clave para alcanzar la confianza en Dios, una clave que san Alfonso y otros santos antes que él, interpretaron con sabiduría en el Distacco dalle creature e unione con Dio. El autor sagrado nos pide distanciarnos de lo que nos impide seguir al Señor, e ir tras los pasos de quienes fueron sus testigos en la tierra, que los hay en cantidad también, pues figuran como una ingente nube de testigos, comenzando por el mismo Cristo Jesús, quien culminó su carrera venciendo al enemigo con su santa Cruz.

El evangelio según san Lucas complementa estas ideas con las palabras de Jesús: “He venido a prender fuego a la tierra, ¡y cuánto deseo que ya esté ardiendo!… No he venido a traer paz sino división”. En otras palabras, he venido a probarlos, para ver quiénes quieren vivir su fe libremente y quiénes quieren ser sus testigos en el mundo. Estas luchas y divisiones son anheladas por el Señor porque servirán para identificar a sus verdaderos discípulos, aquellos que aceptarán con valor las pruebas venideras.

Quienes no confían en la bondad del Señor se angustian y desesperan ante este anuncio de Jesús. Nosotros, al contrario, debemos animarnos a la fidelidad, recordando que todo aquel que se proponga buscar y seguir la verdad tendrá que ser probado en el crisol de la crítica, la calumnia y la persecución, llegando en algunas ocasiones a perder la vida. Ese tal, sin embargo, se hará merecedor del tesoro escondido y de la perla preciosa del Reino de los Cielos, que son la alegría del espíritu y la libertad de conciencia frente a las personas y las cosas.

Algunas notas conclusivas:

  • No nos acostumbremos a vivir una fe sin compromisos, ni consecuencias.
  • El Estatuto General 09b recuerda que los redentoristas no pueden ser neutrales frente a las injusticias: no les es lícito hacerse sordos al clamor de los pobres y de los oprimidos, ni al sufrimiento de las familias más vulnerables.
  • El testimonio de fidelidad en las pruebas purifica nuestra fe y concede autoridad a nuestras palabras.
  • Si asumimos las exigencias de la cruz de Cristo en nuestras vidas, viviremos en permanente contradicción con el mundo.
  • Es irracional vivir apostando a que todo el tiempo aplaudan nuestras ideas y nos feliciten.
  • ¿Cómo estoy viviendo mi fe cristiana? ¿Qué consecuencias he asumido por la forma en que vivo mi fe?