image_pdfimage_print

Solemnidad del Cuerpo y Sangre de Cristo

Comentario social

19 de junio de 2022

Ciclo C: Lc. 9, 11b-17

Por: P. Jesús Alberto Franco G., C.Ss.R.

Relación del pan y el vino con la vida y la entrega de Cristo

Pan es el nombre que la humanidad da al alimento básico, al “pan cotidiano” que garantiza calmar el hambre. Es el alimento mínimo necesario para vivir. El vino, en la cultura mediterránea, es la bebida que acompaña el pan; por eso en muchos países es más barato que la gaseosa o el agua. Cuando se habla de pan y de vino, se habla del alimento básico al que toda persona tiene derecho.   

Jesús elige el pan y el vino para expresar, simbólicamente, el don de su cuerpo y su sangre: su vida entregada para que la humanidad tenga “vida abundante”. Con la elección del pan y el vino para expresar su entrega, por un lado, afirma, que para Dios el alimento básico de los seres humanos es sagrado, y que Él sólo es bendecido cuando sus hijos e hijas tienen el pan necesario para vivir. Por otro lado, enseña que el reino de Dios se hace realidad cuando el pan se parte y se comparte, alcanza para todos-as, y sobre, cuando se arriesga vida, cuando se entrega el cuerpo y la sangre a la muerte violenta por amor a la humanidad, como lo hizo Jesús. El cuerpo y la sangre expresa la vida de Jesús donada para la redención-liberación de los seres humanos.

En el evangelio de Juan, Jesús dice a sus contradictores que “si no comen la carne y beben la sangre del Hijo del Hombre, no tendrán vida”.Luego deja claro que Él es ese Hijo del Hombre: “quien come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré el último día. Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida” (6,53-55). Estas palabras son parte de la perícopa de los versos 41 al 59, llamada por J. Mateos y J. Barreto, Asimilar a Jesús, vida y norma de vida, que muestra la relación profunda entre la fe, la humanidad de Jesús y la humanización de sus seguidores:

“El punto central se encuentra en la afirmación, repetida de diversas maneras, del don de sí mismo. Jesús no ha venido a dar “cosas”, sino a darse él mismo a la humanidad. Por eso el pan que daba contenía su propia entrega, era la señal que la expresaba.

Esta misma es su existencia para el discípulo: Debe considerarse a sí mismo como “pan” que hay que repartir, y debe repartir su pan como si fuese él mismo que se reparte… Hacer que la propia vida sea “alimento para disponible” para los demás, como la de Jesús, repitiendo su gesta con la fuerza de su Espíritu que es la de su amor, es la ley de la nueva comunidad humana. Se expresa en la eucaristía que renueva el gesto de Jesús”[1].    

La relación entre la vida y la comida en los textos bíblicos

En el Génesis, Melquisedec, un sacerdote sin antecedentes en la tradición sacerdotal y muy querido por el pueblo, presentó pan y vino y bendijo a Abrán por el Dios altísimo, creador del cielo y la tierra. Aquí, con el pan y el vino, la base del alimento para los seres humanos, se bendice a Dios. Este alimento se convierte en expresión de la bendición de Dios. Hay bendición a Dios cuando el pueblo tiene el alimento necesario para subsistir. Con hambre no hay bendición a Dios. Ni de Dios.

En el evangelio de Lucas, Jesús habla a la gente del reino de Dios y cura a los necesitados. Al hacerse tarde, los Doce le dicen que despida a la gente para que busque alojamiento y comida. Jesús les manda que ellos, les den de comer. Reconocen que tienen poco: cinco panes y dos peces. Jesús les manda organizar la gente: en grupos de unos cincuenta. Luego tomó los cinco panes y los dos peces, pronunció la bendición, los partió y se los dio a los discípulos para que los sirvieran a la gente. Comieron todos y se saciaron, y cogieron las sobras: doce cestos.

Para Jesús el anuncio del reino de Dios está estrechamente relacionado con la satisfacción de las necesidades básicas del alimento y la salud. Los discípulos no lo entendían así, ellos pensaban que las relaciones y obligaciones con Dios iban por un lado y las necesidades y relaciones humanas iban por otro. Esto era normal para ellos, y ha sido normal, a través de la historia, para la mayoría de cristianos. Entre los oyentes de Jesús había pan y pescado. Cinco y dos que era una manera de decir muy poquito, pero juntando los poquitos alcanza y sobra. La predicación de Jesús mueve las mentes y corazones de sus oyentes, y crea una nueva mentalidad, capaz de compartir. Los discípulos, que antes no veían alternativas al problema del hambre, organizan la comunidad y le sirven. La bendición de Jesús expresa la lógica del reino de Dios que hace realidad la bendición de Dios: la comida para todos. La responsabilidad con los otros impide los desperdicios.

Los evangelios muestran a Jesús participando en comidas y banquetes; en ellos, rompe reglas “cultuales” y sociales: come con pecadores públicos, permite que las mujeres se le acerquen, no respeta las normas de pureza ritual, cuestiona la estratificación de la sociedad expresada en los banquetes… Igualmente, comparando el reino de Dios con banquetes, bodas y fiestas. Todo esto escandaliza a la gente religiosa tradicional y refleja la profunda humanidad de Jesús.

