image_pdfimage_print

XXIX Domingo del Tiempo Ordinario

Comentario dominical

17 de octubre de 2021

Ciclo B: Mc. 10, 35 – 45

Por: P. Nelson Bernardo Rozo Suárez, C.Ss.R.

Hoy, vigésimo noveno domingo del tiempo ordinario, la liturgia de la palabra toma la primera lectura del libro de Isaías. Este apartado del texto, hace énfasis particular en la acción redentora del “siervo sufriente” en favor del género humano. Hecho que se da por medio del sufrimiento, de acuerdo al plan salvífico de Dios, quien elige, llama y sostiene a su elegido para que lleve a cabo la justificación del mundo.

Luego de su Pasión, Muerte y Resurrección, Jesús empieza a ser identificado con ese siervo sufriente descrito en Isaías. Es la naciente comunidad cristiana quien empieza a ver cumplida la profecía en Jesús. Idea que está en sintonía con la carta a los Romanos que se inició a leer esta semana, donde se insiste en la salvación obrada por Jesucristo y a la cual se accede por la fe en Él. “Ahora, sin la ley se ha manifestado la justicia de Dios, atestiguada por la Ley y los Profetas; justicia de Dios por la fe en Jesucristo para todos los que creen. Pues no hay distinción, ya que todos pecaron y están privados de la gloria de Dios, y son justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención realizada en Cristo Jesús”

En la segunda lectura tomada de la carta a los hebreos, Jesús es identificado como el Sumo Sacerdote: …tenemos un sumo sacerdote grande que ha atravesado el cielo, Jesús, Hijo de Dios; capaz de compadecerse del ser humano, de sus debilidades, de sus angustias, de su sufrimiento: No tenemos un sumo sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades. Realidad que no le es ajena, porque al encarnarse asumió la humanidad: “ha sido probado en todo, como nosotros, menos en el pecado”.  

Jesús, Sumo Sacerdote, manifiesta en su vida con acciones concretas en favor del otro, el rostro amoroso de Dios; quien siempre está presto al clamor del afligido, del pobre, del desamparado, del débil, de aquel que lo busca. De ahí la invitación a acudir confiadamente a su misericordia: “Por eso, comparezcamos confiados ante el trono de la gracia, para alcanzar misericordia y encontrar gracia para un auxilio oportuno”.

El Evangelio tomado de Marcos presenta un escenario paradójico. Por un lado, está Jesús camino a Jerusalén con la firme convicción de hacer la voluntad de su Padre: dar la vida por la salvación del mundo. Por el otro lado están los discípulos, quienes aún no han logrado comprender el mensaje que les ha querido trasmitir, y siguen pensando de acuerdo a los valores que guiaban a las personas de aquel entonces. Mientras caminaban con Jesús estaban pensando en sus intereses particulares y querían asegurar su futuro: “concédenos sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda”, lo que generaba disgustos, envidias y divisiones entre ellos.

Esa situación fue aprovechada por Jesús para hablarles del Reino que Él estaba anunciando: el Reino de Dios. Reino que se diferencia de los gobiernos terrenales: “saben que los que son reconocidos como jefes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen”.  En cambio, el programa del Reino de Dios invierte la escala de valores: “el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos. Porque el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y dar su vida en rescate por muchos”.

Que las lecturas escuchadas y meditadas en este domingo, nos permitan volver sobre nuestra vida y reconocer en ella la presencia incondicional de Dios. Que Él nos conceda la gracia de confiar cada vez más en su amor, de acercarnos a Él con la certeza de ser escuchados en la necesidad, de buscar su consuelo en la tristeza, de encontrar paz en Él en medio de la desesperación e incertidumbre.

Que, a su vez, nos esforcemos diariamente por manifestar a Dios en nuestra vida, por vivir su Palabra: “el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor”.