Mientras la tradición religiosa hablaba de un Dios lejano y distante, Jesús era el Dios hecho ser humano que se revela en lo más humano: la comida. Y desde esa humanidad cuestiona de raíz la sociedad y la religión de su tiempo, hasta el punto de desatar una persecución violenta que los lleva al asesinato, relacionado con su manera de comer, como lo expresa Javier Vitoria:

“Jesús quiso ser una persona humana que daba vida (en forma de comida, de compañía, de espacios abiertos, de dignidad, de igualdad) a los que como él no tenían padre terrenal. Su práctica resultó escandalosa y conflictiva (Lc 5,33; 7,33-34; 15,3), aunque era el comportamiento de Jesús que de modo más plástico expresaba la verdad del Reino y del Dios del Reino. El mismo escenificaba el mensaje que sus discursos y parábolas contenían (cf Lc 15, 13ss; 14,15 ss; Mt 18,11). Podríamos decir que de alguna manera a Jesús los mataron por su forma de comer”[2].

En la carta a los Corintios, Pablo habla por primera vez de la Cena del Señor, de la Eucaristía. Recuerda la tradición que recibió y que trasmitió: “que el Señor, la noche que era entregado, tomó pan, dando gracias lo partió y dijo: Esto es mi cuerpo que se entrega por ustedes. Hagan esto en memoria mía. De la misma manera, después de cenar, tomó la copa y dijo: Esta copa es la nueva alianza sellada con mi sangre. Cada vez que la beban háganlo en memoria mía”.

Ordinariamente, esta tradición se ha leído desconectada de su contexto en la misma carta y del anuncio del reino de Dios. Sobre la relación con el reino y la vida de Jesús, las reflexiones anteriores aportan elementos que ayudan a comprenderla, pero sobre el contexto de la tradición que Pablo transmite es importante una mirada pausada.

Corinto era una ciudad muy grande para la época (600.000 habitantes), con comercio abierto a los mares Jónico y Egeo, considera llena de inmoralidades por eso el dicho: “vamos a corintiar”. La comunidad cristiana estaba compuesta por personas de diversos estratos sociales, convertidos del paganismo. Pablo tuvo una dedicación especial a esta comunidad, por eso sus dos cartas y de gran extensión. Cuando estaba en Éfeso le llegaron noticias de peleas internas y de escándalos, y les escribe reprendiéndolos, dándoles consejos y explicándole con calma la fe que mueve su vida. 

El contexto inmediato de la tradición. En el capítulo 10, advierte sobre el peligro de la idolatría, da orientaciones para superar las discusiones sobre las comidas idolátricas y la libertad cristiana con la referencia la comunión con el cuerpo y sangre de Cristo. Al comienzo del capítulo 11, 1-16, hace una reflexión para superar la discusión sobre el papel de la mujer: reconoce las diferencias culturales, como la cabeza cubierta o descubierta al profetizar, y la comprensión de la procedencia del hombre y la mujer. Pero deja en claro la igualdad al reconocer su función profética (uno de los principales servicios) y al afirmar que “para el Señor no hay mujer sin varón ni varón sin mujer”. Luego viene la perícopa en la que está la tradición recibida por Pablo, 11,17-34. En el capítulo 12 habla de los dones espirituales y de la diversidad de miembros de la Iglesia.

La ubicación de la tradición recibida por Pablo 11,17-34:

  • Pablo comienza diciendo cuestionando sus “reuniones”, que les hacen más mal que bien (v.17).
  • Porque hay divisiones (v.18), que muestran quiénes son auténticos (v.19).
  • Cuando se reúnen no comen la cena del Señor (v.20).
  • Porque unos se adelantan a comer su propia cena, mientras uno pasa hambre, otro se emborracha (v.21).
  • Y cuestiona: ¿No tienen casas para comer y beber? ¿Desprecian la asamblea de Dios y quieren avergonzar a los que nada poseen? No son dignos de alabanza (v22). 

Aquí se ubica el relato de la tradición recibida por Pablo que la venimos hablando (vv. 23-26).

  • Quien coma el pan y beba la copa del Señor indignamente, comete pecado contra el cuerpo y la sangre del Señor (v.27).
  • Que cada uno se examine antes de comer el pan y beber la copa (v. 28).
  • Quien come y bebe sin reconocer el cuerpo del Señor, come y bebe su propia condena (v.29).
  • Esta es la causa de la debilidad y la enfermedad de muchos (v.30).
  • Que cada uno se Examine para no ser juzgados, y si el Señor juzga que sea para corregir y no para condenar (vv.31-32).
  • En la reunión espérense uno a otros, si tienen hambre coman en sus casas, para que su reunión no sea para la condenación (vv.33-34).

La lectura, despacio y contextualizada, de la tradición de la Cena del Señor (la Eucaristía) recibida y transmitida por Pablo, cuestiona la manera como celebramos la Eucaristía (Cena del Señor) en la actualidad. Es una invitación revisar las actitudes y prácticas personales, religiosas, sociales, políticas y ecológicas de quienes celebran la Eucaristía. Es un llamado a tomar conciencia que la celebración de Eucaristía, la memoria del Cuerpo y la Sangre de Cristo, no puede desligarse de la vida, y del hambre de los seres humanos.

Nota: el versículo 29, ha sido utilizado para afirmar que quien reciba, sacrílegamente, la comunión con la mano, comulga su propia condenación. Como vemos, del texto no se puede sacar esta conclusión. 


[1] MATEOS, Juan, y BARRETO, Juan, El evangelio de Juan. Análisis lingüístico y comentario exegético, Segunda edición, Cristiandad, Madrid, 1982, p. 345.

[2] VITORIA, Javier, “Partir el pan y compartir el hambre”, en VITORIA, F.J.; ARREGUI, J., y ARMENDÁRIZ, L.M., Reflexiones teológica sobre el Triduo Pascual, Cuadernos de Teología Deusto, Núm. 25, Universidad de Deusto, 2002, 15-16.